Es viernes y Rebeca Grynspan pasa unas horas en Madrid tras la Conferencia Internacional de Desarrollo que se clausuró el día anterior en Sevilla y está a punto de volar a Río de Janeiro para participar en la cumbre de los BRICS en la que se verá, entre otros políticos, con el ministro de Asuntos Exteriores ruso, Serguéi Lavrov. Esta agenda frenética es habitual en esta mujer que ha pasado por cargos como la secretaría general Iberoamericana o la vicepresidencia de Costa Rica y lidera ahora la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD).
Algunas informaciones la señalan como candidata a suceder a António Guterres al frente de Naciones Unidas cuando venza su mandato a finales de 2026, pero Grynspan (69 años, San José) prefiere no entrar en especulaciones e insiste en respetar la coreografía habitual que rodea a estos nombramientos, que debe comenzar con la propuesta oficial de su país. Si prospera, podría competir con nombres como la expresidenta chilena Michelle Bachelet o el argentino Rafael Grossi, ahora al frente de la Agencia Internacional de la Energía Atómica. Lo que parece claro es que en esta ocasión la región de América Latina y Caribe parte con buena posición para asumir el puesto más importante de la ONU, que nunca ha estado en manos de una mujer. Grynspan insiste en no adelantarse. Pero si se le pregunta qué querría hacer si su candidatura prosperase, desgrana un discurso a favor del multilaterismo en tiempos oscuros para las relaciones internacionales, en los que el orden que surgió tras la II Guerra Mundial parece a veces venirse abajo. Y lanza un mensaje de optimismo basado en su propia trayectoria vital. “Recuerdo que cuando era niña muchísimos lugares de Costa Rica no tenían luz y los niños iban descalzos. Hoy todo eso ha cambiado para bien. Cuando creemos que no podemos hacer nada, no nos movilizamos. Es la mejor receta para la parálisis”, asegura, tratando de desechar las visiones más apocalípticas, en una charla celebrada en la redacción de EL PAÍS.
Pregunta. Los participantes en la cumbre de Sevilla se fueron a casa con un cierto optimismo. Pero el documento aprobado no era vinculante y no contó con el apoyo de Estados Unidos. ¿Se quedará en una declaración más, sin efectos sobre la vida de los más necesitados de ayuda?
Respuesta. El documento tiene muchas recomendaciones prácticas, realistas. No son necesariamente nuevas, pero sí están mucho más aterrizadas.
P. En un contexto en el que gobiernos de todo el mundo priman la seguridad y la defensa y recortan la ayuda al desarrollo, ¿qué garantías hay de que esas propuestas se vayan a poner en marcha?
R. No hay garantías. Hay que organizarse para que esto suceda. Ser perseverante y conquistar la buena voluntad de las poblaciones, para que la sociedad civil y el sector privado nos ayuden a realizarlas. Esto será bueno no solo para los países en desarrollo, sino también para los ricos.
P. Uno de los factores de ese optimismo fue la ausencia de EE UU, que permitió ir más lejos de lo esperado. ¿Qué se ha roto para ver como una buena noticia que la primera potencia mundial y el mayor financiador del desarrollo se quede fuera del consenso?
R. Tenemos que hacer todos los esfuerzos para mantener las relaciones con EE UU. Espero que sea más fácil cuando tengan un representante en Naciones Unidas. Pero también es cierto que el resto de los países están ahí. 192 países del mundo acordaron un texto. En Sevilla quedó muy clara esa paradoja: el consenso generalizado frente a la ausencia de EE UU.
P. Usted denuncia la falta de previsibilidad como uno de los grandes males actuales. Este miércoles vence el plazo que dio el presidente Donald Trump para imponer aranceles al resto del mundo. ¿Es la amenaza de guerra comercial el mayor ejemplo de esa imprevisibilidad, de un daño innecesario autoinfligido por los políticos?
R. La incertidumbre te impide planificar, tomar decisiones, tener una estrategia… Y entonces la inversión se paraliza. Por segundo año consecutivo, vemos una bajada de la inversión extranjera directa en el mundo, lo que va a afectar a la productividad. Y vemos algo muy preocupante: los proyectos más afectados son en áreas claves en el mundo en desarrollo. Vemos ese tándem: donde hay incertidumbre en el comercio, también se paraliza la inversión.
P. Son vasos comunicantes…
R. Hicimos un estudio de cómo afectarían los aranceles publicados por EE UU si se imponen el 9 de julio. Según nuestras estimaciones, las exportaciones de los países menos adelantados bajarían un 54%. Hacemos un llamado a repensarlo, porque no vale la pena afectar a estos países e infligir un impacto tan fuerte, que además no tendrán un beneficio para los objetivos que EE UU se ha puesto.
P. ¿Se ha convertido la Administración de Trump en un agente desestabilizador?
R. La imprevisibilidad viene porque no sabemos cuál va a ser el punto final de los anuncios de EE UU. ¿Habrá disrupciones? Sin ninguna duda. El resultado final será distinto a lo que teníamos antes. La incertidumbre viene por dos factores. En primer lugar, no sabemos dónde vamos a aterrizar. Pero, además, una de las cosas que daba previsibilidad en el comercio era el marco de la Organización Mundial de Comercio. Y esas reglas no están rigiendo en este momento.
P. América Latina cree llegado el momento de tener un secretario general de la ONU. Y en las ocho décadas de historia del organismo nunca habido una mujer al frente. Usted es mujer y latinoamericana. ¿Va a lanzar su candidatura para sustituir a Guterres?
R. Esa es una decisión de los países. Si Costa Rica decide proponerme, para mí será un honor. Este año la Asamblea General, junto con el Consejo de Seguridad, tendrá que llamar a la presentación de candidaturas.
P. Si eso ocurre, ¿cuál es su idea para dirigir la ONU a partir de 2027?
P. Es un poco temprano para entrar en una campaña sin ser todavía candidata, por tanto, voy a tener cuidado. Mi compromiso es con el multilaterialismo. Estamos pasando por una reconfiguración de la geopolítica. Los momentos de transición son de riesgo. Y no podemos quedarnos sin las instituciones que hemos construido. Tenemos que poder reformarlas. Pero sería muy peligroso crear un vacío. Todavía no sabemos qué mundo va a emerger. Tenemos que dirigir esto hacia un mundo mejor, no hacia uno más caótico. El multilateralismo es un elemento fundamental que debemos reformar, pero no destruir. Debemos también recuperar la confianza de los ciudadanos.
P. En este interregno histórico, el riesgo es pasar de un sistema multilateral a la ley del más fuerte.
R. No es inevitable ir en ese camino. Existe la probabilidad de que estemos en el camino equivocado. Pero creo que va a haber una coexistencia, por una parte, de elementos de polarización y, por otra, de ámbitos de consenso. Últimamente, hemos tenido algunos ejemplos de ello, como los tratados de pandemias, de océanos, el acuerdo de plásticos. Y ahora el compromiso de Sevilla.
P. ¿Qué podría aportar usted al máximo puesto de la ONU?
R. Habrá que escuchar a los países, porque son los que van a decidir. El secretario general tiene que ser el puente para que esa conversación nos lleve a buen puerto. Para reconstruir la confianza de los ciudadanos del mundo en el multilateralismo. Que vuelvan a tener confianza en que afecta sus vidas para bien. Hay un déficit de confianza, pero también de esperanza. Tras la II Guerra Mundial, la confianza en que era posible un mundo mejor fue fundamental. Y eso es lo que necesitamos. Mostrar que podemos construir un destino mejor.
P. ¿Qué diría a los que ven la ONU como un organismo inoperante ante un mundo cada vez con más guerras?
R. Habrá que tejer mucho para reconstruir la confianza y la esperanza de la población mundial en sus instituciones. Debemos reflexionar si en la ONU nos hemos esforzado lo suficiente para seguir en contacto con los ciudadanos del mundo. Se hacen muchas cosas que la gente no sabe y hay también una desconexión en nuestra capacidad de explicarnos. Tenemos que hacer un mayor esfuerzo para educar, porque vamos a necesitar la voz de la sociedad civil y la voz de la de los ciudadanos. Sin el apoyo de la mayoría va a ser muy difícil reformar, y el mismo tiempo fortalecer, las instituciones para lograr un mundo más pacífico y con mayores oportunidades para todos.
P. ¿Es necesario reformar el Consejo de Seguridad, un órgano que reflejaba el mundo posterior al de la II Guerra Mundial, pero no el de hoy?
R. Sí. Naciones Unidas tiene la legitimidad de ser la única institución de membresía universal. Pero para ser relevante tiene que incluir las voces de aquellos que surgieron después del mundo de 1945. Ni África ni América Latina tienen representación permanente en el Consejo de Seguridad. Hay un acuerdo de ampliar el número de miembros permanentes. No lo hay todavía con respecto a quién, porque obviamente hay rivalidades dentro de los continentes. Pero me parece un paso muy positivo el reconocimiento de que la membresía permanente debería ser ampliada.
P. Guterres ha tenido sonoros enfrentamientos con Israel por la guerra en Gaza. ¿Si usted lo sustituye, mantendría su línea o haría algún matiz?
R. Mal haría yo en decirle al secretario general qué tiene que hacer en estos conflictos. Esa discusión se dará dentro de Naciones Unidas. En este momento lo único que puedo decir, al igual que el secretario general y que todo el sistema de Naciones Unidas, es que hay que parar el sufrimiento en Gaza y la necesidad de volver a respetar el derecho humanitario internacional.
P. ¿Qué responde a las críticas de doble rasero contra Occidente por cómo aborda, por ejemplo, las guerras de Rusia en Ucrania y la de Israel en Gaza?
R. Un elemento muy importante, que se ha perdido, era proteger el derecho humanitario de la politización. El derecho humanitario tiene ser un espacio donde solo cuentan las personas. Esa es la pelea que tenemos que volver a dar. Tenemos que volver a darle al espacio humanitario la independencia de acción para salvar vidas por la que luchamos durante tantas décadas.