El Gobierno británico ha obtenido una importante victoria estratégica en la guerra comercial instigada por la administración de Donald Trump, al conseguir cerrar un pacto bilateral para mitigar el impacto de la ofensiva arancelaria promovida por Estados Unidos. Después de que el presidente norteamericano avanzase este jueves en Truth Social, su red social, que “hoy debería ser un día muy grande y muy emocionante para Estados Unidos y Reino Unido”, fuentes de Downing Street han confirmado el inminente anuncio del primer ministro, el laborista Keir Starmer, en relación con el pacto con Estados Unidos en materia de tarifas. Poco después, el propio Trump ha confirmado, de nuevo en su red social, que el pacto con Londres es “completo y extenso” y que “afianzará la relación entre Estados Unidos y el Reino Unido por muchos años”.
Los términos específicos están todavía por concretar, pero según avanzan medios británicos, el arreglo se limitará a las barreras comerciales impuestas por Trump en las últimas semanas. Frente al marco estructural que ambas administraciones llevan negociando desde hace años, tras la salida del Reino Unido de la Unión Europea, el acuerdo incluiría fundamentalmente excepciones a los gravámenes más draconianos aplicados por el Ejecutivo norteamericano a las importaciones británicas.
Desde el principio, el Reino Unido había sido de las economías menos castigadas por la política arancelaria apuntada por Donald Trump en su famosa comparecencia en el jardín de la Casa Blanca el 2 de abril. Debido a la relativamente equilibrada balanza comercial que mantienen ambos países, Estados Unidos impuso a la mayoría de los productos británicos el umbral general del 10%, pero, como al resto del mundo, aplicó un 25% adicional a las importaciones de vehículos, acero y aluminio.
Lo que prevén desde hace días los analistas citados por los medios británicos es que la tarifa básica del 10% permanecerá, de modo que los beneficios del pacto bilateral se centrarán en esas otras áreas, como la industria del automóvil o del acero, pero también la farmacéutica o la tecnológica, sectores clave para el músculo empresarial británico. Otros aspectos más controvertidos, como los estándares de alimentación, históricamente uno de los puntos de mayor fricción, quedarán en esta ocasión fuera del acuerdo.
La relevancia del pacto es, en cualquier caso, notable. Estados Unidos supone el principal socio comercial del Reino Unido, que exporta un volumen de unos 200.000 millones de libras anuales (unos 235.000 millones de euros), con un enorme peso de los vehículos y la industria farmacéutica. El mercado norteamericano es el destino de referencia de la automoción británica, y cualquier avance que reduzca el coste de las importaciones resulta fundamental para el futuro de la economía del país.
Según el Instituto Nacional de Investigación Social y Económica (NIESR, en sus siglas en inglés), uno de los grupos de estudio de referencia en el Reino Unido, la ofensiva arancelaria de Trump podría reducir el crecimiento británico en un 2,5% en solo tres años. De ahí la trascendencia económica de cualquier concesión que pueda obtener el Ejecutivo de Starmer, que tiene, además, un notable interés político en allanar las relaciones con la administración norteamericana.
El primer ministro británico aspira a actuar como puente diplomático entre Estados Unidos y Europa, aprovechando los tradicionales vínculos trasatlánticos y su vocación confesa de estrechar lazos con la UE, una vez suturadas las heridas más profundas ocasionadas por el Brexit. Ser de los primeros países a los que Washington otorga excepciones pone al Reino Unido en una posición privilegiada en el nuevo escenario de realineamiento de fuerzas desencadenado tras la llegada de Trump a la Casa Blanca. Y supone un triunfo importante para Starmer ante su audiencia doméstica.
Además, esta misma semana Londres anunciaba un acuerdo comercial con India, el pacto de mayor alcance logrado por el Gobierno británico tras la salida de la UE. Así, entre uno y otro, el premier puede reivindicar que ha materializado dos de las aspiraciones más codiciadas por los sucesivos ejecutivos británicos. Y, adicionalmente, adquiere un balón de oxígeno para contrarrestar las críticas por su campaña para atraer a Trump, una estrategia muy cuestionada, incluso dentro de su propio partido.