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Bailando sobre Bolsonaro y los generales

Última actualización: septiembre 13, 2025 5:33 am
JABALÍ RADIO
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Nací durante la dictadura militar-empresarial de Brasil. Militar-empresarial porque los generales contaron con el apoyo decisivo de la mayoría de los empresarios para dar su golpe de Estado en 1964, que sumió al país en atrocidades durante 21 años. Crecí viendo como la dictadura secuestraba, torturaba, desaparecía y asesinaba a cientos de no indígenas y a miles de indígenas. De niña ya me daba cuenta de la inmensa cobardía de la mayoría, deliberadamente sorda a los gritos de los torturados, de las mujeres ilegalmente encarceladas en cuyas vaginas las manos del Estado introducía ratas y cucarachas, cuyos cuerpos desnudos martirizaba con descargas eléctricas y luego mostraba a sus hijos pequeños. De niña escuchaba a los aliados de la dictadura contar en las barbacoas cómo sus capataces habían matado a indígenas en la Amazonia para quedarse con sus tierras, alentados por el proyecto de invasión, violación y explotación de la selva que la dictadura había puesto en marcha. Llegué a la adolescencia sin poder mencionar los libros que mi familia escondía porque estaban censurados, recibiendo instrucciones sobre qué podía decir y qué no, y aprendiendo a tener cuidado con las personas a mi alrededor que espiaban a mis padres. Aún no iba a la escuela primaria cuando emprendí mi primera (y fallida) acción guerrillera. Un alcalde partidario de la dictadura había humillado a mi padre y, armada solo con una caja de cerillas, intenté prender fuego al ayuntamiento. Debo decir que espero la condena de los malos generales desde que nací, aunque entonces aún no lo supiera. Lo supe ya en los primeros años. Por eso, el día de la condena de los generales, de los militares de alto rango y de Jair Bolsonaro, ese vómito producido por la impunidad de los asesinos de Estado, es el día más importante de mi vida, porque no mido la vida por el individuo, sino por el colectivo. Y hoy es el día más importante en la vida de Brasil, aunque la mayoría no se dé cuenta porque se ha divorciado de la vida o simplemente prefiere no saberlo.

 Todo Brasil debería estar bailando en las calles, pero no lo hace. Si lo hiciera, Jair Bolsonaro no se habría convertido en presidente. Y decenas de miles de personas, árboles, animales, ríos, hongos estarían vivos. Es importante dejar esto muy claro. Bolsonaro encarna todo lo que nos ha estado matando durante décadas y Bolsonaro ha matado al fomentar la invasión de tierras indígenas, ha matado al ejecutar un plan para alcanzar la “inmunidad de rebaño” durante la pandemia, ha matado al retrasar la llegada de las vacunas contra la covid-19, ha matado al estimular el odio hacia las minorías. Bolsonaro ha sido condenado a 27 años y 3 meses de prisión por cinco crímenes, entre ellos golpe de Estado. Pero aún debe responder por muchos otros crímenes ante la mirada de los huérfanos que produjo su Gobierno.

 Pero Bolsonaro es el producto más mal acabado de la impunidad de los generales que, durante la dictadura, autorizaron la tortura y el asesinato de opositores y dieron vía libre a la invasión y la explotación de la Amazonia, que destruyó en menos de 50 años una selva que tardó millones de años en existir. Bolsonaro es hijo de la incapacidad de Brasil para juzgar y condenar a los militares, lo que ha obligado a las víctimas de tortura o a los hijos de los asesinados durante la dictadura a tener que encontrarse a torturadores y asesinos en el ascensor del edificio, en la cola del supermercado o en la reunión de padres del colegio sin poder hacer nada al respecto. Bolsonaro comenzó a deseducarse cuando Brasil indultó a torturadores y asesinos de Estado durante la redemocratización del país. Y Bolsonaro entendió que podía hacer lo que quisiera cuando, siendo aún capitán del Ejército, planeó hacer estallar bombas en cuarteles para exigir mejores sueldos y, en lugar de ser castigado, quedó libre para ser diputado y más tarde presidente. Y fue elegido gritando impunemente que la dictadura debería haber matado al menos a 30.000 personas más y afirmando que su ídolo era el coronel torturador Carlos Alberto Brilhante Ustra, conocido por su especial sadismo en los calabozos de la dictadura.

Eso se ha terminado. Por primera vez en la historia de Brasil, un país cuya República comenzó con un golpe militar y siguió sufriendo varios más a lo largo de su existencia, tres generales y un expresidente han sido encarcelados por intentar un golpe de Estado. Por primera vez, el poder civil ha puesto límites a los generales. Por primera vez, se ha puesto freno a la larga secuencia de sadismos y maldades variadas de Bolsonaro. Eso es mucho más que una democracia que se fortalece. Es un país que llega a la vida adulta. Responsabilizándose y responsabilizando.

Está claro que Bolsonaro debía ser condenado para que hubiera justicia real. Pero si solo se hubiera condenado a Bolsonaro, y no a los generales que representan todas las deformaciones que permitieron que Bolsonaro existiera, la justicia habría sido parcial una vez más. Para quienes son capaces de ver el paisaje de la historia, la condena de los generales es el punto de inflexión.

Brasil ha cambiado. Pero nada se ha vuelto más fácil. Bolsonaro fue elegido en 2018 sabiendo sus votantes exactamente quién era y aún hoy sigue siendo un «mito» para varios millones de brasileñas y brasileños que saben exactamente quién es. El pasado 7 de septiembre, la fecha cívica más importante de Brasil, que conmemora su independencia de Portugal, manifestantes de extrema derecha desplegaron una enorme bandera de Estados Unidos. Aunque lleven la camiseta amarilla de la selección brasileña, poco les importa el país, como dejó claro uno de los hijos del condenado, Eduardo Bolsonaro, al trabajar para que Donald Trump aplicara sanciones a Brasil y castigos a los magistrados de la Corte Suprema. No son nacionalistas ni les importa la soberanía, lo que quieren es poder personal. Pero de estupidez también se muere en este mundo, y esta gente peligrosa sale elegida y reelegida.

La lucha continúa, la lucha es para siempre. Pero hoy celebramos una victoria histórica. Hoy damos un giro de timón y cambiamos un rumbo que estaba fijo desde hacía más de un siglo.

Por eso, bailo. Bailo por los millones de árboles asesinados, por los millones de animales y hongos asesinados, por los ríos, arroyos y montañas asesinados, por los pueblos de la naturaleza que luchan en primera línea en la Amazonia, la Pampa, el Cerrado, el Pantanal, la Caatinga. Por las personas negras que resisten en las favelas y en las periferias, amenazadas, a menudo asesinadas, por las policías militares seguras de su impunidad.

Hoy también bailo en tu nombre, Lilo Clareto, amigo mío, hermano, compañero de reportajes durante más de 20 años, asesinado por el retraso deliberado en las vacunas contra la covid-19.

Hoy bailo. Y mi baile es mi lucha.

Traducción de Meritxell Almarza.

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