Se llaman Juani, Victoria, Nati, Toñi, Maribel. Llegaron a principios de los años setenta a barrios recién construidos en las afueras de Sevilla: La Oliva, San Diego, Parque Alcosa, Rochelambert…. Venían directamente del campo o de vivir apretujadas en casas de vecinos del centro o de Triana en las que tenían que compartir un par de baños, si acaso, con otras 50 personas. Les habían prometido una vida mejor en “la ciudad del futuro, la nueva Sevilla”, pero se encontraron en medio de un páramo; pisos pequeños, de techos bajos, todos iguales, en torres de hormigón rodeadas de nada.
—Este barrio no tenía ná, ni hierba—, dice Juani.
A todas ellas se las fue encontrando la arquitecta y urbanista Reyes Gallegos cuando le encargaron un estudio sobre los barrios construidos en los setenta en la periferia de su ciudad, que es Sevilla. “En otro momento de mi vida”, cuenta, “lo habría hecho desde la mesa de mi estudio, pero estaba en plena crisis con mi profesión, porque la veía muy alejada de la realidad. Así que pensé en salir cada mañana y adentrarme en esos barrios para conocerlos de cerca”. Lo que más le llamó la atención fueron las mujeres mayores, aquellas que, por edad, debieron de ser las pioneras, las primeras vecinas. Allí seguían, yendo con el carro a la compra, limpiando sus portales, cuidando a sus familias, reclamando un centro de salud, dando guerra, tanto tiempo después. “Me di cuenta”, explica la arquitecta, “de que ellas eran la sal de la tierra, y quise conocerlas”.
El resultado es una película documental que se titula Ellas en la ciudad, que emite Movistar y que es un ajuste de cuentas con el olvido. Una usuaria de la red social X dice que “es una pequeña joya, bonita y necesaria”, y es verdad, pero hay otro tuitero que se acerca más a la diana: “Habla sobre la lucha colectiva de las grandes olvidadas durante los últimos años del franquismo y los primeros de la democracia; y cómo sin ellas literalmente no habría barrios”. No es una exageración, aunque lo parezca, y si hay alguna duda ahí están los 70 minutos de película, porque más allá de contar las penalidades de una generación que nació perdiendo —“cuando hice la primera comunión yo ya estaba trabajando”, dice Juani—, lo que Reyes Gallegos logra mostrar es la evolución de esas mujeres. La manera verdaderamente heroica en que, primero, convirtieron aquellas colmenas en lugares dignos para que vivieran sus familias, y, después, aún les sobraron fuerzas para salvarse a sí mismas. Hay una frase de Nati que es una declaración de guerra:
—Tú vas tomando conciencia y dices por qué, por qué… Y entonces te creces, y las mujeres se crecieron aquí.
Un día, escucharon desde sus casas que alguien gritaba con un megáfono desde la calle: “Señoras, el saber no ocupa lugar, vengan a una reunión”. Eran Marisa y Cristina, profesoras del centro de adultos de Parque Alcosa, que consiguieron que muchas mujeres se apuntaran a clases de escritura y de esas mil cosas más que tenían que haber aprendido en aquella época en que ir a la escuela era cosa de hombres.
Hay una anécdota que Victoria cuenta con picardía y que lo resume todo.
—Mi marido decía que pa qué, que a mí no me hacía falta aprender a escribir. Le dije que me hacía más falta que a nadie; total, que me apunté. Y al segundo o el tercer día pregunté: ¿un cheque cómo se hace? Así que, cuando me hizo falta dinero, hice un cheque y me lo pagaron. Mi marido me dijo: ¿te han tocado los cupones? Y le respondí: ah, no, ¿no sabes que he hecho un cheque y me lo han pagado? Ea. Pues ahora el que no me hace falta eres tú.
Las mujeres que escuchan la anécdota se ríen, y una de ellas remata:
—Los hombres han cambiado mucho en toda España, pero creo que donde primero empezaron a cambiar fue en el Parque Alcosa. Por la cuenta que les traía.