La imagen de tolerancia hacia la homosexualidad en Marruecos reflejada en la obra de autores como el estadounidense Paul Bowles, en Tánger, o el español Juan Goytisolo, en Marraquech, choca con la represión que sufre el colectivo LGTBIQ+ en el país magrebí si sale de la esfera más privada y osa expresar la diversidad sexual en público. La detención esta semana de la activista Ibtissam Betty Lachgar, de 50 años, acusada por la Fiscalía de blasfemia por exhibirse en las redes sociales con una camiseta con la leyenda “Dios es lesbiana” ha reavivado el debate sobre la despenalización de la homosexualidad, además de poner de relieve los límites de la libertad de expresión.
El Código Penal marroquí castiga con penas de entre seis meses y tres años de cárcel los “actos de desviación” por mantener relaciones sexuales entre personas del mismo sexo. Organizaciones internacionales de defensa de los derechos humanos como Human Rights Watch (HRW) denuncian una legislación que restringe las libertades individuales y cuestiona el principio de no discriminación reconocido en la Constitución de 2011, aprobada en plena Primavera Árabe. HRW cita el caso de un universitario gay que fue expulsado de casa por su familia tras desvelarse su orientación sexual en las redes sociales. “He dormido en la calle y no tengo dónde ir”, lamentaba el joven.
La psicóloga y activista marroquí en favor de la diversidad sexual y de los derechos del colectivo LGTBIQ+ permanece desde el pasado domingo bajo custodia policial tras haber difundido el 31 de julio en las redes sociales la polémica fotografía. El caso de Lachgar refleja la fractura que vive la sociedad marroquí entre la penalización de la homosexualidad y una diversidad sexual que resulta cada vez más patente en las grandes ciudades.
La causa judicial abierta ahora en su contra ha quedado en suspenso hasta finales de agosto tras haber comparecido el miércoles ante el juez. A su equipo de defensa se ha incorporado Suad Brahma, presidenta de la Asociación Marroquí de Derechos Humanos (AMDH), la ONG más activa del país norteafricano, para reclamar su inmediata puesta en libertad. “Este arresto es injustificado y arbitrario”, reza un comunicado distribuido el sábado por la AMDH, “ya que atenta contra los compromisos internacionales suscritos por Marruecos”. La activista puede recibir una condena de hasta cinco años de cárcel y 20.000 euros de multa (700 veces el importe del salario mínimo local) al tratarse también de una acusación de “ofensa a la religión difundida por medios electrónicos”.
En las mismas redes sociales que ha contribuido a agitar con su provocadora camiseta, Lachgar ha respondido con contundencia a quienes le han lanzado amenazas de muerte o violación y han llamado a su linchamiento mediante lapidación con esta réplica: “Ustedes me aburren con sus mojigaterías. El islam, como toda ideología religiosa, es FASCISTA, FALÓCRATA Y MISÓGINO [en mayúsculas en el mensaje original]”.
“Los homosexuales son basura”. Con esta tajante invectiva se despachó en 2020 el entonces ministro de Derechos Humanos de Marruecos, Mustafá Ramid, miembro del Partido de la Justicia y el Desarrollo, la fuerza política islamista que encabezó el Gobierno de Rabat entre 2011 y 2021. El actual Gobierno de centroderecha ha preferido no pronunciarse sobre la detención de Lachgar, mientras la justicia sigue su inexorable curso.
Abdalá Taia, un reconocido escritor residente en Francia desde hace más de una década, fue el primer marroquí en salir del armario para proclamar abiertamente su identidad sexual en 2007 en la portada del semanario Tel Quel con su imagen bajo el titular “Homosexual, contra viento y marea”. Taia, de 51 años, aseguraba en recientes declaraciones a EL PAÍS que “el Estado no ampara la diversidad sexual” y por ello la comunidad LGTBIQ+ “tiene tanto miedo” en Marruecos.
Autor del libro La vida lenta, en el que describe la discriminación sufrida por un magrebí gay en París, Taia sostiene que “la homosexualidad no es un tabú en Marruecos, en tanto no tenga visibilidad en la sociedad”. Recuerda que entre 2004 y 2011, cuando el país magrebí vivió una etapa de reformas en los primeros años de reinado de Mohamed VI, los marroquíes comenzaron a expresar más libremente la diversidad sexual. “En las manifestaciones del movimiento 20 de Febrero [de 2011, Primavera Árabe] se llegó a reclamar en público la despenalización de la homosexualidad”, rememora un autor que ha narrado de forma explícita sus experiencias sexuales.
Frente a la caza de brujas que de tiempo en tiempo se ceba en la comunidad LGTBIQ+, la novela de la escritora Fátima Amezgar, de 28 años, Memorias de una lesbiana, había circulado por las librerías marroquíes sin levantar aspavientos. Hasta que su presentación en el Salón Internacional de la Edición y el Libro de Rabat desencadenó el escándalo en 2023. El Ministerio de Cultura retiró la obra del certamen tras las quejas de sectores islamitas contra la Administración “por difundir un libro sobre ateísmo, fornicación y libertinaje”. Esta profesora de lengua árabe reconoce ahora que sufrió acoso. “Se dedicaron a atacarme en redes sociales, publicando mi domicilio y número de teléfono, lo que expuso mi vida personal y me obligó a cambiar de residencia en más de una ocasión. No tuve más remedio que abandonar mi ciudad definitivamente”, revela
Amezgar declara su solidaridad con Lachgar. “Ella ha puesto de relieve una serie de profundas cuestiones intelectuales y filosóficas, en particular el debate sobre la libertad de expresión y sus límites”, argumenta. “No veo su acción como una amenaza para los creyentes, sino como una oportunidad para el diálogo. Lo verdaderamente preocupante son las leyes que se utilizan para silenciar y restringir la libertad de pensamiento y expresión de individuos y grupos”, advierte.
“No veo señales reales de tolerancia hacia la comunidad LGBTIQ+ en Marruecos. Los abusos que sufren sus miembros no son raros ni ocasionales, sino que son sucesos cotidianos y recurrentes, que obligan a las personas a ocultar su verdadera identidad y les impiden expresarla pacíficamente”, concluye la escritora. “A pesar de la retórica oficial que promueve la idea de libertad y democracia, encontramos personas procesadas únicamente por su identidad de género u orientación sexual, que son asuntos personales sobre los que no tienen elección y que no afectan a los derechos de los demás”.
Considera que en su país se difunde la idea de que “la libertad sexual está garantizada en la esfera privada, siempre que no se haga públicamente”. “Pero surge la pregunta”, se interroga en voz alta: “¿Por qué vemos a las autoridades inmiscuirse en esta esfera privada?”.
Mirar para otro lado
Con los gais extranjeros que visitan Marruecos, la policía suele mirar para otro lado siempre que no muestren abiertamente su orientación sexual, aunque a veces pueden ser delatados por observadores ultraconservadores. Un homosexual español de 70 años fue detenido en 2016 cuando se encontraba en la habitación de un hotel del Marraquech junto con un joven magrebí. Para la escritora marroquí también afincada en Francia Leila Slimani, la legislación de su país “es medieval y está desconectada de la realidad”. “Todo el mundo sabe que existen homosexuales y mantenemos una dicotomía que le conviene al sistema. Ya es hora de que los ciudadanos se rebelen”, declaró tras conocerse el caso de dos chicas adolescentes que se besaron en público en la misma ciudad del sur del país.
En el popular Musem (romería) de Sidi Alí Ben Hamduch (en la provincia de Mequínez, al este de Rabat) una cofradía islámica sufí convoca cada año a miles de peregrinos para festejar el nacimiento del profeta Mahoma. La tradición permite una inversión de los roles sexuales y el intercambio de vestimentas entre hombres y mujeres. Ante la presunta celebración de matrimonios entre personas del mismo sexo, la policía marroquí instala puestos de control para detectar la presencia de “desviados” que acuden a la celebración. Los gais y lesbianas identificados son sistemáticamente retenidos sin poder asistir a una festividad islámica a la que es lícito asistir travestido en Marruecos, un país de contrastes en el que todavía es necesario ocultarse bajo un disfraz de apariencias para poder amar con diversidad. So pena de acabar entre rejas.