Suiza aún no se ha recuperado del mazazo arancelario que le ha asestado Donald Trump. Después de que el presidente de Estados Unidos amenazara en abril al pequeño y rico país alpino con un gravamen del 31% a sus exportaciones, los negociadores de Berna pactaron con la Administración norteamericana a inicios de julio un principio de acuerdo para dejarlo en torno al 10% -según medios locales-. Pero tras casi un mes de silencio, Suiza se estrelló finalmente contra el muro de Trump, que no aceptó el trato. La conversación con el republicano de la presidenta suiza y responsable de Finanzas, Karin Keller-Sutter, al filo del anuncio de los nuevos aranceles, acabó mal. Tan mal, que horas después, el 1 de agosto, día de la fiesta nacional, Suiza se despertó con un arancel del 39%, solo por detrás de Brasil, Laos, Myanmar y Siria. Una bofetada mayúscula, un shock para el país y para muchos, una humillación al Gobierno federal. “Para los sectores afectados, las empresas y sus empleados, es una situación extraordinariamente difícil”, admitió Keller-Sutter el viernes.
Urma es una de esas empresas golpeadas por lo que la patronal industrial Swissmem califica de “escenario del horror”. Está especializada en herramientas de precisión, impresoras 3D y soluciones de automatización. Emplea a unas 110 personas en Suiza y otras 50 en el exterior, también en EE UU. Yannick Berner, codirector ejecutivo de la empresa, vive con “gran decepción” la decisión de Trump, explica por teléfono. “Tenía esperanzas de que se llegara a un acuerdo para dejar los aranceles en un nivel decente, es decir, como los que tienen la UE o Japón [un 15%], donde está nuestra competencia. No es comprensible que nosotros tengamos aranceles más altos que nuestros vecinos”, afirma Berner.
En un viaje relámpago, el Ejecutivo entregó la semana pasada a Washington una nueva oferta. Suiza seguirá negociando y se tomarán medidas de apoyo a las empresas, pero de momento los aranceles se quedan y el precio a pagar por rebajarlos será ahora más alto. Y no hay garantía de éxito.
“Al final, todo está en manos de Trump”, reconoció Keller-Sutter, que además de verse cuestionada por la estrategia desplegada con un presidente con el que decía haber encontrado el hilo, ha sido públicamente vapuleada por él. “La señora era amable, pero no quería escuchar”, dijo de ella a la cadena CNBC, donde también comentó que no la conocía, pese a que ambos hablaron ya en abril. “No hay que tomárselo de manera personal”, según dijo la presidenta suiza, en un intento de parecer estoica.
Trump sí parece haberse tomado como algo personal el déficit comercial de EE UU con Suiza, de 38.500 millones de dólares (unos 33.000 millones de euros) el año pasado, y que interpreta como una “pérdida directa causada por los suizos”, algo que Berna rechaza. También tiene en el punto de mira a su potente industria farmacéutica, a la que amenaza porque pretende que reduzca el precio de los medicamentos que vende en EE UU. Ese ha sido su foco, y de nada ha servido que el 99,3% de los productos estadounidenses tengan libre acceso al mercado suizo, que sea el séptimo país en inversiones en EE UU y dé allí empleo a medio millón de personas en sus filiales, o que en servicios la balanza sea favorable a Washington. Un portavoz de la Casa Blanca lo expresó de otra forma en medio de la consternación suiza: “Es uno de los países más ricos y con mayores ingresos del mundo, no puede esperar que EE UU tolere una relación comercial unilateral”.
Suiza, con nueve millones de habitantes, es un país volcado en la exportación, que aporta un 40% de su riqueza. En 2023 exportó mercancías por 274.000 millones de francos suizos (algo más de 291.000 millones de euros), casi la mitad a los miembros de la UE (sobre todo Alemania) y con EE UU como primer socio comercial con un 18%, según datos del Gobierno. Los principales productos vendidos a los estadounidenses son los farmacéuticos y químicos (suponen casi la mitad del total), metales preciosos y oro —que se refina en Suiza y cuyo comercio ha agravado el déficit comercial de Washington al incrementarse significativamente desde que comenzaron las amenazas arancelarias—, relojes, maquinaria e instrumentos de precisión. A falta de saber cómo acabará el órdago a las farmacéuticas, estos son los sectores más afectados.
Urma, por ejemplo, exporta el 90% de su producción y de ella, entre el 20% al 25% a EE UU. En los días anteriores al anuncio de los nuevos gravámenes, la empresa adelantó pedidos del mercado norteamericano para evitar el primer golpe y ahora tiene “como prioridad” hablar con los clientes y empleados para reducir la inseguridad de la situación y transmitir estabilidad, afirma Berner, que espera que al final se pueda llegar a un acuerdo con Washington. “Como empresa tengo que ser optimista, pero es fuerte, sobre todo en comparación con otros países. Es incomprensible que se castigue más a Suiza”.
Mientras digieren la nueva situación, en Suiza se cruzan las voces que quisieran de su Gobierno una respuesta a EE UU, y otras que apuestan por acercarse más a la UE. El país no forma parte de la Unión, que ha aceptado un 15% de arancel, si bien tiene acceso al mercado comunitario por acuerdos bilaterales cuya actualización está ahora pendiente del debate político interno tras años de negociación con Bruselas.
La industria relojera, uno de los emblemas del país, también ha recibido con estupefacción el nuevo arancel de Trump. “Es una mala noticia para toda la economía suiza,”, afirma por teléfono Yves Bugmann, presidente de la federación de la industria relojera suiza FH. El arancel desorbitado “no se justifica económicamente”. Un reloj suizo lo paga al entrar en EE UU, pero no hay gravamen para uno estadounidense en el camino inverso, “no hay equivalencia o reciprocidad”. El sector, que emplea a unas 65.000 personas, exporta el 95% de su producción, y el mercado norteamericano es con un 20% el principal destino.
Bugmann cree que seguirá siendo “un mercado estratégico” pese al problema de los aranceles. “La etiqueta Swiss Made es parte de nuestro ADN y para los consumidores significa un reloj de absoluta calidad”, también al otro lado del Atlántico. Parte de las empresas han aprovechado los últimos meses de conversaciones y los días antes de la entrada en vigor del 39% para llenar los almacenes en EE UU, lo que les dará un respiro temporal. “Después habrá que analizar la estructura de precios”, dice Bugmann, pero eso es asunto de las empresas. “Todavía creo que es posible un acuerdo”. Y el Consejo Federal (el Gobierno) debe impulsar la negociación “de manera prioritaria y con gran fuerza”, añade.
Aunque en menor medida que en otros sectores, la industria alimentaria se verá asimismo afectada. No tanto gigantes como Nestlé o la empresa de chocolates Lindt & Sprüngli, que en buena medida producen en EE UU lo que venden en ese mercado, pero sí otros fabricantes, desde los caramelos de hierbas alpinas Ricola a quesos como el Gruyère. También un producto típico del país, la navaja suiza, que fabrica Victorinox, con sede en Ibach (Suiza central). El estadounidense es su principal mercado de exportación, transmite en un correo electrónico su director, Carl Elsener, que añade que “representa más del 20%” de la facturación exterior. “Seguimos analizando las repercusiones de estas cargas externas”, asegura. Con unos 2.250 empleados dentro y fuera de Suiza, y un volumen de negocio el año pasado de 417 millones de francos suizos, no se plantea trasladar producción a EE UU, “en particular” la de su producto estrella, la navaja. “Este icono suizo está indisolublemente ligado a la promesa de calidad ‘Made in Switzerland”.
Hans Gersbach, profesor de Economía y director adjunto del Instituto KOF de la Universidad Politécnica de Zúrich, ha analizado los escenarios del impacto económico de los aranceles de Trump. Si el 39% se mantiene mucho tiempo, prevé “repercusiones negativas considerables” en la economía suiza, con una caída de entre el 0,3% y 0,6% del PIB. “Pero no habría recesión, sino un crecimiento menor”, explica en una conversación telefónica. En cambio, un gravamen similar a las farmacéuticas y problemas en la cadena de suministros internacional, entre otros, agravaría claramente el retroceso del PIB y el riesgo de recesión. Los altos gravámenes también ponen en el alero, a largo plazo, “entre 7.000 y 15.000 empleos”.
“Las empresas afectadas analizarán ahora si pueden seguir exportando con estos aranceles. Algunas tal vez tengan que dejar sus negocios en EE UU porque ya no es rentable. Otras, que tal vez también tengan plantas de producción en países de la UE, por ejemplo, pensarán si trasladar la fabricación a donde los aranceles sean más bajos. Y otras quizás se planteen construir nuevas plantas en otros países. Pero, por supuesto, es una carga muy difícil para muchas pequeñas y medianas empresas que solo tienen una sede en Suiza”, añade.