Para un soldado de la batalla cultural contra el globalismo y el progresismo que libra la extrema derecha en todo Occidente, meterse en la web de la cumbre que celebra la ONU desde este lunes en Sevilla puede ser como asomarse a un abismo en el que se concentran todos sus temores. En distintos documentos en los que las Naciones Unidas explican en qué consiste la IV Conferencia Internacional sobre Financiación para el Desarrollo, que durará hasta el jueves y está previsto que reúna a más de 70 jefes de Estado y de Gobierno, entre ellos Pedro Sánchez, se arraciman muchas de las ideas contra las que se dirigen tanto los militantes de la causa antiwoke como aquellos —que muchas veces coinciden con los primeros— que defienden el fin del multilateralismo en las relaciones internacionales y ven perniciosa la mezcla étnico-cultural facilitada por la permeabilidad de las fronteras. ¿Qué ideas? La ONU, señala la documentación, pretende en Sevilla combatir las “brechas de género”, promover el “diálogo multilateral”, asegurar “un futuro más sostenible” basado en el desarrollo “inclusivo”, promocionar la “migración segura” y con “derechos”… Es el lenguaje de la Agenda 2030, bestia negra de la ultraderecha.
La Agenda 2030 integra 17 grandes objetivos, detallados en 169 metas concretas que la ONU se marcó en 2015 para cumplir en los siguientes 15 años. Entre los objetivos están el “fin de la pobreza”, la “igualdad de género”, la “reducción de las desigualdades”, la “acción por el clima”… Esta cumbre tiene por objetivo proporcionar a gobiernos, organizaciones internacionales, bancos, empresas y ONG un punto de encuentro para pensar cómo alcanzar unos objetivos que ahora están lejos. Según datos de la propia ONU, solo el 17% de las metas fijadas avanzan a ritmo de cumplirse en 2030. Por ello, es necesario un mayor esfuerzo financiero, tal y como recoge el llamado Compromiso de Sevilla, un texto negociado por la ONU, con el rechazo de EE UU, para su adopción formal en la cumbre.
El documento reafirma la necesidad de una “aplicación efectiva de la Agenda 2030”, establece que la pobreza es “el mayor desafío mundial” y señala la existencia de una “brecha” entre las “aspiraciones de desarrollo sostenible” de la ONU y la “financiación para alcanzarlas”, brecha que se cifra en unos 3,4 billones de euros anuales. “Una vez definidos los objetivos, hay que ver de dónde sacar el dinero para cumplirlos”, resume sobre el sentido de la cumbre Susana Ruiz, coordinadora de Fiscalidad Internacional para Oxfam Intermón.
Un plan “diabólico”
La extrema derecha internacional cree que, tras la apariencia impecable de la Agenda 2030, se esconde la mano de una élite globalista que pretende ejecutar un plan para privar a las naciones de soberanía, diluir las fronteras naturales entre hombre y mujer, inundar de inmigrantes los países occidentales —acabando con su raíz cristiana— y limitar la libertad económica. El rechazo a estos planes es transversal en esta familia política, empezando por su figura principal, Donald Trump, que no ha limitado su oposición a meras soflamas.
En marzo, su Administración publicó una comunicación denunciando que, tras su “lenguaje neutro”, la Agenda 2030 promueve “un programa de gobernanza global blanda incompatible con la soberanía de Estados Unidos”. “En las últimas elecciones, el mandato del pueblo americano fue claro: el Gobierno debe volver a centrarse en los intereses de los estadounidenses. […] Trump también estableció una […] corrección del rumbo en materia de ‘género’ e ideología climática, que impregna los ODS [Objetivos de Desarrollo Sostenible]. En pocas palabras, los esfuerzos globalistas como la Agenda 2030 y los ODS perdieron en las urnas”, señala la Misión de EE UU ante la ONU, que “rechaza” todo el programa, también diana habitual de los dardos de la Fundación Heritage, el influyente laboratorio de ideas en la órbita trumpista.
Cada líder de la extrema derecha ha encontrado su forma de disparar contra la Agenda 2030. El primer ministro húngaro, Viktor Orbán, suele colocar todos los planes “globalistas” de la ONU como parte del mismo proyecto de su archienemigo, el multimillonario George Soros. El presidente argentino, Javier Milei, cree que se trata de un proyecto “de corte socialista” que atenta contra “el derecho a la vida, la libertad y la propiedad”. La jefa del Gobierno italiano, Giorgia Meloni, integra la Agenda 2030 dentro de la “agenda nihilista” que ha llevado —a su juicio— al fracaso de la UE. Marine Le Pen acusa a Emmanuel Macron de promoverla junto al Pacto Verde y las fronteras laxas.
¿Y Vox? Es el gran partido anti-Agenda 2030 en España. Su órgano de propaganda, La Gaceta, ya ha publicado un artículo contra la cumbre sevillana, que presenta como una cita de “las élites” para promover el “intervencionismo económico”, el “control fiscal supranacional” y las “agendas globalistas”. El artículo señala que, según Vox, la cumbre deparará una “foto de la vergüenza” de Pedro Sánchez (PSOE) junto al presidente andaluz, Juan Manuel Moreno (PP). Este tipo de ataques son un recurso usual de responsables nacionales, autonómicos y locales en Vox, que presentan la Agenda 2030 como la mejor prueba de que socialistas y populares comparten proyecto. No se trata, además, de un proyecto cualquiera, sino de uno que para Vox es “diabólico”.
En 2021, en su fiesta anual Viva, Vox —que no respondió a las preguntas de EL PAÍS— llegó a quemar una figura que representaba los 17 objetivos de la ONU. En la crónica de EL PAÍS, un asistente explicaba así su rechazo a estos planes de Naciones Unidas: “¿Ha oído decir que no debemos comer carne? Pues es eso”.
En realidad, la Agenda 2030 no pretende impedir el consumo cárnico, pero desde su aprobación ha servido a la extrema derecha para proyectar todo tipo de temores. En su informe de 2024 Desenmascarando la Agenda 2030, NEOS, una fundación católica que promueve la unidad del PP y Vox, sostiene que el plan está “provocando” ya un “letal desorden en el corazón” de la sociedad española, igual que la “cultura woke“. Además de Vox, también Alvise Pérez, líder de Se Acabó la Fiesta, tiene entre ceja y ceja la Agenda 2030, que presenta como un dogma progresista que sirve para identificar y perseguir al discrepante.
En los principales canales conspiranoicos, como el de Rafael Palacios, Rafapal, con más de 126.000 seguidores, la Agenda 2030 es aliño de múltiples teorías. Entre los donantes de la cumbre sevillana está Bill Gates, uno de los superricos, junto a Soros, que más obsesionan a los consumidores de este contenido. En cuanto al PP, quien ha tenido un discurso más crítico con esta agenda es Isabel Díaz Ayuso. Bajo presión de Vox, que la acusa de haber tragado con esta doctrina izquierdista, la líder madrileña ha afirmado que hay “muchas partes” de esta agenda que no comparte y ha cargado contra los “políticos 2030”.
Múltiples significados
El estadounidense Connor Mulhern, conocedor con las principales líneas de discurso de la extrema derecha como investigador del Proyecto Internacional Reaccionaria, afirma que, para los detractores de la Agenda 2030, sus “detalles específicos” son lo de menos. “Lo que importa es su utilidad simbólica”, señala. Los objetivos de desarrollo sostenible, añade, sirven a las fuerzas extremistas para alertar contra un enemigo con muchos nombres, desde el “wokismo” al “posmodernismo”, y unir a los suyos contra el mismo. En cada país, explica, se pone énfasis en un aspecto. En EE UU, por ejemplo, se vincula la Agenda 2030 a la llamada “teoría crítica de la raza”, que explica el carácter estructural del racismo en el país y está en la diana del Partido Republicano, el movimiento MAGA.
La matriz de todos los discursos anti-Agenda 2030 —desarrolla Mulhern— es la teoría del “marxismo cultural”, según la cual “las élites, especialmente los académicos, los extranjeros y las instituciones globales”, están “orquestando una campaña para socavar los valores tradicionales e imponer cambios radicales” en “género, cultura y economía”. Y añade: “La Agenda 2030 permite a Vox y sus aliados ofrecer una explicación al auge del feminismo, la visibilidad LGBTQ+, el secularismo y la sociedad multirracial”.
No desde la investigación politológica, sino desde su experiencia tratando de impulsar esta agenda, Susana Ruiz, de Oxfam Intermón, sostiene que la extrema derecha la rechaza porque aceptarla implica el reconocimiento de que hay una crisis climática y una desigualdad de género. Pero no es solo eso, añade. “La Agenda 2030 tiene que ver con un modelo de desarrollo global con colaboración y solidaridad. Y eso es rechazado por la extrema derecha, que defiende un modelo de privatización que incluye no solo los servicios, también la cooperación”, señala Ruiz, que destaca el éxito de que, en un momento de retroceso del multilateralismo y a pesar de que EE UU se ha borrado de la cumbre, se celebre un encuentro que parte de una premisa hoy en retroceso: “Que hay problemas globales que necesitan respuestas coordinadas”.