Violación de las normas internacionales, ataque criminal, desprecio hacia los esfuerzos mediadores… La condena del asesinato por Israel de varios líderes de Hamás en Doha, la capital de Qatar, ha sido unánime e inmediata entre las monarquías del golfo Pérsico. Pero, más allá de la pataleta diplomática, lo ocurrido agudiza el debate sobre su vulnerabilidad. Con o sin la luz verde de Trump, la operación israelí cuestiona el manto de seguridad de Estados Unidos en el que confiaban.
Ante las ambiciones hegemónicas de Irán, las petromonarquías apostaron durante décadas por la protección de Estados Unidos a cambio de enormes compras de armamento y de facilitarle bases militares. Era una relación de interés recíproco, aderezada con promesas de inversiones multimillonarias tras el regreso de Trump a la Casa Blanca este año. Durante el primer mandato de este, incluso iniciaron un proceso de acercamiento a Israel (los llamados Acuerdos de Abraham, paralizados por la guerra de Gaza). Ahora bien, si nada de eso sirve para evitarles agresiones externas, ¿qué sentido tiene la alianza?
El ataque de Israel tiene una naturaleza muy diferente al que Irán llevó a cabo contra la base estadounidense de Al Udeid, también en Qatar, el pasado junio. Entonces, no solo se trataba de una respuesta (con advertencia previa) por el bombardeo de EE UU sobre varias instalaciones nucleares iraníes, sino que el país ejecutor es un enemigo declarado de la superpotencia, sobre el que esta carece de ascendente. Ahora, el autor es el principal aliado de Washington en Oriente Próximo, con el que la Administración Trump intenta además que las petromonarquías normalicen relaciones.
De ahí que Anwar Gargash, consejero de Asuntos Exteriores del presidente de Emiratos Árabes Unidos (EAU), haya tachado de “traicionera” la acción israelí. EAU, el principal país en establecer lazos diplomáticos con Israel bajo los Acuerdos de Abraham, advirtió la semana pasada a ese país de que la eventual anexión del territorio palestino de Cisjordania (que ocupa desde 1967) cruzaría una línea roja y minaría el espíritu de esos acuerdos. Algunos observadores se preguntan si el ataque de Doha no los hará saltar definitivamente por los aires.
Es una muestra de la preocupación de las élites dirigentes de las petromonarquías ante la creciente agresividad de Israel desde el atentado que sufrió el 7 de octubre de 2023 a manos de Hamás. La destrucción de Gaza, los bombardeos de Líbano, Siria y Yemen y los 12 días de guerra con Irán les han convencido de que el Gobierno de Netanyahu se ha convertido en la principal fuente de inestabilidad en la zona. Temen que su constante recurrir a la fuerza para imponer su proyecto nacionalista y su dominio regional termine por implicarles en el conflicto y dañar sus economías.
Llueve sobre mojado. Estados Unidos tampoco respondió cuando varios misiles alcanzaron instalaciones petroleras saudíes en 2019 o los drones contra Abu Dhabi en 2022. Aquellos ataques, achacados a Irán aunque se los atribuyeran los rebeldes Huthi de Yemen, supusieron una llamada de atención. Desde entonces, Arabia Saudí y Emiratos Árabes han buscado la cobertura de China para mejorar sus opciones, algo en lo que Qatar se ha quedado detrás.
No obstante, y a pesar de la crisis diplomática que enfrentó a Doha con sus vecinos entre 2017 y 2021, el apoyo que le han expresado ahora revela que todos comparten la misma inquietud. En una llamada al jeque Tamin, emir de Qatar, el heredero y hombre fuerte de Arabia Saudí, el príncipe Mohamed Bin Salmán, le ofreció “todas las capacidades” del reino para proteger la seguridad y soberanía de su país. A la vista del poderío militar y tecnológico israelí, tal vez solo sean palabras, pero resulta innegable que, como señalaba Gargash, “la seguridad de los Estados del Golfo es indivisible”. Y, por ahora, dependiente de Washington.