Pasaban las 3.30 de la madrugada del jueves (hora de Washington, 9.30 en la España peninsular) cuando la Cámara de Representantes acordó salvar el último escollo procesal de la megaley One Big, Beautiful Bill (BBB son sus siglas en inglés). Tras una agónica votación, otra, que permaneció abierta durante más de seis horas para convencer a los indecisos, decidieron que la ambiciosa reforma fiscal, “grande y hermosa”, a la que Trump fía el éxito de su agenda económica interna, merecía afrontar su última fase y ser dirimida en la forma en la que había llegado el martes desde el Senado.
Aún faltaba por emitir, eso sí, el último episodio del culebrón legislativo de la temporada en Washington, que terminó a eso de las 14.30 de este jueves. Tras un discurso de casi nueve horas con el que el líder de la minoría demócrata, Hakeem Jeffries, batió un récord histórico de dilación parlamentaria, los republicanos de la Cámara dieron el sí definitivo a la ley tras meses de negociaciones y cambios tan significativos en el Senado que hicieron necesaria una segunda revisión en el Congreso.
Un total de 218 de ellos votaron en favor de una sensacional rebaja fiscal de 4,5 billones de dólares que beneficia a las rentas más altas y castiga a los pobres, además de cumplir con promesas electorales de Trump como la eliminación de los impuestos a las propinas, el refuerzo militar de la frontera con México o el aumento del gasto en defensa. Al final, hubo 214 votos en contra y dos díscolos en las filas conservadoras (cuatro habría significado al desastre): Brian Fitzpatrick (Pensilvania), preocupado por el final de ciertas provisiones de la economía verde, y Thomas Massie, halcón fiscal de Kentucky.
Así que la norma llegará, como quería el presidente estadounidense, a tiempo para que pueda firmarla este viernes, Día de la Independencia. Trump había presionado para que se cumpliera un plazo tan simbólico como artificialmente impuesto. Que los miembros de su partido se plegaran a cumplirlo y, sobre todo, a aprobar una ley que le deja las manos libres para acometer la gran transformación de la sociedad estadounidense que se ha marcado como objetivo, supone otro gran triunfo para un Trump en racha, encaramado a lo más alto de su poder político cinco meses después de jurar el cargo.
La BBB también rompe algunos de sus compromisos electorales: el presidente estadounidense prometió en campaña que no tocaría Medicaid, pero la BBB mete un recorte de casi un billón de dólares a ese escudo social para los más desfavorecidos, al sistema de hospitales rurales y al programa SNAP, que es como ahora se llama al sistema de distribución de cupones para alimentos. Teniendo en cuenta que Trump consiguió ganar las elecciones que lo devolvieron a la Casa Blanca haciendo un truco de prestidigitación con el que logró hacer pasar al republicano por el partido de la clase trabajadora, está por ver cómo se tomará su base esta reforma fiscal, cuyos críticos pintan como a una especie de Robin Hood a la inversa: quitará el dinero de los pobres para dárselo a los ricos.
Pese a las dudas sobre la factura política que la reforma fiscal pueda pasarles, los congresistas conservadores hicieron de tripas corazón y aprobaron un texto de 940 páginas que apenas tuvieron tiempo de leer tras los cambios del Senado, donde la norma fue aprobada gracias al voto de desempate del vicepresidente, J. D. Vance, y tras cuatro días agónicos. En su última encarnación, la ambiciosa BBB incorpora ciertas líneas rojas en materia de gasto público por las que muchos de ellos, especialmente los miembros del ala más dura del partido, dijeron que no pasarían y finalmente cruzaron.
Según la Oficina Presupuestaria del Congreso, un organismo independiente del Capitolio, la ley sumará 3,3 billones de dólares al déficit estadounidense, en cifras récord tras la pandemia. Ese número encendió los ánimos del hombre más rico del mundo, Elon Musk, que ya no está encargado de adelgazar la Administración estadounidense al frente del Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE), pero se opuso en las últimas semanas de un modo tan decidido a la aprobación de la ley hasta como para provocar un desagradable divorcio en directo con Trump.
El miércoles, que empezó con la cancelación por las tormentas de verano de los vuelos de vuelta a Washington de algunos de miembros de la Cámara de Representantes, había sido otro día de infarto en el Capitolio. No faltaron las negociaciones a la carrera y las presiones de pasillo, las demostraciones de indocilidad de cara a la galería y los compromisos arrancados a puerta cerrada. También, el premio a la mejor declaración de la jornada. Fue para Ralph Norman (Carolina del Norte), que dijo a los periodistas, antes de cambiar definitivamente de idea: “No puedo decir que sea un ‘sí’; tampoco, que sea un ‘no”.
Presiones públicas y privadas
Entre bambalinas, Trump presionaba a los indecisos a golpe de llamadas telefónicas desde la Casa Blanca y a través del doctor-de-la-tele metido a funcionario de sanidad Mehmet Oz, al que mandó al Capitolio para que distribuyera un argumentario de tintes aporofóbicos que los congresistas repetían en las televisiones por cable: que el tajo a Medicaid, que amenaza con dejar a 12 millones de personas sin protección social, no se aplica más que a aquellos que pudiendo hacerlo, se nieguen a trabajar.
El presidente estadounidense también empleó las armas de las redes sociales que tan bien domina. Durante toda la jornada, empujó a los indecisos a base de mensajes que se debatieron entre un lenguaje más propio de una animadora de instituto (“¡Vamos, compañeros!”) y otro, más clásico en él, teñido de impaciencia: “A los republicanos: ¡Debería ser un voto fácil! ¡RIDÍCULO!”, escribió a las 0.45 del jueves, antes de desconectarse por unas horas de su red social, Truth.
El trabajo de campo (más bien, de la moqueta azul del hemiciclo) corrió a cargo del presidente de la Cámara de Representantes, Mike Johnson, que iba de un lado a otro con su cara de niño aplicado y un mantra impepinable (con una ley ómnibus como esta, “es imposible contentar por completo a todos”). Mientras tanto, vendía, a cambio de votos, concesiones, no en la forma de cambios de última hora en el texto, ya intocable, si no de decisiones ejecutivas favorables para este o aquel Estado y los ajustes que hicieran falta con tal de terminar con la agonía antes del 4 de julio.
Lo sucedido con la BBB en la Cámara de Representantes, que aprobó la ley en primera instancia en mayo, por un solo voto y al final de otra noche en vela, fue una nueva demostración de la inoxidable lealtad de Johnson hacia Trump, así como un notable triunfo para el improbable speaker. El político, un fundamentalista cristiano de Luisiana, llegó al cargo como último recurso y logró poner fin, aunque casi nadie confiaba demasiado en ello, a una época turbulenta para su partido en la Cámara. Esta semana se ha afianzado claramente en el puesto.
Johnson tuvo la última palabra previa a la votación, que aprovechó para prometer que “los mejores días de Estados Unidos están por venir” y decir que este jueves marcaba el “principio de una edad dorada”, porque la “ley grande y hermosa” hará del país “un lugar más fuerte, seguro y próspero”. “Es la culminación de la agenda ‘Estados Unidos primero’ del presidente Trump” para todos sus compatriotas, añadió, y especialmente para los que lo votaron, “la coalición más amplia y diversa de la historia”, dijo, aparentemente, sin importarle fallar a la verdad.
Antes, el líder de la minoría demócrata, Hakeem Jeffries, hizo uso de esa provisión parlamentaria que en Washington llaman “el minuto mágico” por llamarla de alguna manera: Jeffries habló durante casi 540 minutos y avisó de que no dejaría pasar la oportunidad, pese a las horas y el cansancio acumulado, de darse al menos el gusto de agotar la paciencia de sus rivales. “Como consecuencia de esta ley grande y fea”, sentenció, cuando los reporteros aún no se habían perdido en sus pensamientos, “la gente en Estados Unidos morirá, y serán muertes innecesarias, que pesarán sobre las conciencias de los miembros de esta Cámara”. Después, Johnson dijo: “A veces, cuesta más tiempo construir una mentira que decir una simple verdad”.
Los republicanos la controlan con una magra mayoría, que es algo más desahogada en el Senado. Ni un solo demócrata ha votado en favor de la BBB en ninguno de sus trámites, y eso, en un sistema parlamentario en el que no prima la disciplina de partido, indica que no había nada en esas 940 páginas que pudiera convenirles apoyar de cara a sus electores.
También, a todas luces, encierra un cálculo de posibilidades. Desnortados, faltos de liderazgo, alejados de buena parte de su base tradicional y sin saber del todo si serán capaces de volver a ganar en las urnas, los demócratas confían en que las consecuencias de la gran reforma fiscal aprobada este miércoles hundan las perspectivas de los republicanos en las legislativas del año que viene. Si sus cálculos son correctos, eso les permitiría retomar el control de una o de las dos Cámaras y, entonces sí, empezar a hacer oposición a Trump de maneras menos teatrales y más efectivas que leer un aburrido discurso durante casi nueve horas.