Ningún primer ministro australiano de las últimas dos décadas puede jactarse de haber logrado la reelección que acaba de obtener el laborista Anthony Albanese, en el poder desde 2022. El conteo de votos de los comicios del sábado aún no ha concluido este martes, pero, con una victoria que le adjudica al menos 86 de los 150 asientos de la Cámara de Representantes −diez más de los necesarios para alcanzar la mayoría absoluta−, el triunfo de Albanese es uno de los más grandes de un líder del centroizquierda laborista australiano desde Bob Hawke, el primer ministro reelegido tres veces en los ochenta. Como sucedió en los recientes comicios parlamentarios en Canadá, este resultado se interpreta como un plebiscito simbólico contra las políticas y la guerra comercial del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, que en Australia tiene como émulo al rival de Albanese, el líder de la coalición Liberal-Nacionalista, Peter Dutton.
El paralelismo con lo sucedido en Canadá parte de una situación análoga en ambos países. Tanto Dutton como Pierre Poilievre, el líder de los conservadores canadienses, defienden posturas similares a las de Trump −mano dura con la criminalidad y poca tolerancia a la inmigración− y lideraban los sondeos hasta que la imposición de aranceles a las importaciones de otros países y las diatribas del republicano incluso contra sus más estrechos aliados provocaron un vuelco en la intención de voto. Ambos candidatos moderados —Mark Carney en Canadá y Anthony Albanese en Australia— han terminado venciendo en las urnas, mientras sus contrincantes conservadores recibían sendos varapalos.
Tanto Poilievre en Canadá como Dutton en Australia han perdido incluso sus respectivos escaños, que, en el caso del australiano, ocupaba desde 2004. A falta de resultados definitivos en el país austral, de casi 27 millones de habitantes, la coalición conservadora se encamina a perder al menos 17 de los 56 escaños que ganó en 2022.
Los electores han sido claros al optar por un nuevo mandato de Albanese, pero el camino del primer ministro hacia la reelección no ha sido fácil. El ahora jefe de Gobierno electo coincide con su rival en que ambos son viejas estrellas de los partidos tradicionales y en su trayectoria de décadas en el Parlamento. Sus respectivos perfiles son, sin embargo, diametralmente opuestos. El líder del Partido Laborista, de 62 años, es hijo de una madre soltera que trabajaba limpiando casas y que terminó criando a su hijo con una pensión de invalidez por artritis en una vivienda pública de los suburbios de Sídney. Dutton, de 54 años, y líder de la coalición Liberal-Nacionalista, es un expolicía que, como Trump, viene del mundo de la inversión inmobiliaria, en su caso en el estado australiano de Queensland, en el noreste del país, cuyas altas tasas de criminalidad le inspiraron su política de mano dura.
La diferencia fundamental entre ambos era que el primero llegaba a la elección para revalidar su cargo, con el consiguiente desgaste por la acción de Gobierno. Sobre todo, por el alto coste de vida en el país y una crisis de vivienda que expulsa a los jóvenes de un mercado inmobiliario copado por grandes inversores. Esos factores explican que, durante el año anterior a las elecciones del sábado 3 de mayo, las encuestas de intención de voto pronosticaran la derrota de Albanese y otorgaran la victoria a su rival, que fue ministro de Interior y de Migraciones del último Gobierno conservador (2018-2022).
Cambio de tornas con los aranceles
La tendencia se revirtió en abril, coincidiendo con el inicio por parte de Trump de su guerra comercial mundial con la imposición de aranceles. Los medios australianos, muy interesados en Estados Unidos, empezaron entonces a informar de los desmanes del presidente republicano contra otros mandatarios y del caos desatado en la Administración estadounidense.
Hasta ese momento, Dutton había mantenido un eslogan de campaña que hacía eco del Make America Great Again (Hagamos América grande de nuevo) de Trump. Ese lema era Pongamos a Australia de nuevo en marcha. Lo abandonó en silencio, pero ya era tarde.
Sus propuestas, además, se parecían demasiado a las del presidente estadounidense. Prometía, por ejemplo, crear un departamento gubernamental encargado de despedir a unos 40.000 funcionarios públicos y prohibir trabajar desde casa al resto, al estilo del que Trump y el magnate Elon Musk han implantado en Washington. También afirmó que aliviaría el mercado inmobiliario para los australianos recortando la recepción de migrantes en un 25% y prohibiendo la compra de viviendas a residentes sin ciudadanía por dos años.
Dutton acusó durante la campaña a medios progresistas como el diario The Guardian o la cadena estatal ABC de “promover el odio” y afirmó que Albanese estaba muy concentrado en la “agenda woke”. Aludió, por ejemplo, al referéndum fallido de 2023, que buscaba darle un lugar especial en el Parlamento a la población aborigen cuando se tratasen asuntos que les afectaran.
Los australianos ya habían tomado nota de los planes arancelarios del presidente estadounidense al acero y al aluminio, que representan alrededor del 6% de este mercado exportador en su país, y de sus invectivas contra la Unión Europea, Ucrania, y Canadá, que sembraron dudas sobre la fiabilidad de su mayor socio en materia de defensa. Según un sondeo llevado a cabo en abril por el instituto Lowy, el 64% de los australianos ha dejado de confiar en la “responsabilidad” de EE UU, la primera vez que esta cifra supera más de la mitad de los encuestados en dos décadas. De forma paralela, muchos ciudadanos dejaron de confiar en la oposición conservadora.
Tras su sonora derrota —y a falta de voces de mando claras en la coalición conservadora—, este lunes habló una de sus grandes donantes, la magnate minera —y persona más rica del país— Gina Rinehart. “Los medios de izquierda hicieron un esfuerzo muy exitoso, asustando a muchos en el Partido Liberal y alejándolos de cualquier política similar a la de Trump”, escribió en un comunicado enviado al tabloide británico The Daily Mail.
Incógnitas
Cómo manejará Albanese la relación con Trump es una incógnita. El primer ministro ha sido criticado por no mantener una línea directa con el republicano desde el anuncio de los aranceles. Especialmente porque Australia es uno de los pocos países que importa más de lo que exporta desde EE UU, y el Gobierno confía en que ese balance le garantice una excepción.
El lunes, mientras el primer ministro reelegido daba su primera rueda de prensa tras revalidar su cargo y confirmaba que viajará a Canadá en junio como invitado especial de Carney al G-7, Trump le felicitó desde Washington al responder a la pregunta de un periodista. “El ganador, Albanese, es un amigo mío”, dijo. “A los conservadores les fue mal, igual que en Canadá, y andan diciendo que fue por el ‘efecto Trump”, replicó el reportero. “No tengo idea de quién es la persona con quien se enfrentó en las elecciones”, respondió el presidente.
Mientras, en un gesto que marca una línea divisoria con las políticas de Trump, Albanese dedicó las primeras palabras de su discurso de celebración del sábado a los habitantes aborígenes de Australia. “Quiero reconocer a los propietarios tradicionales de la tierra donde nos hemos reunido”, dijo exultante ante su militancia en Marrickville, su barrio del oeste de Sidney. “Presento mis respetos a los sabios, pasados, presentes y emergentes… ¡Hoy y todos los días!”.
Esa frase viene de una invocación llamada Reconocimiento del Territorio. Es un rito milenario propio de la cultura aborigen, la civilización actual más antigua de la humanidad, que la Australia moderna comenzó a incorporar en diferentes actos públicos en los 70 para reconocer a su población originaria, diezmada por el colonialismo occidental. Esa invocación se utiliza en todo tipo de acontecimientos, desde la apertura de sesiones del Parlamento hasta el aterrizaje de algunos vuelos internacionales.
En boca de Albanese, la frase no fue una formalidad. El Reconocimiento del Territorio había recibido silbidos de algunos militantes de extrema derecha días antes de las elecciones, durante un homenaje a los soldados australianos de las dos guerras mundiales. El acto, que reunió a 50.000 personas días antes en la ciudad de Melbourne, terminó embarrado por la agria guerra cultural fogueada por la oposición conservadora que ha marcado la campaña electoral. Cuando le consultaron por esos silbidos días antes de la elección, Dutton los condenó, pero defendió que el uso de esa invocación aborigen en tantos actos era “exagerada”.