Lucía Topolansky (Montevideo, 80 años) tiene un pequeño gato sin nombre. “Llegó hace dos días. Se metió por la puerta y como hace tanto frío lo dejé. Pero si se quiere quedar tendrá que demostrar que sabe cazar ratones”, advierte. Por su tono, habla en serio. El gato no lo tiene tan claro, y durante la hora y media que dura la entrevista se instalará sin remordimientos en el cuarto que José Pepe Mujica ocupó hasta el día de su muerte, el 13 de mayo pasado.
Topolansky intentará mantener encendida la estufa a leña. La charla la distrae y la leña tiende a apagarse. Le cuesta caminar, pero está muy activa. Dice que ha vuelto a la militancia tras un año de retiro, forzada por la enfermedad de su marido. Sonríe cuando cuenta que Mujica le dejó una larga lista de tareas pendientes, como “agrandar el gallinero”. Y se emociona cuando recuerda que perdió a un compañero con el que “conversaba de política” durante largas horas. Celebraban algunas de aquellas tertulias de dos en el mismo sitio donde recibe a EL PAÍS, rodeada de libros, fotos y recuerdos. Cuando hacía calor, las charlas eran mate por medio debajo de la secuoya donde hace poco más de un mes esparció las cenizas de su esposo.
Topolansky fue diputada, senadora y vicepresidenta. En 2010, como era la legisladora más votada, le colocó la banda presidencial a Mujica ante un Parlamento atestado. “Y lo despedí ahí, en ese mismo sitio”, recuerda ahora, conteniendo otra vez las lágrimas.
Pregunta. ¿Cómo han sido estas últimas semanas?
Respuesta. Milité toda mi vida y voy a cumplir 81 años. Entonces me dije: “No me puedo quedar brazo sobre brazo porque me hundo”. Estaba en una tarea militante cuando empezó la enfermedad de Pepe y ahora volví a esa tarea, a hablar con los compañeros. Teníamos con Pepe un amigo que era antropólogo, un hombre genial que nos decía: “Cuando tenía 20 años hacía planes a 40, ahora que tengo 90 hago planes a 24 horas”.
P. ¿Hay horas especialmente duras?
R. Todas las horas. Trato de no tener huecos, porque evidentemente es un cambio muy grande. Entonces me organizo el día. Soy de madrugar, atiendo a mis gallinas, tengo una cantidad de tareas. Trabajo mucho en la computadora, porque estuve 22 años en el Parlamento y como tengo una cantidad de compañeros nuevos los apoyo desde acá. Me mandan preguntas.
P. ¿Y se siente escuchada por esos compañeros más jóvenes?
R. Soy del siglo XX más que del XXI, así que los escucho a ellos también. Ellos tienen las claves de este siglo. Doy mi opinión, pero estoy detrás del telón. Cuando voy a hablar con gente muy joven lo primero que le digo es: “Miren que yo soy jurásica”.
R. Así y todo Mujica fue en los últimos años una especie de oráculo.
P. Él siempre sostuvo que había una “crisis de abuelos”. Por eso lo escuchaban los jóvenes. Empezaba hablándoles de la vida, de cómo vivir, del amor. Y después entraba en la parte más pedestre del asunto.
P. ¿Y las charlas entre ustedes, cómo eran?
R. Tengo kilómetros de conversación en más de 40 años. Fuimos de la época en que la juventud iba a un boliche y arreglaba el mundo. Y esa costumbre no la perdimos nunca. Pepe siempre decía: “Primero fue el verbo”. Para él, la palabra era una cosa importantísima. Tenía el don de la comunicación, algo que no todo el mundo tiene.
P. ¿Escuchaba sus opiniones?
R. Me prestaba atención y a veces intercambiábamos ideas. Yo le fundamentaba por qué veía tal cosa o tal otra o alguna cosa que me parecía que faltaba. Siempre conversábamos de política. Ahora me quedé sin interlocutor [se emociona]. Además, en la línea de sucesión yo era la segunda. Cuando él viajaba lo suplía el vicepresidente, pero cuando viajaban los dos lo suplía yo. Me acuerdo que un día me dijo “arreglame todos los conflictos”. Siempre le dije: “Vos tenés el mejor soldado en el Parlamento, vas con ventaja”. Y a mis compañeros, que era “oficialista plus”. Aunque como las cosas no son en blanco y negro, yo podía tener una visión distinta.
P. ¿Recuerda el día que conoció a Mujica?
R. La nuestra era una organización clandestina y yo trabajaba en un servicio de fabricación de documentos. Y lo conocí ahí, un día que fue por un documento. Estábamos en lugares diferentes y en un momento dado tuvimos que militar en el mismo lado y empezamos nuestra la relación.
P. ¿Qué le llamó la atención de él?
R. No tengo cómo contestar esa pregunta, porque hay cosas donde no hay razones, hay sentimientos. Estábamos en la misma causa, en un momento en que hoy estabas vivo y mañana podías estar muerto. Es intensa la vida y nosotros vivíamos al mango.
P. Se separan cuando ambos quedan presos. ¿Qué fue lo primero que hizo cuando recuperó la libertad?
R. Ir a encontrarme con Pepe. La policía me dejó en la puerta de la casa de mi madre, saludé a toda mi familia, estuve un rato y después un compañero me alcanzó hasta la casa de Pepe y ahí nos encontramos. No nos planteamos ninguna voltereta. Entendimos que teníamos que seguir juntos y militando, no intelectualizamos nada, fue casi que sin palabras.
P. Suele decirse que usted era ideológicamente más dura que Mujica. ¿Es cierto?
R. Ah, porque él era el simpático de la familia y yo era el sargento de la familia.
P. ¿Cómo es eso?
R. Porque él siempre fue más simpático que yo. Cuando estaba preso recibió la visita de la Cruz Roja, que había logrado entrar a Uruguay después de mucha presión. Cuando llegan a la cárcel que estaba yo les pregunté si habían visto a Pepe. “Es como un hombre de boliche”, me dice el de la Cruz Roja. Era su carácter. Yo siempre anduve entre un borbollón de gente, porque en mi casa éramos siete hermanos, mis padres, mi abuela, tíos, primos. Siempre había 12 o 13 personas. En la familia de Pepe eran solo tres y entonces él hacía mucha vida de barrio. A uno lo moldean las actividades. Yo trabajé en un banco.
P. ¿Cómo fue esa experiencia?
R. No trabajaba en un banco legal, sino en la parte clandestina, la financiera. Cuando me paso a la clandestinidad es porque denuncio eso. No me lo perdonaron. Matás a tu madre y te dan una pena, pero denunciás a la banca y te crucifican.
P. ¿Sus padres la acompañaron en la militancia?
R. A mi padre le costó entender, pero no se impuso. Y las madres iban atrás de los hijos por la relación filial. Capaz que imaginaban otro destino, pero yo siempre me corté por las mías.
P. ¿Recuerda el momento en que le puso la banda presidencial a su marido?
R. Fue impresionante. Porque uno frente a esas cosas tan extremas se tiene que blindar un poco. Le tomé el juramento a Pepe en el Parlamento y lo despedí ahí, en ese mismo sitio [se emociona].
P. ¿Le impactó la cantidad de gente en los funerales?
R. Siempre supimos que habría mucha gente. Con él mismo lo hablamos en los últimos días, que el velorio iba a ser grande, pero a mí me desbordó. Vino todo el arco político, de clases sociales, la gente más humilde y los empresarios. Hubo gente grande, chicos, viejos. Uno decía, “pah, pero esto…”
P. Contaba que Mujica dejó una lista de tareas para el campo. ¿Decidieron también el futuro de la chacra?
R. Como no tenemos hijos, hicimos un testamento. La casa va a quedar para la organización política. Salvo el pedazo que vamos a mantener en producción, donde ya empezamos a cumplir con los pedidos que dejó Pepe. Había que agrandar el gallinero, por ejemplo, y fue lo primero que hicimos. Ya le cumplimos [se ríe]. Desde que Pepe se enfermó tuvimos un poco más de un año para planificar.
P. ¿Estaba muy desordenada la vida?
R. No estaba desordenada, pero cuando tenés la puerta para irte ahí más cerquita es distinto.
P. ¿Está juntando papeles?
R. Todo lo que es manuscrito se lo voy pasando a los compañeros porque lo van a ordenar unos historiadores para tener un material del pensamiento de Pepe. Después hay otros que están trabajando con todo lo que hay grabado, que es impresionante. Con todo ese material vamos a hacer en el Día del Patrimonio una avanzadilla para la gente.
P. ¿Aquí?
P. No, en la sede del partido. Acá no quiero ni un museo ni un cementerio, porque uno tiene que vivir acá. Vamos a llevar el Fusca y su bicicleta. Después con eso haríamos un espacio permanente. Tenemos muchas cosas, la funeraria nos dio 57 libros de firmas.
P. ¿Cuál la historia de la secuoya donde esparció las cenizas de Mujica?
R. La trajo de regalo uno que había trabajado con Pepe en la presidencia. Y decidimos plantarla donde había espacio, junto a la casa. Cuando estaba el tiempo lindo nos sentábamos a la tarde a tomar mate debajo. Siempre tuvimos la idea de que cuando nos fuéramos nos quemaran para volver a la tierra y que fuese en ese árbol. Y lo cumplimos, porque él amaba la tierra.
P. ¿Lo hizo sola?
R. Sí, fue personal. Hay cosas que son de uno, de la familia, de la pareja.
P. ¿Qué le dejó Mujica al mundo?
R. Revolviendo papeles encontré que decía que el mejor consejo para los muchachos es “sigan peleando”, “tengan una causa”. Era como una obsesión para él. Y después, estaba convencido de la integración latinoamericana. Pelear por eso fue su último acto de militancia.