Seis rostros plasmados en una lona observan al visitante junto a la garita de seguridad que flanquea la entrada al kibutz Beeri, a un par de kilómetros de Gaza. La única mujer entre ellos, Ofra Keidar, fue enterrada la semana pasada en el cementerio de esta comunidad, una de las más golpeadas por Hamás el 7 de octubre de 2023. Su cuerpo fue recuperado por tropas israelíes en la Franja el pasado 22 de junio junto al de otros dos rehenes también fallecidos. Quedan por regresar a Beeri los otros cinco vecinos recordados en esa lona, ya dados por muertos: Dror Or, Sahar Baruch, Manny Godard, Ilan Weiss y Yossi Sharabi. Con ellos se cierra la infausta lista de ese casi 10% de los 1.200 habitantes del kibutz que acabaron asesinados o secuestrados en el peor ataque sufrido por Israel en su historia.
Han pasado casi 21 meses de esa matanza y, ajenas a los rumores de alto el fuego que se airean estos días, las pequeñas localidades fronterizas con el enclave palestino están lejos de recuperar la normalidad. Avivit John, una mujer menuda de 64 años, es de los pocos vecinos que ha regresado de manera definitiva a Beeri, la comunidad fundada, entre otros, por su padre en 1947 y donde ella misma vino al mundo. Calcula que son solo en torno a un centenar los que han vuelto a instalarse. Otros van y vienen, con lo que el ritmo fluye a medio gas en un lugar donde la guerra sigue muy presente, no solo por la presencia de militares y las heridas no cicatrizadas de la razia palestina.
La actividad del ejército en los alrededores del kibutz es constante, con los disparos de artillería castigando Gaza cada poco tiempo y las Fuerzas Aéreas sobrevolando el cielo. Esa es la tónica, sin descanso, explica Avivit. “Las dos últimas noches han sido muy malas. Mi casa no ha dejado de temblar”, añadía este martes, sin alterar nunca el leve tono de voz. Pese a todo, esta mujer, que no manifiesta miedo ni tiene pensado volver a irse, se resiste a enterrar su espíritu pacifista.
En su discurso recurre a algo tan alejado de la realidad imperante en la contienda como el humanismo y la moral. Participa con frecuencia en las manifestaciones de protesta en la calle y se siente “infeliz, triste y preocupada” por lo que están pasando los gazatíes y, en general, por el desprecio sistemático de los palestinos. Sin pretender juzgar a nadie, sabe que forma parte de esa minoría en Israel que califica de “terrible” lo que ocurre en la Franja. Allí, a un puñado de metros, los muertos durante ataques de las tropas de ocupación superan ya los 56.500. Una realidad, añade, que la mayoría ignora en Israel.
Lo que antes de la guerra era el supermercado no es ahora más que un colmado atendido en la caja por Ran (no quiere dar su apellido), de 59 años. “La planta de abajo sigue vacía y esto que ves ahora de cara al público era el espacio dedicado antes solo a frutas y verduras”, explica pesimista. La puerta contigua da acceso al gran salón del kibutz, que hace las veces de comedor, y que es atendido como la cocina por beduinos, comunidad que forma parte del 20% de palestinos que integran la población israelí. En hora punta, en torno a las 13.30 horas, coinciden varias decenas de personas, pero nada comparado con tiempos pretéritos. Muchos son empleados que vienen a trabajar desde fuera y regresan a su casa en otras localidades tras la jornada laboral.
A diferencia de otros kibutz, más dependientes de la agricultura, Beeri ha ido amasando una diversa e intensa actividad empresarial que lo ha convertido en un pulmón económico de la zona. Todo está en manos de los integrantes de la comunidad, destaca orgullosa Avivit. El motor principal, que retomó su actividad apenas 10 días después del ataque, es una de las imprentas más importantes del país, con 75 años de historia y unos 300 empleados. De forma paralela han ido reabriendo otras empresas y negocios más modestos como el veterinario, el taller de coches, la panadería y el referido súper.
Las autoridades israelíes anunciaron el pasado domingo que van a empezar a retirar de manera escalonada las ayudas de vivienda a los habitantes que siguen realojados fuera las localidades atacadas el 7 de octubre de 2023, cuando Hamás asesinó a 1.200 personas y secuestró a 250, de los que 50, casi todos ya muertos, permanecen en la Franja. El Gobierno considera que la vida puede empezar a normalizarse en algunos de esos lugares e insta a que vayan regresando aquellos que puedan.
No es el caso de los que más sufrieron la brutalidad del ataque, como Beeri. Les han anunciado que podría ser en el verano de 2026, señala Avivit John, que cree que “la seguridad no cambia de un día para otro”. En cuanto a la espita de odio abierta aquel día del ataque, entiende que ha sido aprovechada por el Gobierno que encabeza Benjamín Netanyahu para remover más las aguas en vez de calmarlas.
Pese a todo, los trabajos avanzan en una parcela en la que se están levantando medio centenar de casas nuevas. Y en un terreno adyacente van a empezar a construirse 70 más. “Esto va a tardar”, apostilla delante de las excavadoras y los camiones la mujer, que se protege del sol con una gran pamela mientras acompaña al reportero. Todavía hay decenas de casas quemadas y con daños. De otras solo queda el solar desescombrado.
No lejos de donde esas viviendas nuevas han empezado a ganar protagonismo —en el kibutz todo está a mano— ha vuelto a la vida también el invernadero de plantas que Avivit abrió junto a una amiga durante la pandemia del coronavirus y que a punto estuvo de secarse en las semanas posteriores al ataque. Menos mal que los militares que se instalaron en Beeri regaron, afirma mientras muestra un agujero ya arreglado junto a la puerta por el que accedían. Nada más entrar, un gato corre despavorido hacia afuera. “Puede que haya llegado de Gaza y esté asustado”, apunta ella. La luz tamizada ilumina pequeños cactus y coloridas flores que los vecinos acuden a comprarle a Avivit como parte del complicado proceso de vuelta a la normalidad. Pero con la escuela cerrada todavía dos cursos después, apenas se ve a un par de niños ya de vacaciones correteando por las instalaciones.
“El mundo cambió cuando salimos de la habitación de seguridad”, señala Avivit John recordando el mazazo que supuso aquel 7 de octubre en que pasó escondida varias horas en el refugio de su casa junto a su hija mientras merodeaban los yihadistas matando a diestro y siniestro. Sus raíces eran tan profundas que cien días después decidió instalarse de nuevo en esa vivienda. “Ahora estamos en una época de cambios. Todo es una locura”, añade poniendo en duda que Beeri pueda volver a ser lo que era.
En el cementerio del kibutz, varias coronas de flores secas y envejecidas por el sol y el polvo cubren la tumba de Ofra Keidar, la última vecina traída muerta de Gaza. A unos metros, el sol atraviesa las ramas e ilumina la lápida de Vivian Silver, una reconocidísima activista por la paz cuyo cadáver calcinado fue hallado en su casa de Beeri. Silver dedicó décadas a tender puentes con los gazatíes y el resto de palestinos que ahora Avivit John no sabe si podrán volver a restablecerse.