Es difícil calcular cuántas veces en los últimos 20 meses hemos creído estar ante un punto de inflexión en que ya no era posible una mayor degradación del derecho internacional a manos de Israel. Pero una y otra vez el Gobierno de Benjamín Netanyahu ha sido capaz de superarse a sí mismo y arrastrar con él a la Unión Europea.
Hasta el punto de lograr que un alto el fuego temporal en Gaza se confunda con el fin del genocidio; que el reparto de ayuda humanitaria se naturalice como negocio; que los constantes asaltos de los colonos en Cisjordania sean noticia solo cuando prenden fuego a un pueblo “100% cristiano”; que la invasión del Líbano se tenga por un mal menor, irremediable; o que las razias del ejército israelí en Siria se vinculen con la protección de las minorías étnico-confesionales de la región. La distorsión de la realidad impuesta por Israel es tal que, hoy por hoy, a Europa parece resultarle difícil saber de qué se está discutiendo.
Y esto es lo que ha sucedido en la última reunión de ministros de Asuntos Exteriores de la UE. El ministro español, José Manuel Albares, había adelantado una propuesta de sanciones de máximos, algo que en otro tiempo y para otras latitudes hubiera sido de mínimos a la vista de la vulneración del artículo 2 del Acuerdo de Asociación UE-Israel, concluida en el informe que el Servicio de Acción Exterior hizo público en junio.
España solicitaba que se suspendiera el acuerdo, que se impusiera a Israel un embargo de armas en tanto no concluyera la guerra en Gaza y que se sancionara a los responsables del bloqueo del proceso de paz. Y no es que nada de esto haya sido aprobado, sino que nada de nada va a exigírsele a Israel.
Kaja Kallas, la alta representante para Política Exterior de la UE, anunció la semana pasada que se había alcanzado un acuerdo para la mejora de la entrega de la ayuda humanitaria en la Franja, consistente en el aumento del número de camiones de alimentos, la protección de los trabajadores humanitarios y la apertura de nuevos corredores. Netanyahu acababa de volver de la Casa Blanca, donde había hecho pública, para escarnio universal, la petición del premio Nobel de la Paz para Donald Trump, y su ministro de Defensa anunciaba un plan para recluir a 600.000 gazatíes en una “ciudad humanitaria”, un campo de concentración situado sobre las ruinas de Rafah.
Al acuerdo de Kallas, calificado de “paso esperanzador”, se han aferrado los responsables de la mayoría de los países europeos (entre ellos Francia) para postergar la rendición de cuentas de Israel o para seguirla rechazando sine die (Alemania e Italia).
Una vez más la UE se jugaba su razón de ser en la reunión de Bruselas. Más allá de Schengen, del euro y los Erasmus, sin duda grandes logros de la Unión, Europa tiene que demostrar que la justicia, la democracia y la libertad no son hueca retórica, sino nociones que vertebran su política. “Es la hora de la verdad” resumía Amnistía Internacional. Lo es. Y Europa certifica su irrelevancia. O lo que es peor: su connivencia con el genocidio.