La coreografía de la cumbre anual que la OTAN celebra esta semana en La Haya estaba estudiada al milímetro. Una cita inusualmente corta —apenas unas horas de reunión el miércoles, precedida de una cena de jefes de Estado y de Gobierno la víspera— y, prácticamente, monotemática: consensuar el incremento al 5% del PIB el gasto en defensa, tal como reclama el protagonista indiscutido —y más temido— de la reunión, el presidente estadounidense Donald Trump, en torno al cual gira todo el encuentro. Hasta el vasto operativo de seguridad organizado por los anfitriones holandeses, escudo naranja, tiene ecos trumpistas. Todo debía estar cerrado desde antes, para que nada hiciera descarrilar la crucial cita holandesa. Pero entonces llegó España y dijo no al porcentaje propuesto y, por ende, a Trump.
El pulso de España ha disparado de nuevo la incertidumbre ante una reunión clave para el futuro de una organización que durante más de siete décadas ha garantizado la seguridad de Occidente, especialmente de Europa. Pero ahora, el regreso del republicano a la Casa Blanca ha puesto en cuestión ese equilibrio con sus amenazas cada vez menos veladas de retirar su apoyo pese a la creciente amenaza rusa.
Max Bergmann, del think tank Center for Strategic and International Studies (CSIS), en Washington, sostiene que los preparativos de la cumbre revelan “un esfuerzo bastante transparente del secretario general de la OTAN, Mark Rutte, para tratar de apaciguar a Trump, tratar de mantener a los estadounidenses implicados en la Alianza y tratar de fijar una nueva meta para que Europa aumente su gasto militar”.
La carta del presidente español, Pedro Sánchez, a Rutte diciendo que “España no puede comprometerse a un objetivo de gasto específico durante la cumbre” ha dado al traste con estos planes. Hasta entonces, varios países aliados daban por cerradas las muy difíciles negociaciones para consensuar la nueva meta del 5%, dividido en un 3,5% para equipamiento militar y un 1,5% en gastos más amplios relacionados con defensa y seguridad. Es una cifra que hasta hace no tanto la mayoría de los países miembro ridiculizaba y desestimaba. Al fin y al cabo, hasta el año pasado, solo 23 Estados cumplían la meta aún vigente del 2% de gasto, si bien desde el regreso de Trump al poder todos los restantes, incluido España, se han apresurado a asegurar que cumplirán como tarde a lo largo de este 2025.
Pese a todo, y en buena parte por las intensas gestiones de un Rutte que ha hecho su misión principal no enfadar a Trump, el objetivo del 5% poco a poco dejó de parecer ciencia ficción para pasar a ser una posibilidad real. Desagradable para muchos, sí. El viceprimer ministro y responsable de Exteriores de Bélgica, Maxime Prévot, confirmó el sábado al diario La Libre que busca “crear, junto con otros países que no están demasiado entusiasmados con este elevado nivel de gasto militar, una coalición que abogue por una mayor flexibilidad”. Eso es, agregó, “lo que está en juego los próximos días”. Con todo, confirmó, Bélgica no se opondrá a la subida, ansioso como otros países por evitar un enfrentamiento directo con el volátil inquilino de la Casa Blanca. Salvo, visiblemente, el mandatario español.
Que el pulso es serio lo dejó claro Trump el viernes. Mientras en Bruselas se retomaban contra reloj las negociaciones para buscar una solución y Madrid se reafirmaba en su no, el republicano insistía en que “España debe pagar lo mismo que todos los demás”. Y ese “lo mismo” es un 5%. De otro modo, “la OTAN tendrá que lidiar con ella”, agregó, dejando en el aire una amenaza vaga, pero amenaza al fin y al cabo. Y no es la única que causa ansiedad entre los aliados.
“Hay un nuevo presidente en Estados Unidos y todo el mundo quiere averiguar el nivel de compromiso de Estados Unidos. Y hay un gran interrogante acerca de lo comprometido que está Estados Unidos con la Alianza. No parece que haya una visión coherente de esta Administración Trump sobre cómo percibe la OTAN”, señala Bergmann.
De ahí la cuidada coreografía de La Haya. Lo reducido del encuentro busca, por un lado, evitar distracciones para un presidente que reconoce tener escasa capacidad de atención, y al que le molestan las reuniones repletas de discursos que se prolongan horas y horas. También, recortar al máximo las oportunidades para disputas, desencuentros, insultos o hasta una marcha antes de tiempo, como ocurrió hace apenas una semana en la cumbre del G-7 en Kananaskis (Canadá).
Ucrania, el invitado incómodo
El presidente ucranio, Volodímir Zelenski, que tuvo un violento enfrentamiento con Trump en la Casa Blanca a finales de febrero, ha pasado de ser invitado estrella a figura incómoda de colocar: tras llegar a dudarse de que siquiera acudiera a La Haya, en la agenda oficial solo figura en la cena de gala que los reyes de Países Bajos organizan como anfitriones la noche del martes. Aunque Zelenski celebrará reuniones en los márgenes de la cumbre con diversos líderes, la reunión sobre Ucrania en La Haya se ha rebajado a nivel de ministros.
La ansiedad que genera la guerra de Rusia contra Ucrania y los hasta ahora frustrados intentos de Trump de resolverla rápido se refleja también en la declaración final, inusualmente escueta, como la propia cita.
Hace un año, la OTAN declaraba en Washington, bajo el demócrata Joe Biden, su firme “compromiso a la asistencia en seguridad a largo plazo a Ucrania”, a quien se confirmaba su “irreversible camino” hacia la Alianza, mientras se señalaba a Rusia como la “mayor amenaza significativa a la seguridad de la Alianza”.
Signo del cambio de los tiempos bajo la nueva era Trump, en la declaración de La Haya, Rusia pasa a ser una “amenaza a largo plazo” para la seguridad euroatlántica. Y sobre Ucrania, los aliados se limitan a “reafirmar sus compromisos soberanos duraderos de prestar apoyo” a un país “cuya seguridad contribuye a la nuestra”. El “camino irreversible” de Kiev hacia la Alianza ha desaparecido, visto el rechazo abierto de Trump.
“La verdadera cuestión es que Estados Unidos no considera que la seguridad de Ucrania sea esencial para la seguridad europea, y nuestros aliados europeos sí”, resume el exembajador estadounidense ante la OTAN, Kurt Volker.
En cualquier caso, se da por seguro que, más allá de la cumbre, Estados Unidos acabará retirando al menos parte de las tropas que tiene desplegadas en Europa, bien para proteger su propio territorio o bien para destacarlas en el Indo-Pacífico y hacer frente a China.
La medida del éxito de La Haya será evitar una estampida del estadounidense y una pelea entre él y otros socios de la Alianza durante la cita, bien sobre el gasto militar o sobre la guerra en Ucrania. También se tratarán de evitar alusiones al interés del republicano por dominar territorio de dos Estados miembros: el de Groenlandia, la isla ártica bajo soberanía de Dinamarca, y el de todo Canadá, que quiere convertir en el Estado número 51 de EE UU.
“En cierto modo, el peor escenario posible es un resultado incierto, sin claridad, donde Estados Unidos sigue [en la OTAN] pero su compromiso político, de si se desplegarían y combatirían contra los rusos en caso de que estos cruzaran la frontera en algún país báltico, queda fundamentalmente en duda. No se sabe si estamos dentro o fuera, y, por tanto, los europeos no toman realmente medidas para tratar de llenar ese vacío”, apunta Bergmann. Nadie tiene claro que en La Haya se vayan a despejar estas dudas.
