Quizá sea valentía, hartazgo o determinación. O un poco de todo. Cuenta con naturalidad el periodista, profesor y ensayista moscovita Serguéi Medvedev, de 58 años, que no es solo que el Kremlin le considere “agente extranjero”, sino que hay orden de arresto en su contra; que le pueden caer entre 10 o 20 años de cárcel en un tribunal ruso por delitos de ”difamación” contra el ejército de su país, y que ya hay lugares a los que no puede viajar por temor a ser detenido. “Pero no me puede importar menos”, dice en una conversación mantenida este jueves en Madrid.
Medvedev vive exiliado en Praga, donde imparte clases en la Charles University. Abandonó su tierra natal en marzo de 2022, poco después del inicio de la gran ofensiva rusa sobre Ucrania. Pero asegura que lo del exilio no forma parte ya de su identidad. “No volveré a Rusia”, afirma, “aunque haya un resurgimiento de la democracia, es demasiado tóxico”. No quiere compartir sitio con gente que apoyó una guerra con miles de muertos.
Avisa de que sus palabras son duras. “Para mí”, continúa, “ser ruso hoy es responsabilidad, culpabilidad. Como ser alemán en 1945″. Medvedev ha participado este viernes en una conferencia sobre el exilio ruso organizada en Madrid por el centro de análisis CIDOB y la Fundación Friedrich Ebert.
Pregunta. ¿Entiende mejor los motivos que hay tras la invasión rusa de Ucrania tres años después?
Respuesta. Aprendí más sobre Rusia que sobre Vladímir Putin. Los motivos de Putin no son nuevos para mí. Son los mismos que hace tres, cinco o quizá 15 años. Aprendí cómo Rusia ha aceptado fácilmente esta guerra, la ha normalizado y está dispuesta a vivir con ella. La gente la identifica como una continuación de la II Guerra Mundial de hace 80 años, creyendo que Rusia está de nuevo en guerra con el mundo y Occidente, que tenemos que plantar cara al fascismo. Ese es el pensamiento de Putin cuando se refiere a la desintegración de la Unión Soviética como la catástrofe geopolítica más grande del siglo XX. Los motivos son evidentes: Rusia es un imperio enfermo, decadente y en descomposición, y no quiere aceptar su fin.
P. ¿En qué se traduce este colapso de Rusia?
R. Es mental. Muchos imperios pasaron por esto, como España, el Reino Unido o Francia. Es la pérdida de un gran imperio de más de 100 años. Se derrumbó primero en 1917; luego, en 1991. Pero aún existe. Se cree un gran país con un gran pasado, una gran nación, la gran civilización euroasiática. La gente creció con esta nostalgia imperial. Pensamos que, 30 años después de la caída de la URSS, el país se habría normalizado, convertido en más global y orientado al comercio, pero no. El país y la clase política están impulsados por el resentimiento y la nostalgia. La guerra de Ucrania forma parte de esto y la gente lo acepta. No ven a los ucranios como una nación independiente, sino como una parte de Rusia que los ha traicionado.
P. ¿Se puede pensar en la invasión de Ucrania sin el apoyo de la sociedad rusa?
R. No. Ya no es la guerra de Putin, sino la guerra de Rusia. Hay un país detrás de Putin que apoya esta guerra y se beneficia. Hay voces disidentes, pero son muy pocas, muy limitadas y fácilmente punibles. Hay un paralelismo con Alemania en la II Guerra Mundial: no fue la guerra de Hitler, sino la guerra de Alemania. Putin mismo es un producto de Rusia, es uno de los momentos culminantes de la historia rusa. No es casualidad que esté en el Kremlin, que gobierne, que amenace al mundo. Es una especie de desarrollo natural de la historia rusa. El periodo posterior a la URSS, la breve etapa de democracia, fue probablemente una excepción, una ventana de oportunidad que luego se cerró.
P. ¿Quién cerró esa ventana?
R. Se cerró tanto desde Rusia como desde Occidente. El cambio no fue completo, Rusia nunca se transformó realmente. Es una cuestión de desilusión. Teníamos demasiadas ilusiones en los años noventa. Pensábamos que el mundo había cambiado, que no habría más guerra, que no habría un gran Occidente en expansión. En Rusia teníamos ilusiones sobre Rusia, que el comunismo había terminado. Nos equivocamos.
El comunismo había finalizado, pero las élites permanecieron en su lugar. Privatizaron sus activos, pero fueron las mismas personas que gobernaron la URSS. Había una fina capa de demócratas como [Mijail] Gorbachov o [Andrei] Sájarov, el famoso disidente. [Boris] Yeltsin era parte de la vieja élite, transformó el poder en la nueva era. La KGB se quedó como FSB; el ejército soviético también y todo el aparato administrativo.
P. ¿Puede continuar la guerra en Ucrania sin Putin?
R. Sí. Incluso si Putin se va, si muere repentinamente, si hay un golpe de Estado, si lo matan, no habría una transición inmediata ni fácil. Existe un segundo escalón y un tercer escalón. El poder está en manos de quienes han pasado por la guerra, quienes se benefician de ella. Incluso si se va, esta guerra no terminará de un día para otro: dirán que no se alcanzaron los objetivos, que Rusia nunca será derrotada. Además, la economía ahora funciona con este impulso bélico.
Después de tres años, la inercia de la guerra, la dinámica del mundo es tal que Putin no puede detenerla. Y me temo que también tienen al gran Occidente en el punto de mira. Hay un plan mucho más grande para una guerra mundial, no necesariamente nuclear, sino híbrida para desestabilizar Europa. Putin está contento con la guerra, ese es su estado natural, lo que le permite gobernar.
P. Mucha gente piensa que está loco.
R. No, creo que es bastante racional en su forma de pensar. Puede parecer un loco a los extranjeros porque va más allá de las normas. Fue el primero en el mundo en demostrar que se pueden transgredir sin ser castigado. Rusia invadió Georgia en 2008 y no pasó nada; se anexionó Crimea en 2014 y tampoco, todo siguió igual. Algunas sanciones menores, pero luego llegó el Mundial de 2018. Occidente seguía comprando petróleo, seguía comerciando con Rusia. Putin fue el primero en demostrar que una gran potencia nuclear puede ignorar por completo el derecho internacional sin castigo.
Es muy racional, calculador, lo suficientemente inteligente como para construir todo el sistema político ruso en torno a él. Para apropiarse de toda la esfera política rusa; infundir miedo en la élite, controlarla.
P. ¿Qué aceptarían los ciudadanos rusos para la paz con Ucrania?
R. Aceptarán lo que Putin les diga. Puede decirles que han ganado, que se retiran de Ucrania, pero que está debilitada y les parecerá bien. En Rusia no hay opinión pública, ni conciencia o mentalidad pública. Es solo una masa de gente dispuesta a aceptar todo lo que les dice la propaganda. Así que, si les informan de que se va a bombardear Washington, dirán que vale. O si se les dice que hay que hacer negocios con China. No les importa mucho la política. Se preocupan por su vida cotidiana, son personas muy conformistas.
P. ¿Hay alternativa a este régimen en el exterior?
R. Si hay alguna alternativa, está dentro del país. No creo que desde fuera se pueda cambiar. La oposición rusa en el exilio tiene un enorme respeto por mucha gente como [Alexéi] Navalni o [Gari] Kaspárov. Pero no se hagan ilusiones, no son nadie en Rusia. La única persona que representaba una seria amenaza para el régimen y que podía reunir a gente detrás de él era Navalni y fue asesinado.
P. Se trata, por tanto, de encontrar el modo de enfrentarse a la naturaleza de esta Rusia.
R. En los últimos 400 años, Rusia es el mismo estado colonial, el estado que coloniza el país. Suena duro, pero es una sociedad un tanto servil, que no tiene ninguna independencia. La gente en Rusia no se ha desligado del Estado, que ahora gobierna a través del miedo absoluto. No existen ciudades, universidades o comunidades independientes, ni un sentimiento de identidad nacional. La sociedad sigue reprimida como en la época de Iván el Terrible, Pedro el Grande, Nicolás I, Lenin y Stalin. Ha habido breves periodos de libertad, pero después, el Estado regresa.