Entre la paciencia y la resignación. Es el estado de ánimo más extendido en Bruselas, tanto entre los componentes de la Comisión Europea como entre los Estados miembros, a la espera de que el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, envíe la carta que anunció hace tres días y en la que supuestamente va a detallar los aranceles que impondrá a los productos importados desde la Unión Europea. La esperanza es que esos aranceles se ajusten a lo que han negociado intensamente las dos partes en las últimas semanas, pero la realidad es que conforme han ido pasando los días el optimismo se ha ido diluyendo.
Si el lunes la semana comenzó con una perspectiva positiva tras la conversación telefónica entre Trump y la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, este viernes los portavoces de la Comisión afirmaban —con incertidumbre— a mediodía: “Vamos a ver qué pasa cuando se despierten nuestros amigos en Washington dentro de unas horas”.
Bruselas sigue sin variar su estrategia: apuesta por las negociaciones y ni una sola declaración grandilocuente que pueda dar pie a una escalada cuando al frente de Estados Unidos hay un presidente que ha desplegado una política tan errática. “Por nuestra parte, seguimos completamente listos para concluir el principio de acuerdo”, ha apuntado el portavoz de Comercio del Ejecutivo comunitario, Olof Gill. Él y el comisario de Comercio, Maros Sefcovic, son dos de los que han dicho esta semana que esperaban una resolución “en los próximos días”.
En principio, todo debería haberse resuelto el miércoles. Ese día, 9 de julio, concluía el plazo de negociación que se habían dado Washington y Bruselas para lograr un acuerdo. Pero poco antes Trump cambió las reglas del juego de forma unilateral —una vez más— y amplió hasta el 1 de agosto el plazo de negociación con la UE y el resto de países con los que tiene abiertas conversaciones. A pesar de ello, en Bruselas se apostaba (y se apuesta) por acabar las conversaciones antes de esa fecha —“en los próximos días”— porque se quiere acabar con la incertidumbre que provoca en la economía la falta de certezas sobre la relación comercial más grande del mundo: la que existe entre Estados Unidos y la UE.
Pero para avanzar en esa dirección falta la indicación que dé Trump a su equipo de negociadores, dirigido por el secretario de Comercio, Howard Lutnick. Con él ha hablado por teléfono estos días Sefcovic, tras verse en Washington la semana anterior. En teoría, ambos dirigentes en el ámbito político, por un lado, y los técnicos, por otro, han ido desbrozando ese “principio de acuerdo” del que se habla en Bruselas, que consistirá en una estructura básica para, en realidad, continuar hablando en el futuro sobre unas bases sólidas y ciertas… Siempre que Trump las respete.
Ahí las informaciones que han ido trascendiendo apuntaban a que Estados Unidos impondría una tarifa general del 10%, como ha sucedido en el caso del principio de acuerdo con Reino Unido. En las últimas horas Trump ha dado a entender que ese tributo básico sería mayor: se situará entre el 15% y el 20%. Aunque habrá excepciones a las bebidas alcohólicas, sin estar claro si ahí entraría el vino. También se sabe que en las conversaciones de la semana pasada los estadounidenses habían planteado unos aranceles un 17% para los productos agrícolas.
Un punto que ha concitado mucho la atención de los negociadores es el referido a sectores a los que ya les han subido los aranceles, como los automóviles y los componentes (25%) y el acero y el aluminio (50%). “Encontrar una solución viable sobre los coches es algo esencial”, señalaban fuentes diplomáticas este mismo viernes en Bruselas. Esas fuentes no procedían de Berlín, lo cual da idea de que no solo es la potente industria automovilística germana la preocupada por la situación. Apuntaban Reuters y La Stampa esta semana que la estrategia de la UE ha buscado proteger al sector automovilístico buscando cuotas de importación o un mecanismo por el que los fabricantes europeos con factorías en Estados Unidos pudieran acumular créditos para vender coches allí pagando derechos aduaneros más bajos, o sin pagar: esto vendría a suponer que por cada vehículo fabricado Estados Unidos y vendido en el extranjero el fabricante podría exportar uno al país norteamericano.
Pero todo esto puede quedar en papel mojado y horas perdidas si Trump no se ajusta a lo negociado. En ese caso, la atención se desplaza a la reunión del Consejo de Comercio de la UE del próximo lunes. Ahí los ministros del ramo se verán para debatir el asunto. Lo primero que tendrán que ver es si apuestan por activar la primera respuesta arancelaria que se aprobó en abril y se suspendió para dar paso a la negociación (aranceles a productos por un valor de unos 20.000 millones de euros) o si la mantienen congelada.