Geert Wilders (Venlo, 61 años), el líder de extrema derecha que ha hecho saltar por los aires el Gobierno de Países Bajos al presentar su dimisión, lleva en el Parlamento neerlandés desde 1998. Es el diputado más veterano. Paradójicamente, su Partido por la Libertad (PVV) era hasta ayer el mayoritario en una coalición de cuatro formaciones conservadoras, ya que la suya había ganado los comicios en noviembre de 2023. Después de casi tres décadas en el Congreso, primero como diputado raso y desde 2004 como jefe de su agrupación, Wilders apenas podía creerse los 37 escaños obtenidos en esas elecciones. En un Parlamento de 150 asientos, y con un sistema proporcional basado en las coaliciones, él veía la puerta abierta a trabajar con otros tres grupos para convertir en leyes su programa electoral, de tinte xenófobo, a pesar de que moderó el tono en la recta final de la campaña.
Nada más lejos de la realidad. El pacto para el Gobierno cuatripartito fue agónico: costó lograrlo 233 días, y desde la toma de posesión, el 2 de julio de 2024, no ha funcionado realmente.
Como ganador de las elecciones, Wilders quiso ser primer ministro. Era el paso lógico con los resultados en la mano y, sobre todo, su deseo más ferviente. No contó, sin embargo, con el hecho de que los cuatro partidos, todos de derecha en diverso grado, no se entendían. Donde el propio Wilders pretendía directamente cerrar las fronteras a los solicitantes de asilo, su socio Nuevo Contrato Social (NSC) defendía el respeto al Estado de derecho y la Constitución.
Y cuando Wilders exigió la congelación de los alquileres durante dos años para las rentas bajas —su otro gran frente de batalla junto con el asilo y la inmigración—, se topó con el Congreso y con las firmas inmobiliarias, que han acudido a los tribunales. Tampoco ha ayudado que su partido haya chocado de forma continua en el Gobierno con el populismo agrario del Movimiento Campesino-Ciudadano (BBB) y el Partido Popular por la Libertad y la Democracia (VVD), deseoso de llevar las riendas del poder.
Así, en marzo del año pasado, Wilders tuvo que renunciar a ser primer ministro porque no logró el apoyo de las otras tres formaciones con las que llevaba ya cuatro meses negociando el Gobierno. A cambio, se adoptó una fórmula tan novedosa como impracticable: los cuatro líderes de los partidos permanecerían en el Congreso, y el Gobierno quedaría en manos de ministros considerados técnicos y con la menor afiliación política posible. Al frente debía haber un primer ministro todavía más libre de ataduras. Después de varios intentos fallidos, aceptó el cargo Dick Schoof, un antiguo alto funcionario de 68 años. Schoof lo ha intentado, pero a veces ha parecido más el portavoz del Gobierno que su primer ministro.
Wilders calló cuando le apartaron de la jefatura gubernamental, pero no ha olvidado. Lo dejó claro este martes al dejar el Ejecutivo: “Me preparo para ser el próximo primer ministro”, avisó. Y añadió: “Firmamos para conseguir la política de asilo más dura de la historia, y hay muchos otros países que adoptan medidas extraordinarias”. Sin embargo, la ya exministra de Asilo y Migración, Marjolein Faber, es de su propio partido y ha sido reprendida por el Consejo de Estado por elaborar una legislación inadecuada. Y por no explicar en qué mejorarían sus propuestas el sistema de asilo o si reducirían el número de solicitudes.
En este atasco, y con las encuestas rebajando su expectativa de voto hasta en 10 escaños sobre los 37 actuales, Wilders dio un ultimátum el lunes. Tal vez a la desesperada, pidió a sus poco avenidos socios que firmaran el cierre de fronteras al asilo, acabar con la reunificación familiar y que los guardias fronterizos repelieran intentos de entrada de solicitantes de refugio, entre un decálogo de medidas inapelables. El resto de partidos de la coalición se llevaron las manos a la cabeza, pero se prestaron a hablar, negociar, pactar. Lo que fuese, salvo romper.
Al final, el Gobierno ha caído y los cuatro ministros del PVV han presentado la dimisión. Los otros tres partidos y el primer ministro seguirán en funciones hasta que se convoquen nuevos comicios, y buscan sustitutos para los ausentes.
La presencia de Wilders en el poder ha sido un tabú en Países Bajos desde que, en 2012, el líder ultra retirara el apoyo que prestaba desde el Parlamento al primer Gobierno formado por el entonces primer ministro, Mark Rutte, hoy secretario general de la OTAN. Rutte encabezó cuatro Ejecutivos seguidos, y el veto que le impuso a su rival se mantuvo hasta las pasadas elecciones. Con la experiencia actual, el líder ultra espera ganar las próximas elecciones con una amplia mayoría. Sin embargo, el vencedor, en Países Bajos, tiene que seguir pactando.