Islandia, el único país del mundo integrado en una alianza militar sin tener ni un soldado, está redefiniendo su política de defensa. La guerra en Ucrania, el enfriamiento de las relaciones entre las dos orillas del Atlántico Norte, el creciente interés de Rusia y China en el Ártico, y la amenaza de Estados Unidos de anexionarse Groenlandia han provocado un profundo debate en la política islandesa. Aunque la creación de un ejército no parece estar sobre la mesa, el Gobierno islandés se ha comprometido con sus aliados en la OTAN a invertir muchísimo más en defensa —en 2024 destinó el 0,01% del PIB— y negocia con Bruselas un acuerdo bilateral para reforzar su seguridad.
El caso de Islandia es una anomalía: miembro fundador de la OTAN, es el único que carece de ejército, tampoco cuenta con un servicio de inteligencia, está exento de los compromisos de gasto de la Alianza, y, con algo menos de 400.000 habitantes, es el socio con menor población. La guardia costera, que tradicionalmente se ha dedicado a proteger las aguas pesqueras, ejerce cada vez un papel más relevante, incluso en la gestión de un sistema de defensa antiaérea. Los pilares de la estrategia de seguridad de la isla atlántica son su pertenencia a la organización transatlántica y un acuerdo bilateral con Estados Unidos firmado en los años cincuenta.
Pese a la mejora de su defensa, Valur Ingimundarson, profesor en la Facultad de Historia de la Universidad de Reikiavik, descarta la posibilidad de que en Islandia se lleguen a formar unas Fuerzas Armadas. “Islandia no ha tenido ejército desde hace siglos, y la condición de país no armado es sacrosanta para la mayoría de la sociedad y parte de la identidad nacional”.
Situada al sur del círculo polar ártico, entre Groenlandia y el Reino Unido, y con un tamaño similar al de Cuba o Portugal, Islandia ha contribuido a la OTAN durante décadas ofreciendo su ubicación estratégica para monitorear los movimientos de los submarinos soviéticos —y después rusos— en el Atlántico Norte. Durante la II Guerra Mundial, fue ocupada por tropas británicas y, después, por estadounidenses, para evitar que cayera en manos alemanas, y utilizarla para cuestiones logísticas. Poco después de terminar la guerra, Winston Churchill escribió: “Quien posea Islandia tendrá una pistola apuntando firmemente a Inglaterra, América y Canadá”.
Cuando Estados Unidos impulsó la fundación de la OTAN, en 1949, consideró que, por su ubicación, Islandia era vital para sus intereses y la integró en la Alianza. Washington mantuvo desde 1951 —año en que se firmó el acuerdo bilateral de defensa— una base militar en Keflavik, en el suroeste de la isla, hasta que en 2006 —en un momento en que estaba mucho más centrado en Irak y Afganistán que en los submarinos rusos— la abandonó.
Tras perder mucho valor estratégico con el fin de la Guerra Fría, Islandia mostró su compromiso con la Alianza al contribuir, por ejemplo, con el envío de médicos a las misiones en los Balcanes o de personal civil para gestionar el principal aeropuerto de Afganistán. La anexión rusa de la península de Crimea y el inicio de los combates en la región ucrania de Donbás, en 2014, reavivó el interés de Washington en Islandia; las tropas de la primera potencia mundial regresaron a Keflavik y el valor geoestratégico de la isla comenzó a resurgir.
Desde la ocupación rusa de Crimea, en Islandia se celebran con regularidad ejercicios militares de la OTAN, como Dynamic Mongoose, las mayores maniobras de guerra antisubmarina. De forma rotatoria, Islandia recibe destacamentos aliados para proteger su espacio aéreo. El pasado lunes, una avanzadilla de 44 aviadores militares españoles llegó a Keflavik en el marco de la primera participación de España en esta misión de policía aérea.
La guerra en Ucrania, y la creciente presencia de Rusia y China en el Ártico ante las nuevas oportunidades comerciales y militares en esta región derivadas del deshielo provocado por el cambio climático, han generado cierta sensación de inseguridad en la pacífica Islandia. Un desasosiego que se ha acentuado con el regreso de Donald Trump a la Casa Blanca. Las exigencias del presidente de Estados Unidos a sus aliados sobre el gasto en defensa, y su insistencia en hacerse con el control de Groenlandia —territorio autónomo del reino de Dinamarca, miembro de la OTAN— han motivado a Islandia a adoptar una actitud mucho más proactiva en materia de defensa.
Elevar el gasto
“Estamos desarrollando una nueva política de seguridad y defensa centrada en nuestra posición estratégica específica dentro de la OTAN”, declaró la primera ministra islandesa, Kristrún Frostadóttir, tras reunirse en mayo en Bruselas con Mark Rutte, el secretario general de la Alianza. Frostadóttir, que a sus 37 años es la jefa de Gobierno más joven del mundo, se comprometió después a “aumentar significativamente el gasto en cuestiones relacionadas con la defensa”.
En la cumbre de la OTAN que se celebró en junio en La Haya, los aliados pactaron elevar el gasto en defensa hasta el 5% del PIB antes de 2029. Según lo acordado, un 3,5% se destinará a “defensa dura”, que incluye la adquisición de armamento o el salario de las tropas, mientras que un 1,5% irá a inversiones relacionadas, como infraestructura y ciberseguridad.
Es precisamente a ese 1,5% al que quiere acogerse el Gobierno islandés. Romain Chuffart, director del centro de estudios The Arctic Institute, cree que el exponencial incremento del gasto de defensa —desde el 0,014% del PIB— se llevará a cabo con “el fortalecimiento de la ciberdefensa, con el refuerzo de su sistema nacional y una participación más activa en las operaciones cibernéticas de la OTAN, la ampliación de las capacidades de vigilancia y respuesta de la guardia costera y una mayor inversión en infraestructura que pueda ser utilizada por fuerzas aliadas, como instalaciones portuarias o hangares”.
Además de subrayar su compromiso con la OTAN, Islandia —que ya forma parte de la zona Schengen y del Espacio Económico Europeo— exhibe su interés en estrechar sus lazos con la UE. Ursula von der Leyen, la presidenta de la Comisión Europea, viajó la semana pasada a la isla atlántica y anunció el inicio de unas negociaciones para un acuerdo de asociación en materia de seguridad y defensa, similar al que se pactó con Canadá el pasado junio. “El nuevo énfasis en la UE puede interpretarse como una estrategia de cobertura en caso de que Estados Unidos dé marcha atrás en su compromiso de defender a sus aliados europeos”, sostiene Ingimundarson.
Frostadóttir, que expresó su esperanza en que el acuerdo pueda cerrarse antes de fin de año, pretende llevar la relación entre Reikiavik y Bruselas mucho más lejos, y tiene intención de convocar para 2027 un referéndum de adhesión a la UE.