La transformación de la líder de la oposición bielorrusa en cinco años ha sido extraordinaria. Svetlana Tijanóvskaya (Mikashévichi, 42 años) se convirtió en política por accidente cuando el régimen de Aleksandr Lukashenko encarceló a su esposo, el bloguero Serguéi Tijanovski, candidato a las presidenciales de 2020. Aquella profesora de inglés de formación, que se ocupaba de sus hijos y de la casa, le reemplazó en su candidatura. La oposición la consideró ganadora de unas elecciones cuya victoria se atribuyó Lukashenko y que la comunidad internacional declaró fraudulentas. Al día siguiente, Tijanóvskaya huyó a Vilnius (Lituania) para evitar su detención. En este lustro, tras cientos de kilómetros recorridos e innumerables encuentros con líderes mundiales, la mujer de aire retraído y triste se ha convertido en una voz asertiva y segura que se dedica a recordarle al mundo los atropellos del dirigente autoritario.
El peso que acarreaba por no tener noticias de su marido —encarcelado en régimen de aislamiento— se esfumó también este sábado con su liberación, junto a otros 13 presos políticos. La víspera, en un hotel de Madrid —antes de reunirse con el ministro de Exteriores, José Manuel Albares, y agradecer la contribución española a un fondo de ayuda a los presos—, evocaba cómo su hija le preguntaba constantemente si seguía vivo. “Es difícil describir la alegría que siento”, compartió en sus redes sociales junto a un vídeo de su reencuentro, en un mensaje en el que recordó que quedan 1.150 presos políticos que “deben ser liberados en su totalidad”.
La excarcelación se produjo el mismo día en que Keith Kellogg, el enviado especial estadounidense para Ucrania, se reunió con Lukashenko en Minsk. Un día antes, Tijanóvskaya declinaba comentar sobre el posible encuentro, pero advertía de que el dirigente autoritario no puede ser mediador en la guerra en Ucrania. “Está al servicio de los intereses de [Vladímir] Putin y cumple sus órdenes”, decía. “Bielorrusia no puede acoger ninguna negociación mientras la gente muere en las cárceles, mientras al menos medio millón de personas ha tenido que huir del país por la represión”, subrayaba. La líder de la oposición bielorrusa agradecía profundamente los esfuerzos estadounidenses por liberar a los presos, pero advertía sobre el riesgo de “legitimar a Lukashenko”.
Pregunta. ¿Le preocupa que un encuentro entre Kellogg y Lukashenko pueda ser el comienzo de una cierta normalización del régimen y, por tanto, una relajación de las sanciones?
Respuesta. Nuestra posición es clara: las sanciones son instrumentos. Por supuesto, pueden usarse en el proceso de negociaciones para la liberación de presos políticos, pero hasta que no se detenga la represión y no se libere a una gran cantidad de personas, no se puede empezar a hablar de levantar sanciones. Es una posición de principios. No se puede convertir a las personas en moneda de cambio, porque eso solo alentará a Lukashenko a detener a más gente para luego exigir el levantamiento de nuevas sanciones. No se puede normalizar la política de Lukashenko.
P. El presidente estadounidense, Donald Trump, se ha mostrado más cercano al presidente Putin que al dirigente ucranio, Volodímir Zelenski. ¿Confía en él?
R. Estamos agradecidos por los intentos de EE UU de cambiar el statu quo en la guerra. Pero cuando hablamos de paz, no debe ser una pausa corta para que Rusia se reagrupe y vuelva a atacar. Debe ser una paz duradera y justa. Y Ucrania no es un pastel que pueda cortarse en pedazos y repartirse. Los ucranios tienen que ganar en sus propios términos. El mundo tiene que ayudarles, porque si Putin siente que ha logrado una victoria política, eso envalentonará a otros dictadores. No se les debe apaciguar, no hay que hacer tratos con ellos.
P. ¿Están funcionando las sanciones contra el régimen?
R. La guerra contra Ucrania fue una bendición para Lukashenko. Unas 300 empresas bielorrusas producen material militar para Rusia, así que Lukashenko está haciendo dinero con la sangre de los ucranios. Hay que imponer sanciones contra las empresas y entidades que están ayudando a Rusia a invadir Ucrania. Hay que ser consistente en la política de castigar al régimen, porque cualquier debilidad le refuerza.
P. Han pasado cinco años desde las elecciones en las que emergió como líder y se convirtió en política de forma inesperada. ¿Cómo lo lleva?
R. Luchar contra una dictadura, cuando eres objetivo del régimen, cuando tu esposo está en prisión, cuando tu país es como una gran cárcel… es un trabajo duro. Y además tienes que competir con otras crisis en el mundo para lograr atención. El mundo democrático tiene que darse cuenta de que sin una Bielorrusia libre y democrática no habrá estabilidad ni paz en nuestra región, en toda Europa.
P. Bielorrusia sigue siendo el mayor aliado de Putin, pero no se ha unido a la guerra en Ucrania. ¿Cree que eso podría cambiar?
R. Tenemos que distinguir entre el régimen de Lukashenko, que está sirviendo a los intereses de Putin, y el pueblo bielorruso, que está absolutamente en contra de la guerra. Especialmente contra la guerra de Ucrania, porque somos naciones muy cercanas. Y el hecho de que el ejército bielorruso no se haya unido al ruso hasta ahora, no es mérito de Lukashenko. Si se ordenara participar, la gente se negaría, se sublevaría, desertaría, cambiaría de bando antes que luchar contra los ucranios. Pero los preparativos de los próximos ejercicios militares Zapad 2025 son muy preocupantes y tenemos que recordar cómo terminó el último simulacro, con la invasión de Ucrania. La Unión Europea tiene que estar muy atenta.
P. ¿Hay motivos para preocuparse?
R. Nunca se puede confiar en los dictadores. No sabemos si ocurrirá, pero esta es la táctica del régimen: mantener al mundo en tensión. ¿Hay armas nucleares o no? ¿Van a atacar o no? Esta sensación de incertidumbre hace que se preste más atención a las fronteras, a los asuntos militares, y se distrae la atención del apoyo a Ucrania o Bielorrusia, o de los problemas internos.
P. ¿Ve factible que Bielorrusia se integre en Rusia en algún momento?
R. Putin salvó a Lukashenko en 2020, política y económicamente. Y ahora Lukashenko está mostrando su lealtad. Está vendiendo nuestro país a Rusia. Vemos el proceso de rusificación. Están cambiando los letreros de las carreteras del idioma bielorruso al ruso. Reescriben nuestra historia. Borran todo lo bielorruso o proeuropeo. Pedimos a nuestros aliados democráticos que presten atención a este asunto, que no permitan que Rusia ocupe Bielorrusia de esta manera, de forma invisible. Porque el objetivo de Rusia en Ucrania y Bielorrusia es el mismo: subyugar, no permitir que las naciones elijan su futuro por sí mismas. En Ucrania luchan con misiles y tanques, y en Bielorrusia lo hacen a través de un Lukashenko muy leal y barato.
P. Bielorrusia celebró elecciones nuevamente en enero, y Lukashenko afirmó haber obtenido el 86% de apoyos. Después de tres décadas en el poder, ¿tiene alguna esperanza de cambio?
R. Pensamos, porque era la práctica habitual de Lukashenko, que después de las supuestas elecciones de enero habría algún tipo de liberalización en Bielorrusia. Se ha excarcelado a algunas personas, pero no hay cambio en la política. Lukashenko sigue siendo un autócrata brutal y no está dispuesto a liberar a la gente porque sabe que el pueblo está en su contra. Y sobre la esperanza, nuestra lucha no va de esperanza, va del trabajo duro diario para mantener a Lukashenko bajo presión dentro y fuera. Hemos reunido muchas pruebas de crímenes de lesa humanidad de Lukashenko, crímenes de guerra, crisis migratorias orquestadas, y hemos enviado muchas solicitudes a la Corte Penal Internacional para que inicie una investigación. Y aún no ha comenzado. La democracia tiene que demostrar su fuerza, tiene que mostrar que tiene instrumentos y herramientas para luchar contra los dictadores.
P. ¿Cómo sigue organizándose la oposición después de cinco años de represión, con muchos de ustedes en el exilio?
R. Los que están en el país trabajan principalmente desde la clandestinidad. La represión es terrible. Imagine lo que es vivir bajo una dictadura, lo difícil que es vivir en constante miedo. Yo les pido a las personas en Bielorrusia que presten atención a su seguridad. Nos proporcionan información, nos envían datos sensibles sobre lo que está ocurriendo. Los que estamos en el exilio tenemos que ser la voz de los que no pueden hablar. Tenemos estructuras democráticas claras: oficina de la presidenta electa, un gabinete de transición unido, un consejo de coordinación que actúa como Parlamento.