El Departamento de Salud y Servicios Humanos de Estados Unidos, equivalente al Ministerio de Sanidad, ultima estos días el despido de miles de empleados después de que una sentencia del Tribunal Supremo despejara la semana pasada la liquidación masiva de funcionarios que ha emprendido el Gobierno de Donald Trump. Eso en cuanto a la estructura, porque en lo relativo al fundamento de la agencia, en teoría la gestión de la salud pública, su responsable, Robert F. Kennedy Jr., se las basta para dinamitarla solo. Purgas en su equipo directivo, afirmaciones polémicas de que los médicos se lucran con las vacunas y una aparente dejación de responsabilidades, sin mover ficha ante la mayor epidemia de sarampión en el país en 33 años —una enfermedad que se declaró erradicada en 2000—, dibujan el desempeño de Kennedy durante los seis primeros meses de su mandato.
Asociaciones médicas que representan a miles de facultativos y científicos han demandado a Kennedy, así como a los directores de varias agencias de su Departamento, por limitar quién puede recibir las vacunas de covid-19 —ya no se recomiendan para niños y embarazadas— y por socavar la confianza general en la inmunización: esa suspicacia que está en el ADN de muchos votantes republicanos. En su campaña contra los ultraprocesados, uno de los supuestos objetivos de su programa, ha recomendado de forma expresa a una empresa que confecciona menús para enfermos y ancianos… con un alto contenido en conservantes. Cuando tomó posesión, tras una polémica confirmación en el Senado por su conocido escepticismo hacia las vacunas, Kennedy proponía combatir las enfermedades crónicas, que vinculó a una dieta poco saludable.
Por peregrinas que parezcan, sus teorías y recomendaciones alientan un movimiento cada vez más identificable, que cala en la base del trumpismo —y en especial, entre las madres de clase media y media-baja de los suburbios residenciales— y que toma su nombre del MAGA (siglas en inglés de Make America Great Again) del presidente. Con Kennedy, la ola MAHA (siglas en inglés del lema Haz EE UU saludable de nuevo) amenaza con desbordarse, pese a las críticas de expertos y científicos. Tal autonomía ha cobrado el MAHA que este pasado lunes hizo su presentación oficial en Washington, en una mesa redonda, la primera, convocada por el propio Kennedy. Todo un logro para alguien ajeno al republicanismo (fue demócrata hasta que apostó por el caballo ganador de Trump).
Su trayectoria como responsable de Salud coincide con los masivos recortes que la gran reforma fiscal de Trump, la conocida como Ley Grande y Hermosa, implica para los programas de sanidad destinados a las rentas más bajas. Se estima que millones de estadounidenses perderán la precaria cobertura de la que disfrutaban, en un país donde la salud es una mercancía y la sanidad, uno de los negocios más lucrativos. Y es precisamente el ánimo de lucro el que está, según Kennedy, tras la costumbre de los galenos de prescribir vacunas, explicó en una reciente entrevista con el agitador ultra Tucker Carlson. Para el responsable de Salud, los beneficios de las vacunas crean “incentivos perversos” para que los pediatras promuevan, a su juicio en exceso, la inmunización.
En la entrevista, Kennedy afirmó, sin pruebas, que “el 50% de los ingresos de la mayoría de los pediatras provienen de las vacunas”, lo que ha puesto en pie de guerra a estos especialistas. “Si nuestra motivación fuera el beneficio, ganaríamos más dinero tratando las complicaciones de enfermedades fácilmente evitables que previniéndolas”, ha dicho David Higins, pediatra de la Universidad de Colorado. “Esta idea de que vacunamos a los niños para ganar dinero honestamente es engañosa y peligrosa”, por la merma de confianza en la inmunización que provoca en los ciudadanos.
Destacados demócratas, correligionarios suyos hasta hace poco, le han exigido que declare crisis de salud pública la epidemia de sarampión, sin aparente control con casi 1.300 casos en lo que va de año, según los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC, en sus siglas inglesas; una de las agencias que depende de su Departamento). La última vez que el país registró esa incidencia fue en 1992, ocho años antes de que declarara eliminada la enfermedad.
La gran mayoría de los infectados este año no estaban vacunados. Según los CDC, un umbral de inmunización del 95% previene contagios en una comunidad, la llamada inmunidad de rebaño. Pero en EE UU el porcentaje no llega actualmente al 93%, debido al aumento de las dudas sobre la vacunación propaladas por la desinformación o las teorías conspiranoicas que Kennedy abraza. Además de recomendar peregrinos remedios para los contagiados, como aceite de hígado de bacalao y vitamina A, Kennedy destituyó en junio a los 17 miembros del comité asesor sobre vacunas de los CDC. Dos días después, nombró a ocho nuevos, varios de los cuales han cuestionado —como él mismo— la seguridad de las inmunizaciones. Dos de ellos han declarado incluso en procesos judiciales contra las farmacéuticas que las fabrican.
Las agencias que forman el Departamento de Salud no ganan para sobresaltos. La semana pasada fue desconvocada por sorpresa, sin explicaciones, una reunión del Grupo de Trabajo de Servicios Preventivos de EE UU, establecido en 1984 y que recomienda las pruebas de detección del cáncer, de enfermedades de transmisión sexual y otros cuidados preventivos, servicios que las aseguradoras deben cubrir teóricamente sin coste alguno. Nadie se atreve a imaginar cuál puede ser el futuro del grupo, pese a que Kennedy había hecho bandera de la prevención.
En su declarado empeño de “hacer a EE UU saludable de nuevo”, ha reiterado que su objetivo es convencer a los estadounidenses de que sigan una dieta más sana. Por eso llama especialmente la atención que recomendara como adecuados los menús a siete dólares la bandeja de una empresa que los produce para enfermos y mayores de rentas bajas, beneficiarios de los seguros Medicaid o Medicare. Según un análisis nutricional encargado por la agencia AP, las comidas tienen, sin embargo, un alto contenido en sal, azúcar, grasas saturadas y aditivos.
En un reciente post en las redes sociales en el que criticaba la gran cantidad de ultraprocesados que constituyen la dieta estándar de los estadounidenses, Kennedy instaba a la población a tomarse la salud en serio desde el plato: “Este país ha perdido la más básica de todas las libertades: la libertad que proviene de estar sano”, escribía.
Su creciente poder y el del movimiento MAHA, que parece cobrar vida propia dentro de la nebulosa MAGA, desorienta también a los científicos que estudian la exposición humana a sustancias químicas y contaminantes ambientales. El responsable de Salud ha llamado en teoría la atención sobre los efectos en la salud de la industria del plástico, los combustibles fósiles y los productos químicos. Así lo hizo en abril, en una conferencia en la que denunció la presencia de microplásticos en el 99% de los mariscos analizados por investigadores en Oregón. Una hora después de la charla, la científica que dirige el proyecto recibió un correo electrónico que notificaba el fin de una subvención federal de la Agencia de Protección del Medio Ambiente (EPA, en sus siglas inglesas), única vía de financiación de la investigación.