La red eléctrica va camino de convertirse en algo más que una china en el zapato de la quinta economía del euro. En el 2021 de la crisis energética, había cerca de 3.000 empresas en lista de espera en Países Bajos para conectarse a la red eléctrica porque esta corría el riesgo de saturación debido al rápido crecimiento de los parques renovables. Cuatro años después, son más de 20.000 compañías y pequeños consumidores los que esperan su turno.
Un problema de primer orden que, sin embargo, no acaba de destacar en una agenda política copada por la inmigración a solo tres meses vista de las elecciones generales de octubre. Las cifras son claras: la debilidad de la red —tras años de falta de inversión— y el frenazo a las nuevas peticiones de conexión ya está lastrando la economía, con un coste acumulado para la sociedad de entre 10.000 y 40.000 millones de euros, según un reciente informe gubernamental remitido al Congreso.
El texto, elaborado por expertos de varios ministerios y organismos públicos, llamaba a empresas y ciudadanos de uno de los países más ricos del mundo por renta per cápita a prepararse para que, en el futuro, “la electricidad no siempre esté disponible en todas partes”. Y ampliar la red “para que pueda satisfacer toda la demanda en horas punta” sería, decían, demasiado caro.
En abril pasado, el propio Ejecutivo neerlandés ya reconocía la evidencia: que el consumo es cada vez mayor y que “en varios lugares del país hay insuficiente capacidad en la red”. A renglón seguido, explicaba los dos tipos de congestión de la red: la provocada por la demanda que deriva en listas de espera para poder consumirla, y la denominada de generación, en la que nuevas instalaciones de energía solar o eólica tienen que esperar para conectarse a la red e inyectar la electricidad que generan. “Cuando no hay suficiente capacidad para transportar la electricidad simultáneamente, la red puede congestionarse”, reconocía.
“La congestión de la red tiene que ver con el transporte de electricidad, ya sea por falta de cableado o porque las estaciones transformadoras carecen de la capacidad necesaria”, explica por teléfono Hanna van Sambeek, consultora sénior en sistemas energéticos en la Organización para la Investigación Científica Aplicada (TNO, por sus siglas en neerlandés). Los operadores de la red, expone, calculan el flujo de transporte necesario en las zonas a las que sirven “y, si ven riesgo de que la red no pueda asumirlo a largo plazo, no aceptan más clientes”. El resultado: las actuales listas de espera, con las que se trata de evitar sobrecargas.
Tanto los ministerios de Clima y de Interior como las autoridades locales de varios municipios del país colaboran desde hace tiempo en un Programa de Acción Nacional contra la Congestión de la Red, junto con los gestores de la misma y empresas del sector. Pero, a las puertas de la cita electoral, el asunto sigue ocupando un puesto bajo en la lista de prioridades políticas.
Criba por importancia
Debido a la lista de espera, desde el 1 de enero de 2024, las empresas e instituciones que —a juicio del Ejecutivo neerlandés— realizan una labor importante para la sociedad tienen prioridad en la lista de espera para conectarse al suministro eléctrico. Son, en síntesis, tres: la sanidad, los servicios de seguridad y la educación. Todos ellos pueden conectarse sin demora alguna.
Van Sambeek apunta que “se pueden instalar más cables bajo tierra o construir estaciones transformadoras y líneas eléctricas sobre tierra, pero eso, al margen de su coste, precisa de mucho espacio físico, materiales y especialistas”. Son factores que “ralentizan la ampliación de la red eléctrica, que sería una solución”, señala. “También se puede intentar que haya más flexibilidad con la red actual, porque el problema no es tanto cuánta energía usamos, sino cuándo lo hacemos, que es lo que causa los picos de congestión”.
Países Bajos sufre, en efecto, una escasez rampante de personal técnico cualificado, crucial porque hasta 2050 habrá que instalar 50.000 transformadores y tender 100.000 kilómetros de cables adicionales. Es el equivalente a 2,5 veces la circunferencia de la Tierra, y el déficit de mano de obra en este ámbito rondará los 30.000 trabajadores en lo que resta de década, según las cifras de la asociación que reúne a los operadores de redes del país, Netbeheer Nederland.
“La red se está convirtiendo en la frontera de la transición energética”, escribía recientemente Jan Rosenow, profesor de la Universidad de Oxford (Reino Unido), después de que el diario británico Financial Times hablase directamente de “racionamiento” de la electricidad en la sexta nación más poblada de la Unión Europea. Un país, además, que está transitando particularmente rápido hacia esa fuente de energía para sacudirse su histórica dependencia del gas tras el cierre del gigantesco yacimiento de Groningen en 2023.
La citada congestión y las necesarias mejoras para evitar que el problema vaya a mayores convierten, además, a la red eléctrica neerlandesa en una de las más caras de Europa para sus usuarios. Notablemente más que las de sus vecinas Francia, Alemania o Bélgica, economías perfectamente homologables a la de Países Bajos. El coste anual, regulado, se ha triplicado en solo dos años: de 900 millones de euros en 2022 a 2.500 en 2024, según las cifras recopiladas por Aurora Energy Research. Esta consultora especializada avisa de que esta “aceleración” continuará en los próximos tiempos, en gran medida por el esfuerzo inversor que habrá que hacer para mejorar las redes: tanto las clásicas, tierra adentro, como aquellas que permiten hacer llegar la electricidad desde los parques eólicos mar adentro.
Aunque especialmente acuciantes hoy, las estrecheces de la red eléctrica están lejos de ser una novedad en Países Bajos. Sobre todo, desde el advenimiento de la inteligencia artificial y los centros de datos, muy intensivos en energía y que durante años encontraron en este país —ubicado en el mismísimo corazón de Europa— el lugar perfecto para su desarrollo. Ya no es así: las autoridades neerlandesas, como las irlandesas, llevan tiempo aplicando restricciones para evitar que los cuellos de botella, aún incipientes pero ya graves, vayan a más.
Demanda al alza
El embudo de la red es, con todo, un elemento común a la mayoría de países del Viejo Continente, donde el proceso de electrificación (en transporte, en industria y en calefacciones, sobre todo), está llamado a disparar la demanda en los próximos años. Aunque completamente ajenos a la capacidad de las autopistas por las que viaja la electricidad, los recientes apagones en la República Checa y ―sobre todo― en España y Portugal ha traído a primera línea un asunto que estaba completamente fuera del menú informativo. Un toque de atención, uno más, sobre el grado de preparación de Europa para la era de la electricidad y los centros de datos.
A pesar de que, como recuerda Van Sambeek, el problema actual no es de generación, la realidad geográfica y demográfica de Países Bajos tampoco es la más favorable en esa esfera. Aunque su perfil costero permite la instalación sencilla —y relativamente barata— de aerogeneradores en el lecho del mar del Norte, a diferencia de lo que ocurre en España, la escasez de espacio es un claro limitante para las instalaciones de energía solar fotovoltaica a gran escala. Algo que sí es posible en la península Ibérica o en Alemania, por citar dos casos.
Los paneles solares han proliferado en los tejados de ciudades como Ámsterdam, Utrecht o Maastricht: son ya más de dos millones de instalaciones de autoconsumo en funcionamiento. Pero ese tirón es insuficiente para cubrir por completo las necesidades de uno de los países más densamente poblados del continente.