Los 293 días que faltan para las elecciones presidenciales colombianas, fijadas para el 31 de mayo de 2026, son un rosario de preguntas. Para los colombianos, pues se inicia en una campaña con decenas de aspirantes y sin un favorito claro; para la izquierda, que busca mantener el poder tras el mandato errático de Gustavo Petro; para las fuerzas de centro, que buscan evitar las desilusiones de 2018 y 2022. Pero, sobre todo, para una derecha golpeada en los últimos días por la violencia y la justicia.
“No hay garantías para hacer campaña”, dijo María Fernanda Cabal, precandidata del partido Centro Democrático, tras conocer la muerte de Miguel Uribe Turbay, su copartidario y con quien competía por la candidatura presidencial de ese partido, el más grande y representativo de la derecha colombiana. Ella y los tres aspirantes restantes han limitado sus actos púbicos desde el 7 de junio, cuando Uribe Turbay fue abaleado en un mitin en Bogotá y los temores de seguridad paralizaron las campañas de todos los sectores. Habían venido retomando las actividades proselitistas, por ejemplo, con su presencia en las marchas uribistas del pasado jueves 7 de agosto, faltaba una decisión fundamental, la del mecanismo por el que se elegirá el representante de la fuerza política que lidera el expresidente Álvaro Uribe Vélez. El partido ha iniciado el proceso para hacer una consulta interna el próximo 26 de octubre, pero es solo una posibilidad frente a alternativas como una encuesta entre ellos. La incertidumbre sobre el futuro de Uribe Turbay, quien llevaba una trayectoria de lenta mejoría, hacía más difícil definir. Esa duda ya no existe.
La que sí queda es el efecto que tendrá en ellos la condena del expresidente Uribe Vélez sobre su imagen y viabilidad. La primera reacción ha sido tachar a la sentencia de tener motivaciones políticas, lo que mueve la emoción de indignación entre sus bases. “Quieren destruir a una voz de la oposición democrática”, dijo Uribe, presidente vitalicio del Centro Democrático y la figura más significativa de la derecha colombiana en el último cuarto de siglo. La decisión de la jueza de aplicar la detención domiciliaria sin esperar la apelación fue espacialmente controvertida, y ha alimentado esa visión. “Se han emprendido indiscriminadas maniobras jurídicas para detenerlo [a Álvaro Uribe] y criminalizar a su familia y a su entorno”, argumentó su hijo Jerónimo, convertido en vocero del uribismo más cerril. El recurso anunciado pro la defensa del político antioqueño, que deben sustentar sus abogados este miércoles, y el debate que siga, mantendrán viva la llama de este proceso, y sus impactos políticos, por lo menos hasta mediados de octubre. El 16 es una fecha clave: si el Tribunal Superior de Bogotá no ha decidido ese día, salvo que algo extraordinario ocurra, prescribirá el proceso completo. Uribe quedaría libre, pero sin la sentencia absolutoria que ha dicho que desea.
Mientras tanto, el partido enfrenta la ausencia de quien fuera su senador más votado y quien tenía el claro apoyo del poderoso expresidente. Fue gracias a él que en 2022 Uribe Turbay ocupó la disputada cabeza de la lista al Senado pese a no ser un militante de vieja data y a que varios congresistas buscaban ese cupo. El senador retribuyó esa confianza, al convertirse en uno de los voceros más notorios del uribismo en el Congreso, en un férreo opositor del Gobierno de izquierda de Gustavo Petro y al apostar su futuro político en una campaña presidencial que no rehuía al calificativo de “uribista”. Decía que su estrategia pasaba por ser el elegido por Uribe, para luego aglutinar a la derecha a su alrededor y así llegar a mayo como uno de los candidatos más fuertes.
La pregunta, ahora, es si ese sigue siendo el camino para la derecha. Fuera del Centro Democrático, Vicky Dávila ha reiterado su negativa a pactar con lo que llama “los políticos”. La bandera de la antipolítica fue la misma que llevó a Rodolfo Hernández a convertirse por descarte en el candidato arropado por la derecha en la segunda vuelta de 2022, tras haber sorprendido con una popularidad inesperada en el último tramo de la campaña política. El uribismo es un partido político formal que difícilmente puede ocupar ese espacio. Si bien en sus inicios, en 2013, tuvo elementos de insurgencia política de derecha al estilo del Tea Party, rápidamente se convirtió en un partido tradicional, imagen que quedó concretada con el Gobierno de Iván Duque. Sin Uribe Turbay, nieto de otro expresidente, figuras uribistas como María Fernanda Cabal o Paola Holguín pueden tener más margen para usar un discurso antipolítico. Ese camino, el que llevó a Uribe Vélez a la Presidencia en 2002, parece lejos del Centro Democrático. Pero el uribismo y la derecha no se limitan al partido, y con hechos como el asesinato de una de sus figuras y la condena a su líder, el espíritu antisistema de derecha que ha triunfado en Argentina o El Salvador puede llegar a Colombia.