Dos realidades chocan frontalmente en un cerro reseco al sur de la ciudad palestina de Hebrón. A un lado, Um al Kheir, una pequeña aldea de pastores con caminos de arena, casas sin revestir y tejados de lona en la que viven unas 300 personas. Al otro, a menos de 100 metros y tras un portón de hierro amarillo e importantes alambradas, el asentamiento israelí de Carmel, construido en los años 80, en el que residen unos 600 colonos que tienen agua corriente, electricidad y seguridad.
“Nadie los puede parar”, suspira el ingeniero palestino Khalil Hadalin, mirando a la colonia desde su pueblo, fundado por familias desplazadas del Neguev en 1948, tras la creación del Estado de Israel. Un jeep del ejército sale del asentamiento y dos soldados muy jóvenes bajan las ventanillas y le saludan con guasa en hebreo. La ocupación de los territorios palestinos que Israel lleva a cabo de forma constante desde 1967 queda resumida en la fotografía de ese instante, en ese lugar perdido que apenas aparece en los mapas.
“Desde el 7 de octubre de 2023, los colonos israelíes ya no tienen reglas ni límites. Respaldados y apoyados por el ejército, hacen lo que les da la gana: echan abajo las casas, atacan al ganado, cortan el agua y matan, pero se sienten libres y fuertes”, explica Hadalin, citando la fecha de los ataques de Hamás en Israel y al inicio de la guerra en Gaza.
Mientras el mundo mira a la Franja, la violencia de los colonos en Cisjordania se ha multiplicado, según la ONU, que ha registrado una media de cuatro ataques por día contra palestinos y sus propiedades en el último año, unas cifras nunca vistas. Paralelamente, el avance de los asentamientos se ha acelerado. El último ejemplo es el plan para construir más de 3.000 casas en una nueva colonia que separará el norte y sur de Cisjordania y enterrará de facto la posibilidad de crear un día el Estado palestino. El plan, trazado hace 30 años y bloqueado desde entonces debido a la presión internacional, será anunciado oficialmente el miércoles.
Acorralados
Khalil Hadalin, de 39 años, es hermano de Odeh Hadalin, un conocido activista asesinado a finales de julio. La entrevista con este periódico se realiza al lado de una mancha de sangre seca, rodeada por un círculo de piedras colocado por el lugar donde cayó cuando fue tiroteado. Testigos y documentos gráficos prueban que el autor del disparo fue Yinon Levi, colono de un asentamiento cercano sancionado desde hace meses por Estados Unidos y el Reino Unido por sus ataques contra palestinos.
“Fue muy sencillo matarlo”, dice, desolado, su hermano. Levi, que vive en otro asentamiento cercano, durmió una noche en prisión y pasó un par de días en arresto domiciliario. Desde entonces está en libertad y ya ha vuelto a aparecer por las inmediaciones de Um al Kheir, cuentan los vecinos, sentados en el suelo en el Consejo comunal de la aldea, con gesto asqueado.
“Desde el 7 de octubre de 2023, Smotrich, Ben Gvir y Estados Unidos abren sus brazos de par en par a los colonos. Y los colonos nos hacen la vida imposible y nos acorralan. Pretenden que, silenciosamente, decidamos marcharnos”, acusa Hadalin, refiriéndose a los dos ministros más ultraderechistas del Gobierno de Benjamin Netanyahu: Itamar Ben Gvir, ocupa el Ministerio de Seguridad Nacional, y Bezalel Smotrich, actual titular de Finanzas.
Los colonos nos hacen la vida imposible y nos acorralan. Pretenden que, silenciosamente, decidamos marcharnos
Khalil Hadalin, activista palestino
“Pero no nos vamos a ir. El error de 1948 no se va a repetir”, piensa en voz alta este padre de familia, subrayando que tienen los documentos que prueban que compraron esta tierra para seguir manteniendo su vida de pastores. “Y de todas formas, ¿a dónde iríamos? No hay otra tierra”, asegura, pronunciando exactamente el título del documental ganador de un Oscar, que ha hecho que los problemas de esta zona del sur de Hebrón, conocida como Massafer Yata, traspasen las fronteras de Cisjordania. Su hermano fallecido fue justamente una de las personas que ayudó a rodar la película.
Um al Kheir se sitúa en la llamada área C, que abarca un 60% de la superficie de Cisjordania y está controlada militar y administrativamente por Israel. En esta zona hay decenas de pueblos, tierras agrícolas y recursos hídricos palestinos, además de todos los asentamientos israelíes. Se trata de una división establecida tras los acuerdos de Oslo de los noventa, con el objetivo de crear de forma provisional diferentes jurisdicciones y transferir más poderes de forma paulatina a las autoridades palestinas con vistas a la creación de un Estado. Pero nada de eso ocurrió y esta división prevalece hasta hoy. En esta zona C, en la que viven más de 300.000 palestinos y medio millón de colonos, se necesita el visto bueno de Israel para casi todo, comenzando por construir.
Según la ONG israelí Peace Now, el 95% de las peticiones que los palestinos de toda Cisjordania presentan para edificar son rechazadas por Israel. Por ello, a ojos de las autoridades israelíes, Um al Kheir y la veintena de aldeas que componen Masafer Yata son ilegales y cualquier construcción, desde una tubería de agua hasta un establo, puede ser demolida. Según la ONU, Israel ha demolido 56 estructuras en la aldea en los últimos 15 años, 14 de ellas en el último año y medio.
“La casa de mi madre la echaron abajo dos veces, el consejo municipal, cuatro. Todo lo reconstruimos como pudimos”, recuerda Hadalin.
Una parte de estos pueblos está además en un área recientemente declarada “zona de tiro” por responsables militares, lo cual amenaza especialmente a unos 1.200 palestinos de la zona. “Pero ellos sí son legales a ojos de Israel y yo no, solo por el hecho de ser palestino”, dice con rabia Hadalin, señalando a sus vecinos colonos.
Según la ONG israelí Peace Now, el 95% de las peticiones que los palestinos de toda Cisjordania presentan para edificar son rechazadas por Israel.
El hombre explica que el día en que mataron a su hermano, las excavadoras de los colonos habían llegado casi a la aldea, con la intención de empezar a hacer una carretera nueva. El fin era unir el asentamiento de Carmel con un outpost, una especie de embrión de colonia, que surge cuando algunas caravanas se instalan en un punto, sin tener ni siquiera la autorización del Gobierno israelí. En algunos casos son legalizadas por el Estado con los años, en otros, cada vez menos, son desalojadas por el propio ejército.
“Las excavadoras iban a arrasar nuestros olivos y nos pusimos en su camino para impedirlo. Yinon Levi empezó a disparar y un tiro alcanzó a mi hermano”, explica Hadalin.
Banderas israelíes en cerros vacíos
En estas colinas desérticas de Cisjordania se libra otra guerra, más silenciosa que la de Gaza, pero igualmente tenaz e incesante. En pocos años, el paisaje se ha transformado y es difícil imaginar una vuelta atrás. Las banderas israelíes ondean en lo alto de los cerros vacíos, en una especie de advertencia de lo que está por venir o de aviso para cualquier pastor palestino que quiera llevar a sus ovejas a pastar a estos terrenos. Una nueva carretera une ya Jerusalén con Hebrón, especialmente destinada a los israelíes, ya que ha dejado aislados a varios pueblos palestinos de los alrededores. No es un caso aislado. La expansión de los asentamientos no puede llevarse a cabo sin una red de carreteras y en los últimos años, Israel ha gastado millones de séqueles en construir cientos de kilómetros de rutas en Cisjordania que allanen el camino para que el número de colonos se multiplique por dos, denuncia Peace Now.
Mientras tanto, en lugares como Masafer Yata, la vida diaria es asfixiante, como el implacable calor que lo invade todo en este mes de agosto. “Creo que la última vez que salí a manifestarme fue en 2022. Desde octubre de 2023 aquí hay una nueva realidad en la que todo vale bajo el argumento de la defensa propia”, explica Naser Nawaja, uno de los activistas palestinos más conocidos de Masafer Yata, que vive en la vecina aldea de Susiya y documenta para la ONG israelí B’Tselem los abusos israelíes.
Ya no protestamos, tenemos miedo. Desde octubre de 2023 aquí hay una nueva realidad en la que todo vale bajo el argumento de la defensa propia
Nasser Nawaja, activista palestino
El 5 de agosto, una semana después del asesinato de Hadalin, los colonos cortaron las tuberías por las que Um al Kheir recibe agua siete horas por semana e impidieron que los vecinos las arreglaran, informó la ONU. El servicio se restableció una semana después. “Mientras tanto, tenemos que comprar el agua y también pienso en los animales porque ya no pueden salir a pastar debido a los colonos. Todo resulta mucho más caro”, explica Khalil Hadalin.
Matthew escucha las palabras de este activista como si fuera un vecino más. Tiene 28 años, vive en Washington y lleva varios días en Um al Kheir. “Es la tercera vez que vengo a Cisjordania. Mis impuestos contribuyen a la ocupación israelí y lo menos que puedo hacer es estar aquí y proteger de alguna forma a la comunidad con mi presencia”, explica, pidiendo que su nombre completo no sea publicado. Su misión, y la de otros activistas israelíes y estadounidenses presentes de manera continua en comunidades palestinas amenazadas, es ser testigos, documentar y frenar a los colonos, por el simple hecho de estar ahí. “Aunque no siempre funciona”, admite este estadounidense.
Desde el 1 de enero de 2023 hasta finales de junio de 2025, y según datos de la ONU, la violencia de los colonos logró desplazar a más de 1.100 palestinos de Cisjordania.
“El civil que antes salía del asentamiento y atacaba a un palestino puede haberse convertido hoy en un tipo con uniforme que representa al ejército, ya que algunos colonos están entre los miles de reservistas llamados a filas por la guerra en Gaza”, afirma Yehuda Shaul, experimentado activista israelí antiocupación, hoy codirector del grupo de reflexión Ofek.
Para Nawaja, si bien hace algunos años, el Estado israelí no paraba la violencia de los colonos contra los palestinos, “actualmente la dirige”. Los activistas coinciden en que los dos o tres años venideros serán “decisivos” para el futuro de estas comunidades amenazadas. “El otro día, unos colonos me preguntaban riéndose: ‘¿Dónde está Odeh Hadalin ahora? ¿Dónde está?’. Se sienten por encima de todo porque no hay ningún tipo de rendición de cuentas”, lamenta Nawaja.
“Paralelamente, no diría que el mundo nos ha olvidado, pero es verdad que cada vez viene menos gente por aquí. Y yo ya nunca voy solo a ningún lugar. Tengo miedo”, admite.