Aunque en Gaza es difícil establecer grados en la violencia israelí, para los gazatíes los recientes ataques del 14 de mayo se cuentan entre los más salvajes del último año y medio. Netanyahu, como siempre, hace lo que quiere hacer: lanza su mensaje a los palestinos, a Trump, a los árabes y al mundo, todo a una, sin perder de vista a los israelíes mismos, si bien a estas alturas es dudoso que le importe demasiado su país.
En vísperas del aniversario de la Nakba (15 de mayo) y con Trump de gira por Oriente Próximo, esta nueva matanza en Gaza ha sido más indiscriminada, si cabe, y más criminal: enfermos, familias famélicas, desplazados hacinados. Ha sido, por parte de Netanyahu, su manera de intervenir en la gira, la primera de Trump por el extranjero, y que, para afrenta del primer ministro israelí, no ha pasado por Tel Aviv. Trump ha llegado al Golfo con el anuncio de que levantará las sanciones a Siria, en contra del parecer del primer ministro israelí, que lleva semanas bombardeando distintos puntos del territorio sirio.
El 15 de mayo los palestinos conmemoran la Nakba, la limpieza étnica consustancial a la creación del Estado de Israel en 1948, una palabra cuyo uso en el vocabulario oficial israelí Netanyahu prohibió por ley en 2011. En contraste, los israelíes celebran su fiesta nacional. Matar el 15 de mayo es asesinar la historia, algo en lo que Israel, un país basado en una mitología, lleva empeñado casi 80 años. Y en esto Europa se juega mucho, precisamente porque sus actuales líderes parecen embarcados en su propio proceso de desmemoria.
Trump busca más negocios en Oriente Próximo, que a su vez acogotan a los viejos aliados europeos. Y en Israel surgen dudas sobre la eternidad de su estatuto de aliado preferente de EE UU. Trump se entiende a la perfección con Mohamed Bin Salmán, el príncipe saudí que ha fraguado la histórica reunión del presidente estadounidense con Ahmed al Shara, el nuevo líder sirio, algo que Bin Salmán ha propiciado a cambio de que EE UU no le empuje, al menos de momento, al reconocimiento de Israel.
Con Trump pocas cosas son inequívocas, salvo el culto al negocio y al estruendo. No hay razón para que acepte una geopolítica menos rentable que otra: ¿por qué Israel antes que Irán? ¿O Irán sin Arabia Saudí? ¿Por qué no Qatar y los EAU juntos? ¿Y por qué no una nueva Siria a su servicio? Hace apenas tres meses todo esto era impensable, pero es lo que se ha escenificado estos días en la gira del presidente estadounidense. Trump, con su estruendo característico, juega a la apuesta simultánea.
Todo ello tiene una consecuencia clara: privar a los pueblos (lo que antes se llamaba los pueblos) del acceso a los beneficios del desarrollo compartido, de modo que no se dediquen a la acción política, sino a la supervivencia.