Por mucho que el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, lance amenazas y ultimátums, o haga declaraciones histriónicas, la Comisión Europea se mantiene absolutamente fiel a su estrategia para encarar la guerra comercial: apuesta extenuante por la negociación sobre los aranceles y no entrar al trapo de las provocaciones lanzadas desde Washington. Y así ha sido este jueves. “Trabajamos activamente por lograr un acuerdo lo más rápidamente posible”, ha apuntado un portavoz oficial del Ejecutivo de la UE. Fuentes comunitarias van incluso un poco más lejos y muestran una confianza moderada en que el pacto se alcance en ese periodo de dos semanas que Trump ha fijado como plazo antes de mandar cartas a sus contrapartes en la negociación exponiendo sus condiciones, acompañadas de un ultimátum en caso de rechazo.
Desde la orilla europea, el anuncio estadounidense sorprende ―si tal cosa puede decirse con Trump de por medio― porque en las últimas semanas parecía que las negociaciones entre Bruselas y Washington habían entrado en una senda productiva. “Todavía hay negociaciones políticas y técnicas”, subrayan los portavoces oficiales. En privado, las fuentes mantienen opiniones diversas. Las hay optimistas y otras que lo son menos. Si bien, estas últimas no es que vean el acuerdo lejos o imposible, lo que temen es la imprevisibilidad de Trump.
Porque si algo tienen claro en la capital europea es que los aranceles son un asunto que se lleva directamente desde el Despacho Oval. Hay dos negociadores clave ―el secretario de Comercio, Howard Lutnick, y el representante comercial, Jamieson Greer― que dialogan a su mismo nivel con el comisario de Comercio, Maros Sefcovic. Pero en Bruselas se sabe que la decisión última la tomará el presidente republicano, coinciden varias altas fuentes europeas.
En este escenario, sería capital para tener más certezas en la UE una interlocución más fluida entre la presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen, y Trump. Pero en los cinco meses transcurridos desde que el republicano ha vuelto a la Casa Blanca la relación está muy lejos de eso. Von der Leyen y Trump apenas intercambiaron un saludo en el funeral del papa Francisco y una conversación telefónica el pasado 25 de mayo. Y no parece que el panorama vaya a cambiar a corto plazo. Este mismo jueves, la portavoz principal de la Comisión Europea, Paula Pinho, admitía que no hay previsto ningún encuentro bilateral entre la mandataria europea y el estadounidense en la cumbre del G-7 que comienza el próximo domingo en Alberta (Canadá).
Allí será un buen momento para que Trump mida en persona el rechazo que provocan sus decisiones proteccionistas entre sus socios. Solo uno de los siete jefes de Estado y de Gobierno, más los representantes de la UE (el presidente António Costa y Von der Leyen), que se van a sentar a la mesa, cree que elevar los aranceles es una buena medida: el propio Trump. Sus homólogos de Francia, Alemania, Italia, Reino Unido, Japón y Canadá piensan exactamente lo contrario.
También será un buen momento para que ambas partes, la europea y la estadounidense, aborden el tema del aumento del gasto en defensa en vísperas de la Cumbre de la OTAN, que se celebrará el 24 y 25 de junio en La Haya. Porque aunque muchas veces se traten como dos temas distintos que, incluso, se analizan en foros diferentes, en la Unión se piensa que los dos están muy vinculados. Por ejemplo, explican desde varias capitales europeas, si hay una guerra comercial que frena la actividad económica, el gasto en Defensa se resentirá.
Pero la sensación que se extienden por Bruselas es que si hay acuerdo, no implicará volver al punto de partida inicial. Todas las fuentes consultadas asumen que los aranceles han llegado para quedarse; el propio ministro de Economía y Comercio español, Carlos Cuerpo, mostró su resignación abiertamente el pasado mayo. Por tanto, faltaría por saber cómo quedan los gravámenes que hay ahora vigentes. Porque aunque Trump decretó una tregua parcial durante 90 días el pasado 9 de abril para dar tiempo a la negociación, no paralizó todos los aumentos de los derechos aduaneros: están vigentes el 25% para el acero, el aluminio, los automóviles y los componentes de automoción; y el 10% de los falsamente llamados “aranceles recíprocos”.
Además, fuentes de Bruselas, hasta las más optimistas, no creen que la propuesta europea de eliminar todos los aranceles para importaciones y exportaciones de productos industriales en los dos lados del Atlántico vaya a tener más recorrido. Aunque ninguna de ellas baje al detalle de cómo van las conversaciones, sí que muestran cierto escepticismo sobre las posibilidades de éxito de este planteamiento. Y, por otro lado, Estados Unidos mantiene abiertas varias investigaciones a sectores manufactureros de la UE que en Washington se consideran estratégicos (medicinas y semiconductores, entre otros) y que podrían acabar con más aranceles.
Faltará entonces despejar otra incógnita: si ese escenario de aranceles más altos se consolida, ¿la UE responderá de alguna forma? Por ahora, Bruselas tiene suspendida su primera respuesta (aumento de derechos de aduana a importaciones estadounidenses por valor de unos 20.000 millones de euros) y está elaborando una adicional de mayor alcance (en torno a 95.000 millones) por si las negociaciones no llegaran a acuerdo alguno.