El viernes de final de semestre amaneció frío y nublado en Harvard. El campus se veía extrañamente vacío; el único tumulto era el de los turistas que se fotografían ante el zapato gastado de la estatua de John Harvard, primer benefactor de la universidad más antigua de Estados Unidos y la más rica del mundo. Muchos alumnos y profesores estaban ya de vacaciones. Otros regresarán la semana próxima para las ceremonias de graduación.
María, peruana de 33 años que cursa un doctorado en Ciencias Sociales, caminaba despacio por el Cambridge Common, corazón habitualmente palpitante del campus. Ella es una de los 6.800 estudiantes extranjeros a los que la decisión de la Administración de Donald Trump de suspender el programa de intercambio ha robado las certidumbres sobre el futuro. Por si acaso, prefiere no desvelar su identidad. Por eso, María es un nombre ficticio.
No sabe si su visado F-1 se ha convertido de pronto en papel mojado, ni si le tocará recoger sus cosas y volverse a su país. Algo así significaría, se teme, perder “todo lo invertido”. “Es una injusticia, pero si tengo que irme, me voy”, advierte. “Hay mucha preocupación, mucha frustración. Están tratando de hacer con la comunidad académica lo mismo que con los migrantes. Es como si nos dijeran: tú no eres bienvenido aquí”.
La bomba cayó para María y para el resto de estudiantes e investigadores de 140 países (que representan un 27% del alumnado) con la carta que envió el jueves la secretaria de Seguridad Nacional (DHS), Kristi Noem, a Harvard. En ella, Noem comunicaba a sus autoridades académicas la prohibición de admitir más extranjeros. A los que ya están estudiando los dejaba en un limbo legal “con efecto inmediato”. Y les daba dos opciones: buscarse otra universidad o exponerse a ser expulsados del país.
Emily Carrero, alumna de doctorado y fundadora de la Asociación de Estudiantes Cubano Americanos, explicó el viernes que el anuncio tomó a casi todos “por sorpresa”. “Shock” fue la palabra más repetida en conversaciones con una docena de estudiantes, investigadores y profesores que hablaron con EL PAÍS, muchos de ellos desde el anonimato por temor a las represalias, tanto en el campus como desde sus países de origen. Carrero, que es ciudadana estadounidense, dijo que conoce compañeros con visas F-1 que tenían planes para ver a sus familias en verano pero que han decidido “no arriesgarse a salir del país por temor a no poder regresar”.
Está el caso del musicólogo madrileño Álvaro Torrente, que tenía planeada una estancia de investigación en dos partes: la primera terminó en abril y la segunda empieza en octubre, pero, dada la incertidumbre, no sabe si le conviene empezar en este momento el proceso de solicitar el visado. O el de Gonzalo Arana, “investigador a tiempo parcial” que se considera “afortunado”, porque cuenta con un trabajo en España y no tiene “tanto que perder” como otros compañeros, cuyo seguro médico y el de sus familias dependen de sus permisos de trabajo. Arana se dedica a estudiar qué hace que unos países crezcan y otros no. “Lo más difícil es atraer talento y concentrarlo en un lugar concreto. Es una locura que Estados Unidos, que ya lo había logrado, renuncie a eso”, explica en una llamada telefónica desde Bilbao.
La respuesta, en menos de 24 horas
Los temores de unos y otros remitieron en parte el viernes. Harvard tardó menos de 24 horas en interponer una demanda contra el Gobierno en respuesta a lo que sus abogados describen como “una clara represalia” ante la negativa a plegarse a los intentos de la Casa Blanca de “controlar la gobernanza de Harvard, su plan de estudios y la ideología de su facultad y de sus alumnos”. “Sin sus estudiantes internacionales, Harvard no es Harvard”, decía la exposición de motivos. Una jueza federal de Boston decretó al final de la mañana una suspensión cautelar de la orden dada por el DHS.
La sucesión de esos acontecimientos y la publicación de una carta del presidente de la universidad, Alan Garber, en la que se comprometía a luchar por los afectados, proporcionaron cierto alivio, al menos momentáneo. Aunque es difícil de saber cómo afectará la sombra de esa amenaza a las ganas de los posibles candidatos de estudiar en Harvard. También sirvió para constatar que la institución sigue dispuesta a resistir los ataques de Trump, que para someterla ha congelado casi 3.000 millones de dólares de fondos federales y ha amenazado con rescindir su estatus libre de impuestos aduciendo una variada lista de motivos: desde el combate contra el antisemitismo a la acusación, lanzada este viernes en la Casa Blanca, de que en su proceso de admisión se cuelan estudiantes “que no saben sumar 2 + 2″.
El filósofo Michael Sandel, premio Princesa de Asturias y uno de los profesores más respetados y famosos de Harvard, considera que el presidente la ha tomado con la universidad porque “quiere ampliar su poder ejecutivo y doblegar a tres instituciones clave de la sociedad civil: los bufetes de abogados, los medios de comunicación y las universidades de élite como fuentes independientes de autoridad moral asociada al conocimiento”. “Harvard es un símbolo”, dice Sandel, a quien, más que los recortes de dinero, le preocupa el “ataque” de esta semana ”a su carácter de universidad internacional”.
En el corazón de esta última disputa está la petición, hecha en abril, de que Harvard comparta los datos de sus estudiantes con visado, especialmente de aquellos que hayan participado en actividades “peligrosas” o “ilegales”. Entonces, ya se puso sobre la mesa la amenaza de suspender el programa de intercambio que se materializó el jueves junto a una nueva exigencia: Noem —que acusa a la universidad de “fomentar la violencia y el antisemitismo” en su campus, así como de “colaborar con el Partido Comunista Chino”— quiere que Harvard facilite al DHS videos y audios de esos alumnos sospechosos obtenidos tanto dentro como fuera del campus.
Para Will Creeley, de FIRE, asociación en defensa de la libertad de expresión, esa exigencia supone, según explica en un correo electrónico, una “flagrante violación de la Primera Enmienda” de la Constitución, que garantiza esa libertad.
Sandel no ve tanto un acto de heroísmo en la resistencia a esas peticiones como un callejón sin salida. “Lo que pretendía la administración de Trump era tan extremo, iba tan en contra de los principios fundamentales de la libertad académica, que la universidad no tuvo más remedio que oponerse”, explicó el viernes el pensador en una videoconferencia desde Europa. También ayudan las cuentas de la institución, extraordinariamente saneadas incluso pese a la amenaza de perder las matrículas de los alumnos extranjeros, que son las más altas. El fondo de reserva patrimonial de Harvard asciende a 53.000 millones de dólares.
Quienes defienden las decisiones de Trump aducen que el antisemitismo está, en medio de la brutal campaña militar de Israel en Gaza, “fuera de control” en las instituciones de élite estadounidenses, tal vez sin reparar en que la última medida amenaza con la expulsión de en torno a un centenar de israelíes, así como de alumnos que se opusieron durante el curso pasado a las protestas propalestinas. También justifican esos ataques como una reacción a décadas de dominio de la izquierda en los campus de élite: desde los tiempos de la corrección política de los años noventa a lo que Trump llama la “ideología woke” para referirse, entre otras cosas, a las políticas de diversidad y al reconocimiento de los derechos de las personas trans. Desde el sector MAGA (Make America Great Again) también se celebra la posibilidad de que el hueco que vayan a dejar esos alumnos los cubran estadounidenses.
Sobre la acusación de tolerancia con el antisemitismo, el presidente de Harvard señaló en abril en una carta abierta que se trata, junto al sentimiento antimusulmán, de un “problema crucial” en el campus, y admitió que la respuesta de la universidad inmediatamente después de los ataques de Hamás del 7 de octubre de 2023 pudo haber sido más contundente.
Falta de diversidad ideológica
En cuanto al debate más amplio sobre la educación superior estadounidense hay cierto consenso a ambos lados del espectro político sobre la necesidad de una diversificación ideológica de profesores y alumnos para enriquecer la experiencia de los campus. También, de que la cruzada contra Harvard carece de precedentes.
En su editorial de este sábado, el diario conservador de The Wall Street Journal, que ha liderado desde sus páginas las críticas al monocultivo intelectual de la Ivy League, considera la suspensión del programa de intercambio como “un ataque miope a una de las grandes ventajas competitivas de Estados Unidos: su capacidad para atraer a los mejores y a los más inteligentes del mundo”.
La sospecha de Harvard de que todo obedece a un acto de venganza se compadece con el hecho de que el vicepresidente J. D. Vance diera un discurso de 2021 en un congreso republicano en el que dijo que para avanzar en los objetivos del conservadurismo americano había que “atacar honesta y agresivamente a las universidades”.
“Es sabido que uno de los primeros objetivos de los regímenes autoritarios es ir contra la educación superior”, advierte por teléfono el profesor de Ciencias Políticas de Harvard Steven Levitsky, coautor del influyente ensayo Cómo mueren las democracias. “El de Trump es un Gobierno autoritario. Las dos maneras más efectivas de emprenderla contra una poderosa entidad privada es, en una economía de libre mercado como la nuestra, quitando fondos e interviniendo en el programa de visados. Tomarla con los estudiantes extranjeros además satisface una pulsión nacionalista”.
Tras conocerse la noticia el jueves, la Oficina Internacional de Harvard (HIO), que se encarga de dar la bienvenida y de apoyar durante su estadía a estudiantes e investigadores de fuera, convocó un multitudinario Zoom en el que les explicaron la situación y les anticiparon que la universidad pelearía en los tribunales. Entre los convocados había representantes de todos los departamentos, también de aquellos que cuentan con más extranjeros, como la prestigiosa Escuela Kennedy de gobernanza (con un 59% de alumnos no estadounidenses), el instituto T.H. Chande Salud Pública (40%) y la Harvard Business School (35%).
La presencia de estudiantes internacionales ha crecido un 19,7% desde 2010. Ricardo Maldonado, que fue testigo hasta su jubilación de ese aumento desde su puesto en la HIO, considera que independientemente de lo larga que sea la pelea en los tribunales, “el daño, por desgracia, ya está hecho”. “Estudiar en una universidad es una inversión en tu futuro. Si de la noche a la mañana puedes perder tus derechos, se convierte en una inversión arriesgada”. Maldonado también se pregunta cuánto tardarán las instituciones europeas y chinas en atraer el talento ahuyentado por Trump.
Los cinco países que más alumnos aportan son, por este orden, China, Canadá, India, Corea del Sur y el Reino Unido, según datos de la universidad. Los alumnos chinos están tras otro de los argumentos de la Administración de Trump para justificar el asedio a Harvard. En un comunicado, el DHS fue tan lejos el jueves como hasta acusar a la institución de “facilitar y participar” en “actividades coordinadas con el Partido Comunista Chino, incluyendo el entrenamiento de miembros de un grupo paramilitar cómplice del genocidio uigur”. Al escuchar la enumeración de las alegaciones del Gobierno, Levitsky pierde la paciencia: “Basta escuchar la lista para saber que son un chiste, puros pretextos”.
La educación internacional es una de las exportaciones estadounidenses más competitivas; generó 56.000 millones de dólares en 2024, según la Oficina Estadounidense de Análisis Económico. Eso no impidió a Noem extender en su carta del jueves su advertencia más allá de Harvard: “Es necesario tomar medidas para enviar una señal clara a esta y a todas las universidades que desean disfrutar del privilegio de admitir estudiantes extranjeros”, escribió. Harvard ni siquiera se sitúa entre las 10 primeras en porcentaje de alumnos internacionales, un ránking que encabezan las politécnicas Illinois (51%), en Chicago, y Stevens (42%), en Nueva York, y la universidad Carnegie Mellon (Pittsburgh, 44%), según el Instituto Nacional de Estadísticas Educativas.
En el sexto puesto, figura la universidad neoyorquina de Columbia (40%), la primera en situarse en el punto de mira de Trump, y, para el mundo académico estadounidense, el reverso vergonzoso de la actitud resistente de Harvard, por haberse plegado a las demandas de la Casa Blanca.
Desde el ataque del 7 de octubre, Columbia ha tenido tres presidentas diferentes. Fue el símbolo de las protestas propalestinas en los campus del curso pasado y el blanco de las críticas desde la derecha por tolerar el antisemitismo. También, de la represión policial para sofocar esas manifestaciones.
En marzo, el Gobierno congeló 400 millones en fondos federales para la investigación y envió agentes de migración para detener a estudiantes activistas, el más famoso de los cuales, Mahmoud Khalil, aún sigue en el calabozo. Entre tanto, a la universidad no le ha servido de mucho haber aceptado exigencias como el endurecimiento de las reglas para manifestarse, la prohibición de las mascarillas o la intervención exterior del Departamento de Estudios de Oriente Próximo.
A la pregunta de por qué las universidades de élite no han hecho un frente común y han salido en defensa de Columbia en previsión de que otras pudieran ser las siguientes, Sandel lo achaca al sistema “mixto público-privado” de la educación superior estadounidense, que dificulta el acuerdo. “Compiten ferozmente por estudiantes, por quedar mejor en las clasificaciones o por las donaciones privadas”, advierte. El filósofo considera que esa “estricta jerarquía de prestigio” distrae a “la educación superior de la misión cívica de servir al bien público”.
De momento, la lucha más urgente está en los tribunales, a los que Harvard ya acudió el mes pasado para plantar cara al presidente. Es una pelea importante, advirtió el viernes Henry Pahlow, alumno de Wisconsin de la Kennedy School, que se mostró orgulloso, como el resto de los que hablaron con este diario, de la respuesta de la universidad. “Todos sabemos que Trump y sus compinches juegan con el miedo. Creen que si logran someter a los estudiantes de Harvard, el resto del mundo académico vendrá después”.
No solo lo creen ellos. Profesores, alumnos y el resto de fauna de la frondosa jungla de la educacion superior de este país (con sus más de 4.500 universidades) saben que su futuro depende de la capacidad de resistencia de Harvard. El rey de la selva académica estadounidense.