Los polacos votaron por el cambio en 2023, después de ocho años de Gobierno ultraconservador de Ley y Justicia (PiS). Querían recuperar la democracia, los valores europeos, el Estado de derecho y un lugar central en la UE. El Gobierno de coalición liberal se convirtió en ejemplo en Europa de cómo la unidad puede frenar al populismo. Apenas un año y medio después, el sueño se ha roto. La ciudadanía ha elegido como presidente al historiador ultranacionalista Karol Nawrocki, con un 50,89% de votos, frente al alcalde de Varsovia, el europeísta Rafal Trzaskowski, con el 49,11%. Son apenas 369.591 votos de diferencia, pero suficientes para debilitar al Gobierno y comprometer el liderazgo del primer ministro, Donald Tusk, en Polonia y en la UE.
Ha sido una noche de infarto para ambos bandos. Los sondeos a pie de urna arrojaron a las 21.00 un empate técnico, con una ventaja de 0,6 puntos para Trzaskowski, vicepresidente de Plataforma Cívica, el partido de Tusk. Dos horas después, la primera proyección, a las 23.00, dio un giro y situó al aspirante de PiS, recién llegado a la política, en cabeza, con un 1,4% de diferencia. Al final, la distancia ha sido de 1,78 puntos.
Trzaskowski celebró su breve y minúsculo éxito. Nawrocki confió en que el escrutinio le acabaría dando la victoria. “Ganaremos y salvaremos a Polonia”, dijo ante sus seguidores, y prometió impedir que el Gobierno de Tusk consolidase su poder con la presidencia.
El jefe de Estado no tiene grandes poderes pero tiene una competencia fundamental: el poder de veto en la legislación, que solo se puede revertir con mayorías parlamentarias de dos quintos. Andrzej Duda, el presidente que agotará su segundo mandato en agosto, lo ha empleado para bloquear la agenda reformista del Ejecutivo de coalición, que incluye formaciones desde el centro-izquierda hasta la derecha. Nawrocki, un exboxeador con un pasado turbio, ha llegado al poder para hacer un uso extensivo de su prerrogativa constitucional.
En la práctica, esto significa un bloqueo absoluto legislativo. El Gobierno liberal llegó al poder con la promesa de cambios, pero hasta ahora ha cumplido muy pocos compromisos. La razón, que a veces sonaba a excusa, era que Duda bloquearía cualquier ley que llegase a su mesa. Alguna, como la legalización del aborto, ni siquiera llegó al palacio presidencial y se atascó en el Consejo de Ministros.
Para evitar el contrapeso que suponía el presidente y un Tribunal Constitucional nombrado por jueces de PiS, el Ejecutivo buscó fórmulas creativas, algunas de dudosa legalidad, para operar. A la Comisión Europea la promesa de que cuando tuviesen un presidente afín emprenderían, entre otras, la reforma judicial para restaurar el Estado de derecho, le valió para desbloquear los fondos que había congelado bajo el Gobierno de PiS.
Los ultraconservadores nunca se fueron del todo. Las elecciones que se han sucedido desde 2023 —regionales, municipales, y europeas— se dirimieron siempre por la mínima. Bruselas tiene suficientes motivos para pensar que un retorno de Ley y Justicia al poder es posible. Y con ellos, otro socio problemático que defenderá la soberanía nacional por delante de la europea y los valores cristianos ultraconservadores por delante de los principios y derechos fundamentales de la Unión.
La campaña de Nawrocki ha estado salpicada de escándalos. Varias investigaciones periodísticas han revelado un pasado violento, con participación en peleas callejeras con hinchas de fútbol, conexiones con el crimen organizado y con neonazis. También que supuestamente facilitó servicios de prostitución en un hotel en el que era guardia de seguridad. O que abusó de un anciano al comprarle un apartamento en condiciones poco claras. Ha dado igual. A los votos de PiS se sumaron la práctica mayoría de los apoyos que habían recogido las formaciones de extrema derecha Confederación (Konfederacja) y la antisemita radical Confederación de la Corona polaca. Según los sondeos a pie de urna de Ipsos, fue el más votado entre los jóvenes —que en primera vuelta apoyaron a Confederación— y los mayores de 60.
La victoria de Nawrocki da impulso a los ultras europeos después de la derrota en Rumania. La internacional populista, que ya no quiere sacar a sus países de la UE sino cambiarla desde dentro, ve más cerca la posibilidad de recuperar Polonia en las elecciones legislativas, previstas para 2027. Hasta entonces, el exdirector del Instituto de la Memoria Nacional torpedeará a Tusk y defenderá las promesas con las que ha llegado a la presidencia: no a la inmigración, ni al pacto verde, ni al aborto, ni a los derechos del colectivo LGTBI, ni a las ayudas sociales a los refugiados ucranios, ni a la adhesión de Kiev a la OTAN.
La Administración de Donald Trump se apunta también la victoria de uno de los suyos más allá de sus fronteras, después del fracaso en Canadá o Australia. Trzaskowski como presidente habría cultivado buenas relaciones con la Casa Blanca, pero el presidente republicano tenía a su favorito. La secretaria de Seguridad Nacional, Kristi Noem, hizo unas declaraciones esta semana en Polonia que parecieron condicionar el apoyo militar de Estados Unidos a la victoria de Nawrocki, y que sonaron a injerencia electoral.
En los cuarteles electorales del domingo, cuando se conocieron los sondeos a pie de urna, ya se vieron señales claras de quién había ganado y perdido en las presidenciales, más allá de los candidatos. Tusk celebró moderadamente la supuesta victoria de Trzaskowski, pero no tomó la palabra ante los suyos. Jaroslaw Kaczynski, pesidente de PiS y archienemigo del primer ministro, sí lo hizo: “Creo que ganaremos. Creo que llevaremos a cabo nuestro plan, que cambiaremos Polonia”, añadió.