Abierta la espita de la guerra total contra Irán, el Gobierno de Benjamín Netanyahu dio un paso más el pasado fin de semana. Cruzó una de las últimas líneas rojas: la de los ataques directos a infraestructuras energéticas, como depósitos de carburantes e instalaciones para el procesamiento de gas natural. El movimiento no solo pone en riesgo la matriz exportadora del país persa, muy dependiente de lo fósil: amenaza, también, con agravar la espiral alcista de los precios, golpeando así a la mayoría de socios tradicionales de Israel en Occidente. Europa depende casi íntegramente de las importaciones de petróleo y gas, y su economía es tremendamente sensible a su coste. Y Estados Unidos, pese a haberse convertido en los últimos años en un gran productor de crudo, necesita gasolina barata para que el consumo privado no se resienta.
El encarecimiento de las materias primas energéticas llega en una coyuntura difícil para Occidente. La eurozona acumula ya varios trimestres de estancamiento y necesita, más que nunca, que el Banco Central Europeo (BCE) siga bajando los tipos de interés. Algo que solo hará si la inflación sigue moderándose. Al otro lado del Atlántico, el cambio de tornas aleja aún más las posibilidades de que el presidente de la Reserva Federal, Jerome Powell, rebaje el precio del dinero, como Donald Trump lleva meses exigiendo sin éxito.
“El impacto [económico] sobre la región [Oriente Próximo] es inmenso, pero también lo es para nosotros”, avisaba el domingo la ministra británica de Finanzas, Rachel Reeves, pocas horas después de los primeros ataques israelíes sobre el sector energético iraní. “Lo hemos visto en los últimos años: lo que sucede lejos de nuestras fronteras tiene enormes implicaciones sobre el Reino Unido”.
Acto seguido, no obstante, Reeves reiteraba su respaldo a Israel en su defensa frente a represalias iraníes: “Como en ocasiones anteriores, brindamos apoyo a Israel cuando ha sido atacado con misiles”. Una declaración que bien podrían refrendar, casi palabra por palabra, en el resto de grandes cancillerías occidentales: pese a las llamadas a la contención, ni la UE, ni Francia, ni Alemania, ni —por supuesto— EE UU han amago, siquiera mínimamente, con retirar su ingente apoyo financiero y militar a Netanyahu. Pese al daño que esta guerra puede infligir en su propia economía.
En octubre del año pasado, el entonces presidente estadounidense, Joe Biden, logró arrancar a Netanyahu la promesa de no atacar infraestructuras nucleares y energéticas. Ocho meses después, Trump no solo no ha hecho nada para frenar a su homólogo y gran aliado israelí: más bien al contrario, le ha jaleado, ha aireado la posibilidad de involucrarse directamente en la guerra y ha amenazado, incluso, con asesinar al líder supremo, Ali Jameneí, a quien ha calificado de “blanco fácil”.
Planea, eso sí, la duda razonable de hasta dónde llegará el primer ministro israelí en su ofensiva: no es lo mismo atacar depósitos, refinerías o centros de procesamiento, como hasta ahora, que bombardear pozos petroleros o yacimientos de gas. Si cruza ese segundo Rubicón, el impacto sobre los precios sería exponencialmente mayor, después de que, en las dos últimas semanas, el barril de crudo Brent se dispara casi un 20%. El principal índice continental del gas, el TTF, sube más de un 15%. En ambos casos, eso sí, partiendo de niveles históricamente bajos. Y a años luz de las cotas alcanzadas en los primeros compases de la invasión rusa de Ucrania.
En el punto de mira
Israel e Irán “llevan años peleando en una suerte de guerra en la sombra, pero este conflicto es el más severo, con las infraestructuras energéticas en el punto de mira por primera vez”, subrayan los técnicos de la Agencia Internacional de la Energía (AIE) en su último informe petrolero, publicado el martes. “Aunque [la guerra] no ha impactado aún sobre los flujos de petróleo iraní, el temor a que se interrumpa el tráfico petrolero a través del estrecho de Ormuz ya ha hecho subir el precio del petróleo”, se lee en el documento, convertido a la fuerza en un cuasimonográfico sobre la República Islámica.
El suministro de crudo desde Oriente Próximo “enfrenta un riesgo creciente, en tanto se prolongue” la guerra, alerta Helima Croft, del banco canadiense de inversión RBC Capital Markets. “Es preocupante que se atacaran infraestructuras energéticas desde el segundo día de combates”. Uno de los escenarios posibles, teme, es que el ejército israelí ataque la isla de Jark, por donde pasa prácticamente todo el petróleo que exporta Irán. “La Casa Blanca probablemente haya intentado disuadir a Netanyahu, pero la probabilidad [de que vaya a mayores] crece cuanto más dure el conflicto”.
En el área del euro, el BCE calcula que cada punto porcentual de subida en el precio del crudo tiene un impacto de dos centésimas sobre el PIB. Con la subida acumulada en lo que va de junio, el impacto sobre las 20 economías que comparten la moneda única rondaría las tres décimas de PIB. Una cuenta que no incluye el zarpazo, igualmente notable, por el encarecimiento del gas natural, todavía fundamental en industria y hogares.
La economía de la eurozona cuenta, no obstante, con un potente colchón que no tenía hace unos años: el dólar, la moneda en la que cotiza el petróleo, está hoy en zona de mínimos de los cuatro últimos años, lo que abarata artificialmente el precio del crudo.
Atenuantes
Si la escalada en el precio del crudo no ha sido mayor es, en gran medida, porque —intuyese o no lo que estaba por venir— el líder indiscutible de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP), Arabia Saudí, lleva semanas reabriendo el grifo petrolero, inyectando más oferta en un mercado en el que el consumo empieza a arrojar crecientes señales de debilidad. China, embarcada en un proceso de electrificación masiva del transporte, dejó atrás hace tiempo su pico de demanda. Un terremoto similar, aunque de bastante menor intensidad, se vive en la Unión Europea, también con el vehículo eléctrico como epicentro.
Otros factores explican este impacto. Los precios actuales siguen siendo manejables: los problemas empiezan a partir de los 90 dólares por barril, todavía lejanos. La economía mundial es hoy mucho menos dependiente del petróleo de lo que lo era hace unas décadas: en la segunda crisis del petróleo, a finales de los setenta, para generar una unidad de PIB hacían falta más del doble de barriles de petróleo que hoy. Gracias, en gran medida, a las mejores de eficiencia, la sustitución por gas en la industria y la eclosión de las renovables.
Irán es un peso pesado en el mercado energético global. No es Rusia ni Arabia Saudí, pero su concurso sigue siendo fundamental para el abastecimiento del mercado mundial de combustibles fósiles. En mayo, su producción alcanzó un máximo de siete años, según la AIE: con las terceras mayores reservas de petróleo del planeta, aporta casi el 4% de la oferta mundial. El año pasado fue el séptimo mayor exportador de la OPEP. Y es, además, el tercer mayor productor de gas del mundo, a la zaga de EE UU y Rusia y por delante de una gran potencia sectorial como Qatar.
Incluso con los volúmenes de producción intactos aún en Oriente Próximo, ya hay algunos efectos tangibles: algunos armadores ya están renunciando a aceptar pedidos en la región, donde los fletes llevan días al alza. “La subida de precios es, en gran medida, reflejo del mayor riesgo de transportar petróleo en una región en conflicto”, resumen Henning Gloystein, Gregory Brew y Babak Minovi, de la consultora de riesgos Eurasia, en un análisis para clientes.
El mayor temor, sin embargo, es que Teherán se vea tentada a utilizar su carta más fuerte: clausurar el estrecho de Ormuz, el mayor paso de buques petroleros del mundo, que atraviesan cada día la tercera parte del flujo de crudo que se mueve en el planeta. Una jugada, eso sí, con claros tintes suicidas, porque implicaría renunciar a la mayor parte de sus propios ingresos petroleros, vitales para su economía.
El cierre de ese cuerpo de agua, de apenas 34 kilómetros en su punto más estrecho, sería letal para Occidente y, aún más, para la economía mundial en su conjunto. Asia se quedaría, de golpe, sin su principal suministrador de petróleo —Oriente Próximo— y los economistas de Eurasia calculan que el barril saltaría de los escasos 75 dólares actuales a más de 100. Un escenario, matizan, “poco probable” pero para el que EE UU y el resto de potencias occidentales ya han empezado a prepararse, con escoltas navales a buques petroleros. Es, en fin, algo que —sobre el papel— nadie se puede permitir. Tampoco Israel.