La presión aumenta sobre el canciller alemán, el democristiano Friedrich Merz, para que se sume a sus socios europeos en las condenas y medidas contra Israel por la guerra en Gaza. El grupo parlamentario socialdemócrata ha instado esta semana al Gobierno federal a que abandone las reticencias, por motivos históricos, a criticar al Gobierno israelí. “Hemos alcanzado el tantas veces mencionado punto de no retorno”, dicen los socios menores de la coalición que encabeza Merz. En sectores del servicio diplomático también emerge un malestar con la política de la coalición, que se ha expresado, entre otras vías, mediante una carta de 13 antiguos embajadores exigiendo “una postura más restrictiva con respecto a las exportaciones de armamento y la cooperación militar”.
Merz y su entorno reflexionan estos días sobre un posible “ajuste” en la política hacia Israel, según publicó el jueves el diario Süddeutsche Zeitung, citando fuentes gubernamentales, y describiendo en el Gobierno alemán un ambiente de “frustración creciente”, además de “señales de que se agota la paciencia”. La tradicional política de apoyo casi incondicional a Israel, casi tres años después del ataque de Hamás contra Israel y la captura de los rehenes, ya no es popular. Un 80% de alemanes consideran injustificados los bombardeos israelíes en Gaza, según un sondeo reciente de la cadena ZDF. Un año antes, eran un 69%.
Israel coloca a los alemanes ante un dilema que ningún otro país afronta. Este es el país que, bajo el régimen nazi durante la II Guerra Mundial, perpetró el asesinato de seis millones de judíos. El principio del “nunca más” rigió la política de Alemania en las décadas posteriores. Pero el “nunca más” implicaba dos cosas a vez: la defensa de Israel como “razón de Estado” alemana y al mismo tiempo la defensa de los derechos humanos como principio universal, fuesen quienes fuesen las víctimas y los agresores. Cuando Israel, como sucede en Gaza, se ve acusada de violar gravemente los derechos humanos, el dilema se vuelve insostenible para los gobernantes alemanes, y el principio de la “razón de Estado” –su definición y su significado– colisiona con el de la defensa de los derechos humanos, y entra en crisis.
Según el semanario Der Spiegel, “a un número creciente de diplomáticos y diplomáticas del Ministerio de Exteriores les resulta difícil conciliar la razón de Estado con el derecho internacional”. El semanario revela que 130 funcionarios del ministerio –relativamente jóvenes, en la treintena o la cuarentena, según los describe el artículo– han creado un grupo de diálogo interno para impulsar cambios. Su lema es “Lealmente disconformes”. Algunos de ellos han colgado en las puertas de sus despachos o repartido en las cantinas cartas postales de una campaña de la organización Medico Internacional en las que se lee, sobre un fondo de imágenes de Gaza destruida, frases como: “Algún día, todos dirán que habían estado en contra”.
Merz ha llegado más lejos que otros antecesores en las críticas al Gobierno de Benjamín Netanyahu. “Se están sobrepasando límites”, denunció en mayo en referencia a las acciones de Israel en Gaza, y añadió que “se está vulnerando el derecho internacional humanitario”. Para tratarse del canciller de un país que, como él mismo recuerda, “está obligado, como ningún otro en el mundo, a contenerse a la hora de dar consejos a Israel”, el tono era insólito. Al mismo tiempo, se ha desmarcado de sus principales socios de la UE cuando se ha tratado de congelar el acuerdo de asociación europeo-israelí, que regula las relaciones entre ambos bloques. O, esta misma semana, al negarse a suscribir una declaración de 28 países, entre ellos el Reino Unido, Francia, Canadá, Italia y España, que denuncia “las matanzas inhumanas de civiles, incluidos niños, que buscan atender a sus necesidades más básicas de agua y comida”. Entre los grandes países occidentales y democráticos, faltaban Estados Unidos y Alemania.
A Merz se le reprocha –explícitamente en el caso de la carta de los exembajadores e indirectamente en la de los socialdemócratas– que su tono más duro no se haya traducido en cambios concretos. Al defender el rechazo a firmar la declaración de los socios, el canciller ha afirmado que él mismo ya ha defendido en otras instancias, como la UE, el mismo contenido de esta declaración. El diputado democristiano Jürgen Hardt, responsable de política exterior de su partido en el Bundestag, ha justificado en el Frankfurter Allgemeine Zeitung que el texto “no hace más que reforzar la sensación de aislamiento del Gobierno israelí”, algo que Alemania quiere evitar. El Gobierno alemán siempre ha sostenido que es necesario mantener canales abiertos con Israel y uno de ellos es el Acuerdo de asociación con la UE.
La carta de los diputados socialdemócratas, firmada por el portavoz de política exterior, Adis Ahmetović, y por el exjefe del grupo parlamentario, Rolf Mützenich, cita “las informaciones sobre niños hambrientos y sobre una hambruna que escala rápidamente” para apelar al Gobierno, del que su propio partido forma parte, a actuar de una vez. Piden, precisamente, que se sume a iniciativas europeas como la declaración de los 28, que congele el Acuerdo de Asociación de la UE, y que adopte medidas como la supresión de las exportaciones de armas “que se usan en contra de los derechos humanos”.
Los antiguos embajadores, por su parte, avisan en su carta, difundida a principios de mes por el semanario Die Zeit, de que las exportaciones de armamento exponen a funcionarios y políticos alemanes potencialmente a “consecuencias” en tribunales alemanes e internacionales.