Seis décadas después de que Mao Zedong proclamara la creación de la Región Autónoma de Tíbet, el presidente de China, Xi Jinping, ha viajado a Lhasa, la capital del territorio, para encabezar los actos de conmemoración de dicha efeméride. Es la primera vez que un jefe del Estado chino acude a esta ceremonia decenal, un gesto que refuerza la voluntad de Pekín de consolidar su dominio sobre un territorio cuya condición política continúa siendo objeto de disputa. El inusual viaje, que comenzó el miércoles y que no había sido anunciado, se produce en un momento marcado por la pugna en torno a la sucesión del Dalái Lama, el líder espiritual de la región y que está en el exilio desde 1959.
Ante 20.000 personas reunidas en la capital tibetana, el mandatario chino, de 72 años, ha instado este jueves a preservar la “estabilidad política, la unidad étnica y la armonía religiosa”. Xi se ha convertido, además, en el único presidente de China que ha pisado el altiplano en condición de líder en dos ocasiones. Previamente lo había hecho en 2021, para la celebración del 70º aniversario de lo que en China se conoce como la “liberación pacífica de Tíbet”, pero que muchos tibetanos y buena parte de la comunidad internacional interpretan como una ocupación militar.
En su discurso, recogido por los medios locales, Xi elogió al gobierno local por “librar una lucha a fondo contra el separatismo”, en alusión a la resistencia tibetana frente al control de Pekín. No hubo, sin embargo, referencias al Dalái Lama, quien huyó a la India tras una revuelta fallida en 1959 y quien, el pasado junio, anunció que será su comunidad en el exilio, y no el Partido Comunista, la que tendrá la autoridad exclusiva para identificar a su reencarnación. Pekín respondió entonces que su reencarnación deberá cumplir con los requisitos de “búsqueda e identificación en China” y contar con la “aprobación del Gobierno central”.
El Dalái Lama, de 90 años, aboga desde hace décadas por una vía intermedia que otorgue al Tíbet una autonomía real dentro de China, pero las autoridades comunistas lo consideran “un separatista bajo el disfraz de la religión”. Durante su intervención en Lhasa, Xi ha pedido a las autoridades locales que sigan “orientando” al budismo tibetano para que se adapte al socialismo.
La agencia estatal de noticias, Xinhua, recoge que el presidente urgió a los cuadros del Partido a construir un Tíbet “socialista y moderno, que esté unido, sea próspero, civilizado, armonioso y hermoso”, adjetivos que Xi suele emplear para referirse a la meta ideológica que tiene para China, concebida como un modelo alternativo al occidental. También ha hecho un llamamiento para promover el uso del mandarín, así como los intercambios económicos, culturales y de personal entre la región y el resto de la nación.
Pekín sostiene que los tibetanos gozan de plena libertad para practicar su fe. Sin embargo, su religión constituye el núcleo de una identidad forjada durante siglos que, según denuncian múltiples organizaciones defensoras de los derechos humanos, el Gobierno chino está socavando de manera paulatina.
En los últimos años, Tíbet ha experimentado la llegada de más población han —la etnia mayoritaria en China—, la separación de miles de niños tibetanos de sus familias para ser escolarizados en internados en los que se les imparte la enseñanza en mandarín, y la supresión de cualquier forma de expresión política o cultural ajena al Partido Comunista. Tíbet está completamente cerrado a la prensa extranjera, y solo se permite la entrada de periodistas en viajes organizados por el Gobierno. En el caso de turistas foráneos, deben hacerlo a través de una agencia de viajes y con un itinerario pactado, y siempre con la presencia de un guía.
Las tropas del Ejército Popular de Liberación cruzaron la frontera oriental de Tíbet en 1950, un año después del establecimiento de la República Popular de China. En 1951, bajo una fuerte presión, una delegación tibetana acordó reconocer la soberanía de Pekín a cambio de conservar su sistema político y religioso. Sin embargo, en la práctica, aquel pacto abrió la puerta a la presencia permanente del ejército chino en la meseta y al progresivo establecimiento de estructuras administrativas controladas por el Partido Comunista.
En 1965, Tíbet quedó instaurada como región autónoma, una división administrativa donde las minorías étnicas tienen derecho a cierto grado de autogobierno. Actualmente, existen cinco en China: Tíbet (etnia tibetana), Xinjiang (uigur), Ningxia (hui), Mongolia Interior (mongola) y Guangxi (zhuang).
La agencia estatal de noticias, Xinhua, apunta que la visita de Xi “demuestra la gran importancia que la dirección del Partido otorga al trabajo en el Tíbet y su sincera preocupación por los cuadros tibetanos y la ciudadanía de todos los grupos étnicos en la región”.
Importancia geoestratégica
Tíbet es considerada una pieza clave para la seguridad territorial y la estabilidad política de China, y ocupa un lugar central en su estrategia por ser frontera con la India. Además, el territorio es conocido como “la torre de agua de Asia” por ser el lugar de nacimiento de los grandes ríos del continente —entre ellos, el Yangtsé, el Mekong y el Brahmaputra—, lo que le confiere una importancia vital tanto en el suministro de agua y energía como en el equilibrio geopolítico de Pekín con sus vecinos del sur.
China inició el mes pasado la construcción en Tíbet de la que será la mayor presa hidroeléctrica del mundo, la central de Motuo, sobre el río Yarlung Tsangpo. Una vez concluido el proyecto (con una inversión estimada de 1,2 billones de yuanes, unos 160.000 millones de euros), superará a la presa de las Tres Gargantas y podrá generar hasta tres veces más energía. Expertos y responsables políticos en India y Bangladés han mostrado sus reticencias y alertan de que la infraestructura otorgará a China la capacidad de controlar o desviar un cauce transfronterizo que alimenta los ríos Siang, Brahmaputra y Jamuna, y que es esencial para millones de personas en los dos países.
La llegada de Xi a Tíbet coincidió el miércoles con otro viaje inusual, el del ministro de Exteriores, Wang Yi, a la India. Los lazos diplomáticos entre la primera y segunda nación más pobladas del planeta estaban profundamente deteriorados desde 2020, cuando un enfrentamiento fronterizo dejó muertos en ambos bandos. Pekín y Nueva Delhi acordaron el miércoles varias iniciativas para estabilizar la relación bilateral: se reanudarán los vuelos directos, se impulsará el comercio y la inversión, se agilizarán las visas para periodistas y empresarios y se crearán mecanismos institucionales para gestionar la situación en la frontera.
El primer ministro indio, Narendra Modi, visitará China la semana que viene para participar en la cumbre de la Organización de Cooperación de Shanghái. Será su primer viaje a China en siete años.