La Unión Europea se ha resignado a aceptar un arancel del 15% general a sus exportaciones hacia Estados Unidos. Este es el principio básico del pacto al que han llegado la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, y el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, han llegado este domingo en un campo de golf propiedad del propio Trump en Escocia. No hubo sorpresas, pese a que el estadounidense ha hecho sufrir hasta el momento antes de comenzar la reunión cuando ha dicho que creía que había un 50% de opciones de cerrar la guerra comercial que él mimo abrió entre marzo y abril.
“Va a ser el mayor de los acuerdos”, ha proclamado Trump con su habitual grandilocuencia. “Lo hemos logrado y es uno”, se ha felicitado Von der Leyen, quien ha liderado a una Comisión Europea que ha perseverado en la negociación y la salida pactada hasta el final. Ese pacto, que evita una escalada que podría ser peor, es evidentemente desequilibrado para los intereses europeos.
El acuerdo se ha discutido hasta el último momento tras semanas de tensión entre los dos bloques que desarrollan la relación comercial más intensa del mundo.
A la entrada de la reunión, Trump había rebajado las expectativas optimistas con las que la delegación europea, encabezada por Von der Leyen, había llegado a la reunión en Turnberry (Escocia). “Diría que hay un 50-50 de posibilidades de llegar a un acuerdo. Creo que Ursula diría lo mismo”, había declarado Trump en el saludo y las palabras previas a los medios de comunicación antes del encuentro. Sentada a su lado, la alemana había dicho que creía que el estadounidense “estaba en lo correcto”, sin mucha convicción, pero con cautela para no irritar al mandatario llevándole la contraria.
La expectativa europea era pactar un arancel medio del entorno del 15%, lo que supone consolidar la situación de castigo comercial que aplica Estados Unidos a la UE desde el pasado abril. A Escocia, la delegación europea ha llegado encabezada por la presidenta del Ejecutivo comunitario y el comisario de Comercio, Maros Sefcovic, junto a técnicos y personal de apoyo de sus gabinetes. Del lado estadounidense, han estado el propio presidente Trump, el secretario de Comercio, Howard Lutnick, y el representante de Comercio, Jamieson Greer. Todos estaban sentados unos frente a otros durante esa escena, en la que Trump ha ocupado la escena hablando y respondiendo sobre todo lo que se le preguntaba: aranceles, Gaza, migración, Reino Unido. Ha dejado claro con su actitud que los europeos estaban como invitados en su casa, un club de golf de su propiedad en el sur de Escocia, y Von der Leyen ha asumido ese rol secundario.
“Europa tiene que abrirse a los productos estadounidenses. Nosotros estamos abiertos a los productos europeos, y lo hemos estado desde siempre. No vendemos coches en Europa. No vendemos, esencialmente, productos agrícolas en gran medida. Quieren que lo hagan sus agricultores y quieren que lo hagan sus empresas automovilísticas”, ha afirmado, repitiendo argumentos que ha utilizado reiteradamente desde que abrió las hostilidades arancelarias e incluso antes.
Trump sí que ha despejado una de las dudas que había sobre qué contenido puede tener el acuerdo: “[Los productos] farmacéuticos no serán parte del acuerdo porque tenemos que fabricarlos en Estados Unidos, lo queremos así”.
Von der Leyen, por su parte, ha asumido parcialmente el discurso de Trump al asegurar que “se trata de reequilibrar la situación”. “Tenemos un superávit. Estados Unidos tiene un déficit y tenemos que reequilibrarlo. Tenemos una excelente relación comercial. El volumen de comercio entre ambos bloques es enorme. Lo haremos más sostenible”, ha concedido la alemana, siempre con mucho cuidado de no molestar al voluble presidente de Estados Unidos.
Las negociaciones entre Bruselas y Washington comenzaron hace ya más de tres meses, en la primera mitad de abril. Apenas unos días después de que Trump lanzara su guerra comercial contra el mundo entero con una andanada de aranceles masivos, reculó por la presión de los mercados, que se cebaron con la deuda estadounidense. Desde entonces, la Administración de Trump ha ido cerrando acuerdos, con el Reino Unido, Vietnam, Indonesia, Filipinas y Japón.
Este último, también con un 15% de aranceles para las exportaciones niponas hacia el gigante norteamericano, cambió el escenario de las conversaciones entre la UE y Estados Unidos. Muchos diplomáticos, políticos y analistas empezaron a verlo como el ejemplo de lo que podía servir a Europa. De hecho, fue apenas un día después cuando empezó a vislumbrarse la posibilidad de un punto de encuentro, tras una llamada entre Sefcovic y Lutnick.
A pesar de esto, la UE no ha dejado de prepararse por si fracasaban las negociaciones. El pasado jueves aprobó un incremento de aranceles a un listado de importaciones desde Estados Unidos por valor de 93.000 millones de euros (unos 110.000 millones de dólares). Bruselas no ha aumentado sus derechos aduaneros a productos llegados desde el otro lado del Atlántico durante todo este tiempo por no dar pie a una escalada que diera al traste con las negociaciones. Sin embargo, Washington sí que lleva todo este tiempo aplicando tarifas adicionales: el 50% al aluminio y el acero, el 27,5% a los coches y los componentes automovilísticos, y cerca de un 15% a una amplísima gama de productos. En total, suman importaciones desde la UE por valor de 360.000 millones de euros.
La de Washington y Bruselas es la relación comercial más intensa del mundo. Cada día, con datos de 2024, cruzan el Atlántico en un sentido o en otro productos por valor de 2.400 millones de euros. En total fueron 870.000 millones de euros el año pasado, con un déficit del lado estadounidense cercano a los 200.000 millones. La balanza, pese a todo, se nivela mucho cuando se añade el intercambio de servicios, unos 50.000 millones con datos de 2023.
No se acaba aquí la lista de negociaciones comerciales pendientes para Washington. Este lunes y martes el secretario del Tesoro, Scott Bessent, viaja a Estocolmo para negociar con una delegación china. Entre las dos grandes potencias, hay vigente una tregua después de la escalada arancelaria inicial en la que ninguna parte cedía. Entonces, tras un primer golpe estadounidense, se sucedía la réplica de Pekín; a esta, la contrarréplica de Trump. Y así sucesivamente hasta que se llegó a un nivel en el que las exportaciones chinas a Estados Unidos pagaban un arancel de entrada del 145% y el 125% en sentido contrario. Después se pactó una tregua y ahora la tasa es del 30% y el 20%, respectivamente.