Si Bruselas concediese un premio al país más europeísta, es probable que Portugal los acumulase edición tras edición. Dos datos. En una encuesta de la Fundación Francisco Manuel dos Santos de 2024, el 84,5% afirmó que votaría a favor de la integración en la UE si hubiese un referéndum al día siguiente. Y en el reciente Eurobarómetro de 2025, el 90% de los portugueses considera que el país se ha beneficiado de su pertenencia a la Unión Europea, por delante del 79% de españoles, el 65% de los griegos o el 58% de franceses. De forma mayoritaria, los ciudadanos confían más en las instituciones europeas que en las nacionales. Lo que revela la estadística es que el desgarro provocado por la austeridad de la troika [Comisión Europea, Banco Central Europeo y Fondo Monetario Internacional] entre 2011 y 2014, cuando más decayó el entusiasmo europeísta, no ha dejado secuelas. El euroescepticismo existe, pero a día de hoy es minoritario.
Este jueves se celebra en el Monasterio de los Jerónimos, en Belém, la ceremonia oficial de apertura de las conmemoraciones por el 40 aniversario de la adhesión. Es el mismo lugar donde Mário Soares, entonces presidente de la República, firmó el tratado que avaló la entrada de Portugal en la entonces llamada Comisión Económica Europea (CEE) a partir del 1 de enero de 1986. “Es la consecuencia natural del proceso de democratización de la sociedad portuguesa iniciado con la Revolución de los Claveles y de la descolonización que le siguió, hecha con 20 años de retraso en relación con otros países europeos”, dijo Soares aquel día ante una amplia representación internacional, que incluyó al presidente español Felipe González.
Como primer ministro, Soares había sido el político que llamó a la puerta de Bruselas en marzo de 1977. Pasó casi una década hasta que Portugal accedió al club. La negociación fue dura, además de larga. Si los franceses recelaban de los productos agrarios españoles, a los británicos les preocupaba la competencia de la industria textil lusitana. Los derechos de pesca fue un asunto espinoso entre los países candidatos, que disputaban por la continuidad de barcos españoles en aguas territoriales lusas.
Cuando ambos países de la península Ibérica lograron las bendiciones y la CEE pasó a ser un club de doce, también ganó la posición geoestratégica de Bruselas. “Europa descubrió la relación con América Latina y el sur global. Eso cambió gracias a la entrada de Portugal y España, hoy se mira a América Latina con ojos diferentes”, sostiene Carlos Coelho, comisario de las conmemoraciones de los 40 años de la adhesión, en una conversación telefónica. Ese cordón umbilical se ha mostrado más visible que nunca con las negociaciones del Acuerdo entre la Unión Europea y Mercosur, que tanto Portugal como España defienden frente al rechazo de países como Francia.
La Europa del sur se reforzó con la entrada de ambos países, que se sumaron a Italia, socio fundador de la UE, y Grecia desde 1981. Los tres países de la Europa occidental que habían vivido siniestras dictaduras hasta los años setenta del siglo pasado y que, a comienzos del siglo XXI, afrontarían gravísimas crisis económicas que provocaron la intervención de instituciones internacionales en Grecia y Portugal. La confianza lusa en Bruselas decrece entre 2011 y 2014, cuando la troika dicta ajustes impopulares. Pero incluso en aquellos años el apoyo ciudadano no baja del 60%.
“Lo más importante de nuestra entrada fue la consolidación de la democracia”, señala Coelho, que cita a continuación el impacto de los fondos europeos en la economía portuguesa. “Hicimos carreteras, escuelas, hospitales, los fondos nos permitieron desarrollar el país”, subraya. Pero también la libre circulación del espacio Schengen es, a su juicio, uno de los grandes avances. “Cualquier joven portugués que desee estudiar o trabajar en otro país no es considerado un inmigrante, sino un ciudadano europeo con los mismos derechos”, añade.
En 1986 la subida de precios en Portugal era del 13%, la inflación más elevada de la docena de Estados miembros de entonces, y la tasa de paro estaba en el 10,1%. La economía lusa cerró el año pasado con una tasa de inflación del 2,4% y un desempleo en mínimos históricos del 6,4%.
Pero hay voces que critican la lentitud de la convergencia con Europa, con el PIB per cápita portugués muy alejado aún de la media comunitaria (fue el décimo octavo país en 2024 según Eurostat) y también la excesiva terciarización de la economía, volcada en los servicios y el turismo. “El 75% de los trabajadores están hoy en sectores de muy baja productividad, nuestra economía se desindustrializó de forma excesiva”, observa el catedrático de Economía de la Universidad de Coimbra José Reis.
El economista, que dirige un proyecto de investigación sobre La economía política del 25 de Abril, diferencia dos fases del impacto de la adhesión. La primera, explica, “continúa la misma forma de economía política desarrollada desde la revolución y que había dado resultados positivos en el empleo, el crecimiento económico y la estructura industrial”. La segunda fase, que comienza con la unión económica y monetaria (el euro se adopta en 1999), “no fue tan positiva porque deja de centrarse en la economía real para centrarse en la macroeconomía, que va a condicionar el crecimiento portugués y dar malos resultados”. Reis defiende la reindustrialización de la economía y reclama a su país que “presione para que Europa acepte una política industrial con una fuerte inversión pública que altere el perfil de especialización actual”.