El pacto desigual al que llegaron Bruselas y Washington este domingo fue, en teoría, bilateral: dos partes acuerdan cómo regular las transacciones comerciales mutuas. Pero hay, al menos, un tercero afectado: China. La Unión Europea y Estados Unidos llevan años alertando de la sobrecapacidad instalada en el gigante asiático y los desequilibrios económicos que esto puede suponer o agravar. Este es un aspecto que aparece de forma solapada en las declaraciones de unos y otros. “Las dos partes adoptarán medidas complementarias para hacer frente a las políticas no comerciales de terceros”, apunta el resumen del acuerdo que publicó la Casa Blanca. “Estableceremos un enfoque común para abordar la sobrecapacidad de algunas economías”, ahondó el comisario de Comercio, Maros Sefcovic, cuando explicó el pacto comercial. No señaló directamente a China, pero todo el mundo sabía a quién se refería.
Cuando Washington abrió la guerra comercial con el resto del mundo, algunos analistas señalaron que la Unión Europea no tendría más remedio que acercarse a China, a la otra gran potencia mundial. Parecía de una lógica aplastante. Pero en Bruselas, con bastante más firmeza que la demostrada hacia Estados Unidos, no han dejado de advertir que hay muchos asuntos pendientes entre ambas partes como para que ese recorrido teóricamente lógico fuera fácil de materializar.
Todavía no hay un texto común que explique qué acordaron la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, y el presidente de Estados Unidos, Donald Trump. Las líneas básicas están claras: la gran mayoría de exportaciones europeas hacia el otro lado del Atlántico pagarán, como norma general, un arancel del 15%. Hay puntos de este pacto con dos versiones que no acaban de encajar completamente.
Sin embargo, no hay duda sobre la necesidad de abordar un problema que ambas partes creen compartir: la gran dimensión de la industria en China, levantada en muchos casos a partir de subsidios que no serían legales, según las normas del comercio internacional, y que amenazan con inundar con productos baratos cualquier mercado. De hecho, el mismo día que Trump abrió la guerra comercial con los falsamente llamados “aranceles recíprocos”, Von der Leyen advirtió a Pekín de que no desviara hacia Europa lo que no podía vender en Norteamérica.
Ese tono exigente lo mantuvo la propia presidenta de la Comisión Europea —mucho más que el demostrado el pasado domingo en Escocia con Trump— en la cumbre UE-China, en el encuentro que había mantenido con el presidente Xi Jinping en Pekín cuatro días antes. “Reequilibrar nuestras relaciones bilaterales es esencial porque, para ser sostenibles, las relaciones deben ser mutuamente beneficiosas”, expuso la política conservadora alemana en un discurso en el que también habló de un “punto de inflexión” en el gran desequilibrio comercial. Ilustraba así, en la cumbre UE-China de la semana pasada, que la relación pasa por uno de sus momentos más bajos del último medio siglo.
Von der Leyen evidentemente hablaba de la sobrecapacidad instalada en el gigante asiático. Bruselas tiene este asunto en un lugar preferente de su lista de agravios con China, como también lo tiene Estados Unidos con su relación comercial muy deficitaria: las importaciones estadounidenses desde el gigante asiático (143.500 millones de dólares) superaron en 295.400 millones a las exportaciones (438.900 millones). No obstante, el Gobierno chino ha sido el único que ha estado dispuesto a llevar la guerra comercial con Trump hasta las últimas consecuencias, aunque luego ambos hayan firmado una tregua para negociar una salida a la escalada arancelaria que sostuvieron a comienzos de abril.
Endurecimiento
“Para conseguir el mejor acuerdo posible con Trump, la UE ha endurecido su postura hacia China”, explica Hans Kribbe, fundador del Instituto de Bruselas para la Geopolítica. “Y uno de los elementos del acuerdo era el deseo estadounidense de vincular a la UE a su propia política con respecto a China: sincronizar su política comercial y de seguridad económica hacia China”, afirma. “Cualquier esperanza que hubiera a principios de este año de un acercamiento entre la UE y China se ha disipado”, explica el autor en 2020 del libro The strongmen: European Encounters with Sovereign Power (Los hombres fuertes: encuentros europeos con el poder soberano).
Georgina Wright, investigadora del instituto German Marshall Fund, tiene una visión menos escéptica: “Es un error peligroso pensar que la forma de responder a Estados Unidos es mejorar las relaciones con China, que plantea otros riesgos. Pensar que centrarse en China es una solución es un gran error. Es solo otro riesgo”.
Cuando Von der Leyen abordó en Pekín la semana pasada el tema de la sobrecapacidad, quiso ver un incipiente avance. Pero sobre esto, Alicia García-Herrero, del instituto europeo Bruegel y experta en la economía china, es más bien incrédula. Recuerda que en Pekín niegan que exista ese problema. En su lugar, hablan de que el desequilibrio está causado porque “las empresas europeas no son suficientemente competitivas”.
La experta recuerda que Pekín ha anunciado multas para las compañías que practiquen el dumping, pero no para corregir la sobrecapacidad, sino porque se busca una consolidación “manejada para que no haya quiebras para evitar despidos”. Esta experta cree que, una vez superada esa situación, China volverá a “acribillar” a Europa con su capacidad de producción masiva.