Tras casi dos años de guerra en Gaza, las palabras del Gobierno de Israel convencen a un número cada vez menor de civiles y de soldados. A finales de 2023, después de que Hamás lograse penetrar en suelo israelí y matase a 1.200 personas en una masacre que conmocionó a la población, miles de israelíes se alistaron precipitadamente para responder a lo que percibían como una amenaza a la supervivencia del Estado de Israel. Veintitrés meses más tarde, un grupo cada vez más numeroso de soldados en la reserva —cerca de 400 lo hicieron público la semana pasada— declara abiertamente su rechazo a atender las siguientes convocatorias militares, ante lo que denuncian como una guerra “sin sentido” e “ilegal”.
Para muchos de ellos, la razón principal de ese alejamiento es que consideran que la ofensiva ha fracasado en el objetivo de rescatar a los rehenes israelíes que siguen en manos de Hamás. Creen que la operación solo pretende la del Gobierno. “Esta guerra no sirve para nada, solo para que [Benjamín] Netanyahu siga en el poder”, dice a EL PAÍS Eyal, un militar en la reserva.
Las dudas acerca de los motivos que llevan a los mandatarios israelíes a ordenar la continuación de la ofensiva, que en estos dos años ha matado a cerca de 63.000 palestinos (una media de 90 al día), van acompañadas de críticas que surgen del interior del propio ejército israelí y que desdibujan el retrato del desempeño militar ejemplar que los líderes de Israel difunden hacia el mundo.
Entre los reservistas que se oponen a alistarse de nuevo emergen denuncias que afirman que los soldados en Gaza actúan de manera “poco profesional” y que durante la mayor parte del tiempo “no están seguros de lo que están haciendo”. Un informe interno del Centro de Información Operacional de las tropas terrestres filtrado el pasado lunes consideraba la ofensiva que el ejército ha llevado a cabo en la Franja durante los últimos meses un fracaso, aludiendo a que Israel ha cometido “todos los errores posibles” sin haber logrado el desmantelamiento de Hamás ni la liberación de los rehenes.
El martes pasado, el ejército de Israel esperaba reclutar a buena parte de los 60.000 reservistas a los que pretende movilizar de manera inminente para reforzar las tropas y avanzar en la toma de Ciudad de Gaza, que está en marcha desde agosto. Según la prensa israelí, las autoridades militares registraron una asistencia menor a la prevista en medio de un contexto en el que cada vez más soldados en la reserva padecen de problemas familiares, laborales o de estudios tras haber dedicado centenares de días al ejército durante los últimos dos años.
Un grupo formado por casi 400 reservistas, según sus promotores, dio un paso al frente el mismo martes y declaró de manera pública que se negarían a atender las siguientes convocatorias. La organización, llamada Soldados por los Cautivos, denunció durante una rueda de prensa en Tel Aviv la instrumentalización que, a su juicio, hace el Ejecutivo de la guerra en Gaza, donde inflige dolor en la población gazatí, en los soldados desplegados y en los rehenes sin conseguir los propósitos que los líderes israelíes se marcaron. “Somos más de 365 soldados”, dijo durante la conferencia el sargento de primera clase Max Kresch, que mostró una carta firmada por todos ellos. “Y nos negamos a participar en la guerra ilegal de Netanyahu”.
En Israel, los reservistas son un elemento clave en tiempos de guerra. El país tiene un ejército regular relativamente pequeño (unos 169.500 soldados) que se nutre de las rotaciones de cientos de miles de ciudadanos, que durante algunas semanas al año interrumpen su vida personal para unirse al ejército. En ese grupo de reservistas hay ahora mismo unas 450.000 personas. Y, desde que Israel lanzó la ofensiva en Gaza, esas rotaciones se han vuelto más largas y frecuentes. En teoría, el servicio es obligatorio, aunque hay múltiples exenciones. En todo caso, ignorar ese deber de alistamiento por desobediencia política puede llevar a los reservistas a pasar unas semanas en una cárcel militar.
El desencanto creciente entre los soldados va de la mano del escepticismo del conjunto de la sociedad israelí. Desde hace meses, según las encuestas, la mayoría de la población de Israel defiende la firma de un alto el fuego; no tanto por el sufrimiento que están viviendo los civiles gazatíes sino porque creen que es la única solución para liberar a los rehenes, cuya salud supone la mayor preocupación en la sociedad israelí en relación con el conflicto en la Franja. Teniendo eso en cuenta, muchos no entienden que el Ejecutivo de Netanyahu rechace sucesivas propuestas de tregua que sacarían de los túneles a los últimos israelíes, y que prosiga con unas operaciones que incluso la cúpula militar ha advertido de que ponen en peligro a los rehenes.
Horas después de la rueda de prensa de Soldados por los Cautivos, Netanyahu tomó la palabra. “Estoy con vosotros y os expreso mi profundo aprecio”, decía el primer ministro en un comunicado dirigido a todos los soldados, a los reservistas y a sus familias. “Sé que habéis pagado un precio muy alto”, reconocía. Y añadía: “Estamos librando una guerra justa sin igual. No nos olvidamos ni un momento de lo que nos hicieron el 7 de octubre [de 2023]: las decapitaciones, las mujeres que fueron violadas, los bebés que fueron calcinados y los cautivos que fueron secuestrados”.
Dana, israelí de 26 años que extraña el tiempo en el que solo era una estudiante, sugiere que el Gobierno de Israel busca mantener a la población asustada. Esta joven, reservista y miembro de Soldados por los Cautivos, señala que a los israelíes les persigue el trauma del 7 de octubre y el miedo atroz a que algo como aquello pueda repetirse. Eso, dice, los tiene atrapados en un “modo defensivo” en el que los mensajes de alerta tienen un mayor calado.
A ella, sin embargo, ya no la convencen. “Van mencionando conceptos populistas como la ‘victoria absoluta’ [contra Hamás], pero creo que buena parte de la sociedad israelí se da cuenta que es una falacia”, afirma por teléfono desde Tel Aviv. La frustración invade a las familias de los cautivos, que en una protesta el pasado miércoles, a la que Dana asistió, expresaban su indignación por el enésimo rechazo de Netanyahu a las propuestas de alto el fuego de Hamás. “Israel ni tan siquiera aporta justificaciones para defender ese rechazo”, indica la joven.
La actividad que ocupa a Dana como representante de Cautivos por los Soldados ante la prensa internacional refleja el viaje que ha transitado. “Al comienzo de la guerra, todos nos hicimos voluntarios. Yo contactaba a mi comandante todo el tiempo para preguntarle si necesitaba que regresara”, recuerda. Pero el tiempo corrió sin aportar resultados. Dana cuenta que ha habido tres momentos específicos que han impulsado la desconfianza entre los soldados.
El primero fue en septiembre de 2024, cuando una operación de rescate fallida por parte del ejército terminó con seis rehenes ejecutados por Hamás. “Muchos se dieron cuenta de que las acciones de las tropas ponían en peligro a los cautivos”, dice la reservista. El segundo fue en marzo de este año, cuando Israel terminó de manera unilateral otro alto el fuego que estaba liberando a rehenes de manera gradual, y reanudó la ofensiva. La tercera oleada ocurre en la actualidad, con el Gobierno israelí apartándose de la mesa de negociación y anunciando la destrucción total de Ciudad de Gaza.
“Yo me fui al frente el primer día de guerra sin dudarlo”, coincide Eyal, otro de los soldados de combate que ha engrosado la oleada de escepticismo. Lo mandaron a la frontera con Líbano, donde la milicia libanesa Hezbolá empezó a bombardear Israel en supuesta solidaridad con los palestinos de Gaza.
Eyal acumuló cientos de días en ese frente durante cuatro convocatorias distintas. La última vez que estuvo reclutado fue en febrero de 2025. Ahora, ha comunicado a su comandante que no regresará a filas.
El 19 de noviembre de 2024, un dron de la milicia libanesa mató a su primo, Omer Moshe Gealdor, mientras estaba desplegado como soldado en el interior de Líbano. La muerte ocurrió en la semana anterior a que Israel y Hezbolá alcanzaran el alto el fuego. Eyal explica por teléfono desde Tel Aviv que en ese momento ya percibían que “la continuación de la guerra” con Hezbolá no tenía sentido porque ya habían logrado los objetivos. Su primo, concluye, murió “por nada”, dejando atrás a su esposa y dos hijos de tres años y ocho meses de edad.
Ahora, Eyal tiene una sensación parecida con las muertes que se suceden en la Franja. “Para los israelíes, lo más importante es devolver a los cautivos a casa”, afirma este joven, que conoce a dos personas que han tenido un familiar secuestrado en la Franja. Y la guerra, indica, “no lo logra”. El reservista siente que el objetivo de la guerra israelí en Gaza no tiene nada que ver con lo que ocurre en la Franja, sino con la política interna israelí y con el mantenimiento del Gobierno. “Esta guerra no sirve para nada”, concluye.