No basta con un alto el fuego entre Israel e Irán. Más allá de que tenga que hacerse permanente, hay que reconocer que el fin de los bombardeos no significa el fin del conflicto entre ellos, o en Oriente Próximo. Ni Israel ha cumplido sus objetivos declarados, ni la mediación de Estados Unidos alcanza al encaje de los dos países en una región que recela de ambos. Eso sin hablar del destrozo causado a la legalidad internacional.
La posible aquiescencia de la República Islámica se intuyó en el momento que avisó a Washington de la naturaleza (simbólica) de su represalia. ¿Qué otra cosa podía hacer el régimen de Teherán para sobrevivir al poderío militar de la superpotencia? Pero el silencio de los misiles, si se confirma, no oculta que la guerra desatada por Israel ha dejado un Irán gravemente humillado.
La guerra de narrativas tampoco se sustenta. La línea argumental iraní de que la intervención estadounidense con sus gigantescas bombas antibúnker prueba la incapacidad israelí, no convence ni en las filas propias. Del lado del Estado judío, la propaganda sobre el éxito de la “Guerra de los Doce Días” (desproporcionado paralelismo con la de junio de 1967) contrasta con la evidencia de que no ha logrado sus objetivos declarados: acabar con el programa atómico y con el régimen islámico.
Su superioridad tecnológica y militar ha dañado, sin duda gravemente, las instalaciones nucleares iraníes (además de aniquilar sus defensas antiaéreas y parte de la cúpula militar). Sin embargo, no sabemos dónde se encuentran los 400 kilos de uranio altamente enriquecido que salieron de los búnkeres antes de los bombardeos (así se lo comunicó Teherán al Organismo Internacional de la Energía Atómica el 13 de junio). Es algo muy preocupante cuando en ese régimen humillado hay voces que desde hace tiempo apuestan por disponer de armas atómicas como protección. Ha aumentado el riesgo de que a partir de ahora trabajen en secreto para lograrlo.
Y el llamado “régimen de los ayatolás” ha sobrevivido. Aunque hace años que quienes toman las decisiones clave no son esos ancianos clérigos que guían a muchos piadosos chiíes, un alto el fuego permitiría que Alí Jameneí, líder supremo más político que religioso, salga de su escondite y siga encabezando un régimen cada día más represivo. Mientras, solo puede crecer la paranoia intrínseca a un sistema que viene perdiendo legitimidad desde que tras la Revolución de 1979 los islamistas se arrogaron el poder y eliminaron cualquier competencia. De hecho, hay noticias de decenas de detenciones por espionaje o sospechas de haber ayudado a Israel.
Donald Trump cantó victoria demasiado pronto. Pero incluso si logra imponer un alto en las hostilidades, evitar un nuevo estallido en Oriente Próximo exige poner fin a la ocupación israelí de Palestina y fomentar la integración tanto de Israel como de Irán con los países árabes que los rodean.