El primer ministro británico, Keir Starmer, y el presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski, se han reunido este jueves en Londres para enviar un mensaje de unidad en el apoyo europeo a Ucrania. Esta postal, que resume la solidaridad con el país al que Rusia atacó con una invasión a gran escala en febrero de 2022, se produce un día antes de la crucial reunión que los presidentes de Estados Unidos, Donald Trump, y de Rusia, Vladímir Putin, mantendrán este viernes en Alaska, una cita en la que podría quedar sentenciado el futuro del conflicto en Ucrania.
Tras apenas una hora en el número 10 de Downing Street, en los jardines de la residencia oficial del premier, no ha habido declaración conjunta. El encuentro, pues, ha sido más simbólico que práctico. Pero el objetivo era estratégico: evidenciar, una vez más, que Europa está con Ucrania y apuntalar ante Trump el mensaje que los líderes europeos habían enviado el miércoles al presidente estadounidense: que nada del futuro de Ucrania puede decidirse sin tener en cuenta a Ucrania.
Como suele ocurrir cuando Zelenski llega a Downing Street, el saludo ha vuelto a ser en este caso especialmente afectuoso, con un fuerte abrazo, que han repetido al final de la reunión, cuando Starmer, a diferencia de lo que acostumbra, ha acompañado al político ucranio hasta su coche. En ambas ocasiones, ambos han preferido mantener silencio ante las insistentes preguntas de los medios de comunicación, que los interpelaban sobre sus expectativas ante el cara a cara de Trump y Putin.
Silencio calculado
Su mutismo es táctico, dado el interés compartido para evitar llevar la contraria al presidente de EE UU, especialmente tras las notas positivas detectadas en su intervención de este miércoles, tras la conversación con los líderes europeos, cuando habló de la posibilidad de un segundo encuentro con Putin, que contase también con la asistencia de Zelenski.
El tono en el continente es de cauteloso optimismo, después de que Trump declarase que su objetivo para el viernes es lograr un alto el fuego y, especialmente, que acordase que cualquier concesión en materia de territorio tendrá que decidirse con la implicación de Ucrania. Además, según el presidente de Francia, Emmanuel Macron, Trump habría aceptado la necesidad de garantías de seguridad como parte esencial de cualquier acuerdo de paz, una demanda que, hasta ahora, había bloqueado el entendimiento entre EE UU y Europa.
Para Starmer, esta había sido, precisamente, la gran preocupación desde la vuelta del republicano a la Casa Blanca el pasado enero. El Reino Unido ha actuado desde entonces como gran valedor de Ucrania, con una campaña renovada que ha llevado a la formación de la llamada “coalición de voluntarios”, un grupo de países que deciden comprometer recursos para ayudar a Ucrania y compensar la menor implicación que Washington ha mostrado con el conflicto en este segundo mandato de Trump. De ahí la escala intencionada de Zelenski en Londres, tras su paso el miércoles por Berlín, desde donde siguió, junto al canciller Friedrich Merz, el curso de las cruciales conversaciones de los mandatarios.
Las claves habían sido analizadas el día anterior, por lo que la reunión en la capital británica ha sido, fundamentalmente, una cuestión de óptica, la oportunidad de recalcar el mensaje de unidad de Europa en torno a Ucrania, y con Washington como destinatario de referencia. La cumbre de Alaska, a la que no asistirá ningún líder europeo, ni siquiera Zelenski, proyectaba este jueves en Londres una sombra alargada, de la que la disposición a dialogar de Putin preocupa tanto como los términos y el tono que Trump presente ante el dirigente ruso.
La impresión causada por su declaraciones de esta semana es, en principio, positiva, pero la imprevisibilidad del mandatario norteamericano y precedentes anteriores contienen el optimismo. El mayor temor en el continente es que, en su cara a cara con Putin, confirmado ya por el Kremlin, Trump excluya de alguna manera a Europa y obvie la gran demanda ucraniana: la protección de su integridad territorial. Pese al silencio mantenido por Starmer en los últimos días, el primer ministro británico ha mantenido, a puerta cerrada, una frenética campaña de presión diplomática y, públicamente, ha querido insistir, a través de comunicados, en que las fronteras deben protegerse y no pueden moverse “por la fuerza”.