La guerra de Sudán, que desde 2023 enfrenta al ejército regular con las paramilitares Fuerzas de Apoyo Rápido y sus aliados, ha atravesado ya dos fases decisivas. En el primer año y medio de conflicto, los paramilitares llevaron la iniciativa y ocuparon amplias zonas del país. El pasado septiembre, el ejército empezó a revertir la situación y, tras meses a la ofensiva, recuperó el control del este y el centro, incluido, en mayo, el Estado donde se encuentra la capital, Jartum. Desde entonces, sin embargo, sus avances se han estancado y han dado paso a nuevos feroces combates contra unos paramilitares bien atrincherados en sus bastiones del sur y del oeste.
El principal frente de guerra se ha desplazado actualmente hacia la vasta región de Kordofán, que se divide en tres Estados y se extiende del centro al sur de Sudán. Su control es clave para ambos bandos. Al ejército, le daría un punto de apoyo desde el que atacar la región occidental de Darfur, el gran centro de gravedad de las Fuerzas de Apoyo Rápido. Para los paramilitares, retener Kordofán, donde también cuentan con redes de reclutamiento bien engrasadas, les permite erguir una defensa avanzada de sus feudos darfuríes y cimentar la división de Sudán.
Los choques más feroces se están produciendo en Kordofán del Norte, hacia donde se dirigió el bando del ejército tras capturar el Estado de Jartum. Aunque el ejército controla su capital, El Obeid, mantener el empuje hacia el oeste está resultando cada vez más difícil por la sólida presencia de paramilitares y grupos locales aliados, que están tratando de cercar El Obeid. En las últimas semanas, antes del inicio de la época de lluvias, que dificulta los combates, se han librado duros combates en varias localidades que han cambiado de manos con frecuencia.
Paralelamente, las Fuerzas de Apoyo Rápido están intentando capturar todo Kordofán Oeste. Allí ya controlan la capital de Al Fula y la mayoría de las ciudades más importantes, pero la segunda más grande del Estado, Babanusa, y la zona de Heglig, en la frontera con Sudán del Sur y donde se sitúa un yacimiento de petróleo, siguen en manos del ejército. Los paramilitares y sus aliados del Movimiento Popular de Liberación de Sudán-Norte también controlan zonas de Kordofán Sur y mantienen bajo cerco las dos principales ciudades bajo dominio militar.
Matanzas
Como ha sucedido durante toda la guerra, el recrudecimiento de los combates en Kordofán Norte ha ido seguido de numerosas masacres de civiles. Durante tres días a mediados de julio, los paramilitares mataron al menos a 300 personas en ataques contra comunidades alrededor de la ciudad de Bara, en el norte de El Obeid, según la ONU. Se trata de una de las matanzas más letales desde el inicio de la guerra, y que ocurrió además en medio de un apagón de comunicaciones.
Los asaltos se concentraron principalmente en las aldeas de Shag Al Noum y Hilla Hamid, y fueron acompañados de amplios incendios provocados contra viviendas y cultivos, saqueos y decenas de secuestros, según organizaciones locales e imágenes de satélite. La mayoría de los muertos en Shag Al Noum, según el grupo sudanés Abogados de Emergencia, fueron “quemados dentro de sus casas o recibieron disparos”, y luego enterrados en fosas comunes. En las últimas semanas, decenas de otras localidades del Estado han sufrido una violencia similar.
Más allá de Kordofán, desde que las Fuerzas de Apoyo Rápido perdieron Jartum también han intensificado su ofensiva contra la ciudad de El Fasher, la capital de Darfur Norte y la única de todo Darfur que todavía no controlan pese a haberla sometido a un feroz asedio y repetidos bombardeos desde hace más de un año. El ejército y sus aliados, incluidos grupos locales de autodefensa, han repelido hasta ahora todas las embestidas paramilitares, pero a mediados de julio estos lograron realizar su incursión en la ciudad más profunda hasta la fecha.
A mediados de junio el ejército también sufrió otro importante revés en Darfur Norte cuando los paramilitares capturaron el triángulo fronterizo entre Sudán, Libia y Egipto, lo que les ha permitido aislar aún más El Fasher y amenazar por primera vez con lanzar incursiones sobre el Estado Norte del país, el gran bastión del ejército. Más significativo todavía es que el control de la zona fronteriza les ha permitido ampliar una línea de suministros desde el sureste de Libia gracias a los Emiratos Árabes Unidos, su principal aliado internacional. Desde mayo, Abu Dabi ha aumentado notablemente los envíos de asistencia militar a través del aeropuerto libio de Kufra, controlado por un grupo armado local aliado de las Fuerzas de Apoyo Rápido.
Para los paramilitares, consolidar el control sobre Darfur y Kordofán es clave para cimentar la división de Sudán e impulsar un Gobierno en la mitad bajo su dominio. En julio, una alianza liderada por las Fuerzas de Apoyo Rápido e integrada junto a grupos aliados, llamada Tasis, ya formó, pese a sus desavenencias, un consejo presidencial paralelo encabezado por el líder de los paramilitares, Mohamed Hamdan Dagalo, y un Gobierno propio. La junta militar, a su turno, también eligió a un nuevo primer ministro en mayo, Kamil Idris, para formar un nuevo Gobierno en sus territorios, aunque el proceso se ralentizó durante semanas por disputas sobre el reparto de poder con los grupos armados aliados del ejército.
La guerra de Sudán estalló en abril del 2023 al saltar por los aires la alianza que mantuvieron ejército y paramilitares tras un golpe de Estado en 2021 contra una transición democrática. Su aversión a un Gobierno civil, a reformas internas y a rendir cuentas mantuvo su unión por un tiempo. Pero el rechazo popular a la asonada, una grave crisis económica, elevados niveles de violencia interna y su aislamiento internacional hicieron su relación cada vez más insostenible.
En su tercer año, la guerra ha provocado la mayor crisis humanitaria del mundo: 30 millones de personas —la mitad, niños— necesitan hoy ayuda y más de 12 millones han huido de casa, según la ONU. El número de muertes directas que ha provocado el conflicto se desconoce y las violaciones de derechos humanos han sido generalizadas, aunque particularmente brutales por parte de los paramilitares. A ello se suman unas condiciones incompatibles con la vida en muchas zonas del país, como la desnutrición extrema y el colapso del sistema de salud.