La Comisión Europea ha decidido hacer un ejercicio de fe: confía en que la conversación telefónica que en la noche del domingo mantuvieron su presidenta, Ursula von der Leyen, y el de Estados Unidos, Donald Trump, marque en un antes y un después en la búsqueda de una salida a la guerra comercial abierta por Washington. Varios Estados miembro quieren ver esperanza. El presidente francés, Emmanuel Macron, habló incluso de “avance” en las discusiones y en Bruselas de “un nuevo ímpetu” y de “acelerar” negociaciones para llegar a un punto de encuentro antes del 9 de julio. Las fuentes consultadas no dan mucha importancia a la futura puesta en escena del hipotético acuerdo o a quién saldría aparentemente vencedor si al final hay un “pacto beneficioso” para ambas partes.
Aunque está por ver cómo se define ese concepto de “pacto beneficioso”. Porque hasta el momento Washington, apuntan varias fuentes europeas, busca más bien una capitulación con sus planteamientos que una negociación en la que dos partes ceden en busca del mal menor.
No obstante, la llamada al más alto nivel de mandatarios a los dos lados del Atlántico ha infundido cierto optimismo. Pese a todo, explican en Bruselas, poco ha cambiado desde que Trump lanzó la amenaza de imponer aranceles del 50% a las importaciones europeas ante la falta de avances. La postura en la mesa de la Comisión, pues, sería la misma. Ni habría nueva propuesta ni una estrategia distinta tras la llamada entre los dos mandatarios.
La confianza de Bruselas se basa en que, tras esa llamada, el presidente de EE UU dijo a la prensa que había dado su visto bueno a una negociación que tendría marcado en rojo la fecha del 9 de julio. “Esa es la fecha que ella pidió”, apuntó después el mandatario republicano ante los medios de comunicación, y él lo concedió porque, dijo, tiene “el privilegio” de tomar esa decisión.
Este lunes, a primera hora en Washington, Trump continuó con su argumentario en Truth, su red social: “Países de todo el mundo quieren comerciar con nosotros. ES ALGO HERMOSO DE VER [sic]. Estados Unidos pronto tendrá un tremendo crecimiento“. Difícilmente estos pronunciamientos encontrarán réplica de Bruselas, donde desde el principio se ha optado por la discreción, el perfil bajo y dejar sin respuesta las provocaciones. Incluso, entre los más cercanos a las negociaciones, no falta quien afirma que el objetivo de la UE es lograr un buen acuerdo, aunque eso implique que el presidente estadounidense imponga su relato.
La amenaza de imponer aranceles del 50% a las importaciones europeas que lanzó el viernes se había ido diluyendo en poco más de dos días sin que, aparentemente, hubiera más cambios. Porque la llamada que el comisario de Comercio, Maros Sefcovic, y los negociadores estadounidenses, Howard Lutnick (secretario de Comercio) y Jamieson Greer (representante de Comercio) mantuvieron el viernes fue mal. El eslovaco, diplomático de formación, dejó claro al acabar que con amenazas en la mesa no se puede negociar. Y en la conversación, EE UU no se movió de sus posturas de imposición unilateral.
Sefcovic ha podido saber este mismo lunes si el tono ha cambiado. Ha vuelto a hablar con Lutnick a media tarde. A esa llamada el comisario ha llegado, de nuevo, con el respaldo de los Estados miembro, que, no obstante, han dado la bienvenida a este impulso en el que no falta, incluso, quien trata de adjudicarse el mérito de haber facilitado la conversación entre Trump y Von der Leyen. “Gracias al trabajo diplomático italiano y a la presidenta del Consejo [Giorgia Meloni] se facilitó el diálogo entre Europa y Estados Unidos”, ha declarado el ministro de Asuntos Exteriores y Comercio, Antonio Tajani, este lunes.
El papel de Italia
Italia es uno de los países que más se juegan en esta guerra arancelaria por su intensa relación comercial —con saldo positivo de su lado— con EE UU. Y eso ayuda a entender, en parte, su papel activo en este conflicto. También Irlanda tiene mucho que perder y su ministro de Asuntos Exteriores, Simon Harris, dio la bienvenida a este cambio de tono aparente en las negociaciones: “Estos contactos al más alto nivel representan una oportunidad para que las negociaciones avancen. Esta es nuestra prioridad. Queremos ver conversaciones sustantivas y significativas”.
Desde Francia, quien se pronunció fue el propio presidente, Emmanuel Macron, de viaje en Vietnam: “Las discusiones avanzan bien, ha habido un buen intercambio entre el presidente Trump y la presidenta Von der Leyen y yo deseo que se persiga un camino que nos conduzca a un futuro con aranceles lo más bajos posibles que permitan intercambios los más fructíferos posibles”.
Para que todos estos deseos acaben cumpliéndose, hace falta que cambie el carril por el que han discurrido las conversaciones desde que a comienzos de abril las dos partes se tomaron un periodo de 90 días para llegar a un acuerdo. Entonces Washington suspendió parcialmente sus mal llamados “aranceles recíprocos” y los dejó en el 10% para las importaciones europeas, no en el 20% anunciado inicialmente. Sí que mantuvo, en cambio, el 25% para el acero, el aluminio, los automóviles y sus componentes. Bruselas, por su parte, congeló la primera réplica que había aprobado después de algo más de un mes de negociaciones dentro de la Unión para mantener la unidad.
La retirada de la amenaza que lanzó Trump, precisamente, permite a la UE avanzar en una doble dirección. Por un lado, se da una oportunidad a la negociación dentro los plazos previstos en principio, salvo nuevo giro de guion imprevisto en la Casa Blanca. Por otro, la Comisión y los 27 países que componen la Unión tienen tiempo para trabajar las contramedidas que se pusieron encima de la mesa hace semanas: un listado de importaciones procedentes de Estados Unidos que suman, de acuerdo con los números de 2024, unos 95.000 millones.
Esta propuesta todavía está sujeta a alegaciones por parte de los Estados miembros y los sectores empresariales afectados. Posteriormente, se pasa a la negociación entre la Comisión y las capitales. Si finalmente no hubiera acuerdo, la propuesta definitiva se lleva al Consejo de la UE, donde solo puede ser rechazada por una mayoría cualificada de países (un 55% de Estados miembros que representen, al menos, un 65% de población). Este sistema de votación suele favorecer mucho las propuestas de Bruselas.