El pasado 13 de julio, el presidente camerunés, Paul Biya, de 92 años, anunciaba a través de sus redes sociales que sería candidato a las elecciones del próximo octubre. Tras casi 43 años ejerciendo el poder de manera ininterrumpida, Biya se ha convertido en un auténtico campeón de la longevidad política, solo superado en África (por apenas un mes) por el ecuatoguineano Teodoro Obiang. Pero no son los únicos. En Uganda, Yoweri Museveni, jefe de Estado desde 1986, se dispone también a presentarse a su sexta reelección en enero, mientras que el marfileño Alassane Ouattara ha informado de que optará a su cuarto mandato, tras eliminar el límite constitucional que se lo impedía. Los presidentes para toda la vida florecen en África.
Algunos pensaban que Biya estaba a punto de jubilarse. El nonagenario presidente camerunés pasa prácticamente todo el tiempo encerrado en su residencia de Mvomeka’a, a más de 150 kilómetros de la capital pero con un pequeño aeropuerto próximo, y escoge muy bien sus escasas apariciones en público. A veces sale del radar durante meses, casi siempre por motivos de salud que le obligan a desplazarse a Europa, pero el mutismo es total y los rumores corren.
Hace un año le llegaron a dar por muerto. Sus lugartenientes y miembros del partido afilaban ya los cuchillos en una hipotética carrera por la sucesión, pero Biya les paró en seco con una nueva candidatura.
Las dudas se ciernen sobre su capacidad real no ya solo de hacer campaña electoral, sino de dirigir un país. Todas las miradas están puestas en su entorno, quien de verdad maneja los hilos. Ahí están Samuel Mvondo, director del gabinete; Jean Nkuete, coordinador del partido gubernamental; o Ferdinand Ngoh, secretario de Presidencia. Pero, sobre todo, aparece la figura de Chantal Biya, de 56 años, segunda esposa del presidente. Ejerce una notable influencia sobre su marido y gana cada vez más presencia a medida que este se deteriora física y mentalmente.
Serán ellos cuatro quienes coordinen la campaña de unas elecciones previstas para el 12 de octubre y de las que ha sido excluido Maurice Kamto, principal líder opositor, por decisión judicial.
Pero el inexorable paso del tiempo, del que ni siquiera Biya puede escapar, acelera las fracturas. Dos de sus principales aliados en el norte del país, los exministros Issa Tchiroma Bakary y Bello Bouba Maïgari, han decidido ahora combatirlo en las urnas, al igual que un miembro de su propio partido. Tienen pocas esperanzas de ganar, pero el monolítico poder construido por Biya se resquebraja y en los cuarteles ya se busca a alguien que dé un paso al frente para sucederlo en algún momento.
“La nueva candidatura de Paul Biya no hace sino incrementar aún más la posibilidad de un escenario que ya era previsible desde hace años: el de una sucesión anticonstitucional en el final de su presidencia, cuando sea que esta acontezca”, dice Gilles Yabi, director del centro de estudios Wathi.
Rivales neutralizados
En Uganda, Yoweri Museveni, de 80 años, parece seguir el mismo patrón. Tras derrocar a los dictadores Idi Amin, Milton Obote y Tito Okello y hacerse con el poder en 1986, ha ido ganando una elección tras otra en procesos en los que ha puesto toda la maquinaria del Estado al servicio de la eliminación de la carrera presidencial de sus más serios competidores, como ocurrió con el opositor Bobi Wine en los últimos comicios. Al día siguiente de haber presentado su candidatura, el popular cantante y líder opositor que encarna las esperanzas de cambio en Uganda fue detenido por supuestamente haber violado las normas sanitarias por la covid-19, lo que le impidió hacer campaña. Tras graves manifestaciones con decenas de muertos, dos días antes de las elecciones, el Gobierno cortó Internet.
Para 2026 todo está de nuevo preparado: Museveni se ha vuelto a postular para repetir en el cargo y Wine insiste, aunque conoce lo que le espera: “Seré candidato si sigo vivo y no estoy en prisión”, dijo recientemente.
“No es algo que forme parte de la cultura política africana, sino de la cultura no democrática de todo el mundo. También sucede en Corea del Norte o Rusia. Se trata de políticos que se creen por encima de las leyes, que tienen el complejo del salvador. Llegan a creer que, si ellos no están, el país se hunde”, considera el marfileño Dagauh Komenan, doctor en Historia Contemporánea y especialista en Relaciones Internacionales. “Organizan elecciones porque saben que sin ellas carecen de legitimidad internacional, pero se encargan de neutralizar a sus rivales mediante la cárcel, la represión o el uso de la justicia. Estamos ante regímenes muy presidencialistas, donde los contrapoderes son débiles o pueden ser manipulados. Es un fallo estructural de los sistemas politicos africanos. Cuando alguien se convierte en presidente, depende de su buena voluntad que respete las normas o las viole”, añade.
Sea cual sea su forma de llegar al poder, muchos de estos presidentes que se eternizan en el cargo repiten el modelo: mantienen una fachada de elecciones libres, pero reprimen a los opositores que realmente pueden hacerles frente, hasta el punto de que muchos de ellos dan con sus huesos en la cárcel. Otros se dedican a captar a esos posibles rivales y sumarlos a su causa a cambio de cargos o prebendas. Con el control de los medios públicos y la capacidad de asfixiar a sus rivales, las campañas del candidato gubernamental, en las que se reparte dinero, poder o influencia como modo de conseguir el voto, congregan a multitudes, y las elecciones suelen ser paseos triunfales.
El pasado 29 de julio le tocó el turno a Alassane Ouattara, de 83 años, presidente de Costa de Marfil. “Soy candidato porque nuestro país se enfrenta a desafíos económicos, monetarios y en materia de seguridad sin precentes, cuya gestión exige experiencia”, dijo en su mensaje a la nación. En el poder desde 2010, opta a un cuarto mandato en un país cuya Constitución contempla un límite de dos. Para sortear dicho obstáculo llevó a cabo una reforma de la Carta Magna en 2020, poniendo el contador a cero, como ya hicieron Alpha Condé en Guinea o Abdoulaye Wade en Senegal. Los comicios se celebrarán el próximo 25 de octubre.
Aunque hay alternancias saludables recientes, como los casos de Ghana o Senegal, el intento de los gobernantes de permanecer en el cargo mucho más allá de lo legal o razonable es una tendencia al alza que adopta nuevos ropajes. Los líderes militares que conquistaron el poder en los últimos cinco años en países como Guinea-Conakry, Malí, Burkina Faso o Níger llegaron a los palacios presidenciales y se quedaron en ellos. No solo han prorrogado el periodo de transición que prometieron, sino que la mayoría han deslizado que serán ellos mismos los candidatos en un futuro proceso electoral, como ha ocurrido en Gabón. “Hay pocas esperanzas de que los militares en el poder sean demócratas. Lo habitual es que permanezcan el tiempo que quieran o que les derribe otro golpe de Estado”, analiza Komenan.