El 15 de junio de 2024, Joe Biden viajó a Los Ángeles para un evento de recaudación organizado por el poderoso productor Jeffrey Katzenberg y el actor George Clooney. Había estrellas de cine, el presentador Jimmy Kimmel lanzó preguntas amables sobre el escenario a Biden y a su exjefe, Barack Obama, y las abultadas carteras de los donantes demócratas, millonarios de Hollywood en su mayoría, se abrieron de par en par para contribuir a la campaña de reelección del presidente de Estados Unidos.
Cuando, a la hora del besamanos, Clooney saludó al homenajeado se dio cuenta de que este no lo estaba reconociendo, pese a que ambos se habían tratado desde hacía más de 15 años.
―“Es George Clooney, señor presidente”, tuvo que avisarle un ayudante.
―“Oh, sí”, dijo Biden, “¿qué tal, George?“.
El actor sabía que su amigo, de 81 años, había pasado unos días ajetreados −con viajes a Francia, Delaware, Italia y California− y consideraba “mezquino” el informe del fiscal especial Robert Hur que en febrero lo había definido como un “anciano con mala memoria”. La última vez que se habían encontrado, hacía dos años, lo había visto bien. Pero aquel día en Los Ángeles no pudo evitar preguntarse si ese hombre, que un asistente a la gala definió como “alguien que no estaba vivo”, era realmente el presidente de Estados Unidos.
La anécdota figura en Original Sin, libro de los periodistas Jake Tapper, presentador estrella de la CNN, y Alex Thompson, reportero de Axios. “Más de 200 entrevistas” —en su mayor parte, a fuente anónimas— sirven a Tapper y Thompson para concluir que “el pecado original” del título fue la decisión de Biden de presentarse a la reelección, “seguida de los agresivos esfuerzos” de su entorno “por ocultar su deterioro cognitivo”. Uno de los pocos que hablan con nombre y apellido, un estratega demócrata llamado David Plouffe, es más explícito al denunciar que el candidato “jodió muchísimo” al partido por no apearse antes de la contienda.
Su publicación está prevista para el 20 de mayo, pero este martes The New Yorker publicó un extracto que la revista tituló: “Cómo Biden le entregó la presidencia a Trump”. La estrategia de promoción previa incluyó además una tibia reseña en The New York Times, un artículo en Axios y un buen montón de tiempo de antena en la CNN. Tanto tiempo como más o menos la mitad del programa del propio Tapper, de quien ya se sabía por libros anteriores que se mueve con desparpajo en las aguas del autobombo.
El avance editorial cayó como una bomba en Washington, pese a que la aprensión de Clooney con el aspirante demócrata no es precisamente una noticia. Después de todo, el actor publicó el 10 de julio un artículo en el Times que tituló: “Quiero a Joe Biden, pero necesitamos un nuevo candidato”.
Para entonces, esa idea tampoco era original: el 27 de junio, el presidente dejó claro ante millones de televidentes en el debate que lo enfrentó a su rival, Donald Trump, que no parecía capaz de completar la campaña, ni de ganar las elecciones, no digamos ya de dirigir el destino de la primera potencia mundial durante cuatro años más. Aquella súbita toma de conciencia abrió la espita de las críticas en su propio partido, que empezó a atreverse a llevarle la contraria y acabó forzándole a renunciar tres semanas después.
El resto es historia de la derrota más humillante del Partido Demócrata en décadas. Kamala Harris, la vicepresidenta a la que el jefe había relegado durante su mandato, se convirtió de pronto en su mejor opción y tomó el relevo. Siguieron lloviendo los millones en donaciones, pero nada impidió el regreso de Trump a la Casa Blanca.
También se supo este martes, gracias a la parte que desveló Axios, que “en 2023 y en 2024″, en vista de que “se había vuelto tan grave el deterioro físico de Biden, más evidente en su caminar vacilante, hubo discusiones internas [entre sus colaboradores] sobre la posibilidad de sentar al presidente en una silla de ruedas”. Esas conversaciones llegaron a la conclusión de que no lo harían, escriben Thompson y Tapper. Al menos, no hasta después de las elecciones.
Media jornada
Los periodistas, según se desprende de la crítica del Times, detallan en su libro las estrategias para disimular esos problemas: “Restringir los asuntos urgentes al horario entre las 10:00 y las 16:00; ordenar a los redactores de discursos que escribieran corto para que [Biden] no tuviera que pasar demasiado tiempo de pie; u obligar al presidente a usar las escaleras cortas del Air Force One. Al grabar vídeos, sus asesores a veces filmaban ‘a cámara lenta para difuminar la realidad de lo despacio que caminaba”, escribe la reseñista de no ficción del diario, Jennifer Szalai, que también recuerda los ataques a los periodistas que, “como el propio Thompson”, se “dignaron a denunciar lo que estaba pasando”.
Los autores de Original Sin dividen a los “encubridores”, en los que todas las fuentes anónimas descargan sus responsabilidades, en dos grupos: la familia y sus asesores cercanos, “conocidos internamente como el politburó”. La familia se dedicó a fomentar la idea de Biden como “una figura histórica”, mientras que el politburó se centró en destacar los éxitos de su presidencia y en hacer creer a los estadounidenses que “las siestas, los susurros y los movimientos bruscos” tenían que ver “con las partes ‘performativas’ del trabajo”.
Estos días, esa misma guardia pretoriana ha preferido no reaccionar a la revelación sobre el susto de Clooney, pero sí a la de la silla de ruedas. Un portavoz del expresidente envió a Axios y al Times un comunicado que alega que sus problemas para andar se debían al “desgaste de su columna vertebral” de la que informó en su día un informe médico difundido por la Casa Blanca.
“Fue transparente al respecto, y no fue para nada grave”, continúa el comunicado. “Sí, hubo cambios físicos a medida que envejecía, pero la evidencia de envejecimiento no es prueba de incapacidad mental. Y hasta el momento, seguimos esperando que alguien, cualquiera, señale en qué casos tuvo que tomar una decisión presidencial o pronunciar un discurso y no pudo hacer su trabajo debido al deterioro mental. De hecho, las pruebas apuntan a lo contrario: fue un presidente muy eficaz”.
En previsión de la publicación del libro, y de otros que están por venir, el expresidente hizo la semana pasada una minigira de contrapromoción. Concedió una entrevista a la BBC, y fue al popular magacín The View para someterse a una entrevista distendida de una hora durante la que balbuceó cuando definió como “imprecisas” las historias que —como aquella de The Wall Street Journal que causó un terremoto en Washington y que fue desmentida con vehemencia— decían que estaba incapacitado para hacer el trabajo.
A su lado, Jill Biden, su esposa, salió en cierto momento a su rescate y negó que lo hubiese aislado del mundo para protegerlo. “Fueron muy dolorosas esas acusaciones, especialmente de quienes se hacían llamar amigos nuestros”. El matrimonio tiene mucho trabajo por delante si quiere asegurar a Biden un buen lugar en la historia, dado que esta puede ser muy cruel con los expresidentes. Como parte de esa ofensiva se espera la publicación de un libro con la versión del propio protagonista sobre sus cuatro años en la Casa Blanca.
Quienes han leído Original Sin más allá de los adelantos editoriales advierten de que no trae grandes revelaciones aparte de las publicadas, y señalan como un lastre la cantidad de fuentes anónimas sobre las que sus autores han construido el libro. Es ciertamente elocuente que aún muchos en el Partido Demócrata no se atrevan a decir en público lo que susurran en privado.
Ese fue el pecado original, según Tapper y Thompson, del tramo final de la presidencia de Biden. Y por lo que se ve, ni siquiera la humillante derrota ante Trump ha contribuido a que el partido se decida a expiarlo. En el libro, los autores cuentan que el 6 de noviembre de 2024, Biden se despertó tras el batacazo electoral pensando que si hubiera seguido en la contienda, habría ganado. “Eso es lo que sugerían las encuestas; lo repetía una y otra vez”, escriben los autores.
Solo había un problema, confesaron los encuestadores a los periodistas. Esos sondeos nunca existieron.