“El desarme de Hezbolá, y la completa retirada de Israel del territorio libanés [cuyas tropas aún ocupan cinco localidades fronterizas estratégicas] han de ser por la vía de la negociación”, dice el primer ministro libanés y expresidente del Tribunal Internacional de Justicia, Nawaf Salam, consciente del riesgo de caer en la guerra civil si lo intentan por la fuerza. Se cumplen tres meses desde que formara un nuevo Gobierno de 24 ministros ―con cinco ministras― que hoy se enfrentan a un desafío colosal, el primero de los cuales es pecisamente ese: sacar al país de la destructiva guerra que libran desde el pasado 8 de octubre Israel y el partido-milicia chií Hezbolá, a quien deberán tratar de desarmar. Después, o más bien a la vez, deberán reconstruir parte del sur de Beirut y de Líbano devastados por la aviación israelí, relanzar una economía en caída libre y proveer empleo y servicios para sacar a los casi tres cuartos de la población libanesa de la pobreza.
Y para conseguirlo, deberán navegar entre la resistencia que ofrece la clase tradicional política, de corte confesional, y los todopoderosos banqueros a las reformas emprendidas en clave doméstica y a las intensas presiones de Estados Unidos para desarmar cuanto antes a la milicia y expulsarla del sur del río Litani hasta la frontera con Israel, o lo que equivale a la implementación de las resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU números 1559 y 1701, respectivamente.
Salam recibió a EL PAÍS la semana pasada en su despacho del Serrallo de Beirut. Con un Hezbolá debilitado políticamente y mutilado militarmente por los envites sin precedentes de Israel ―que ha asesinado a la cúpula marcial―, trabaja sin descanso para desplegar a las Fuerzas Armadas Libanesas (FAL) en la totalidad de su territorio y recuperar el monopolio de las armas. “El desarme de Hezbolá [cuyo brazo armado es considerado como grupo terrorista por la UE] es el objetivo, ese es el objetivo ahora. No es el punto de partida”, precisa Salam, esquivo cuando se le pregunta sobre el impasse actual.
Israel sigue bombardeando Líbano casi a diario a pesar del alto el fuego en vigor desde el pasado 27 de noviembre, mientras que el líder de la milicia chií, Naim Qassem, condiciona cualquier negociación al cese previo de los ataques y el repliegue total de las tropas del país vecino. “La posición del Gobierno es clara. Israel debe retirarse de todo el territorio libanés, lo cual obviamente incluye los cinco puntos, o incluso si se convierten en cuatro, tres o dos. Y en cuanto a Hezbolá, la cuestión del monopolio de las armas es algo que debe estar en manos del Estado. Es la única autoridad legítima y los únicos actores autorizados para portar armas. Entonces, realmente no veo la contradicción o el vínculo”, arguye. “Al sur del Litani, la Resolución 1701 establece una zona libre de armas. La Fuerza Provisional de las Naciones Unidas para el Líbano (Finul) opera en esa área. El monopolio de las armas [por las FAL] es algo que aplica al sur, norte, este, oeste del país. Y estamos avanzando en esa dirección”, prosigue.
¿Cuándo ocurrirá todo eso? “La fecha para la retirada total de Israel ya pasó. Israel debía haberse retirado a finales de enero. Luego obtuvieron una suerte de prórroga de 15 días y eso también pasó. Lo mismo ha ocurrido con el despliegue completo del ejército libanés, que ha de ejercer completa soberanía según los acuerdos de Taif, que pusieron fin a la guerra civil [1975-1990]. Esa fecha límite también lleva muchos años superada. ¿Cuál es la fecha límite? ¿Debe ser en un mes, en seis meses o en un año? Prefiero responder que la fecha límite ya pasó. Tenemos que avanzar rápido”, zanja.
Por su parte, los defensores de Hezbolá aseguran que, sin la milicia y sus recursos, el ejército libanés es incapaz de asumir el control del país —los ataques israelíes han dejado ya más de 150 libaneses muertos desde el inicio de la tregua— y de proveer ayudas, con las desvalijadas arcas del Estado, a las decenas de miles de desplazados del sur. “Entiendo de dónde vienen esas críticas. Pero ¿cuál es la alternativa? ¿Proponen los críticos alguna alternativa? No. No tenemos otra opción más que movilizar todos los medios políticos y diplomáticos disponibles”, defiende Salam.
De momento, el nuevo Ejecutivo libanés se ha anotado importantes logros como la celebración de elecciones municipales ―en curso, las primeras desde 2016― o la propuesta de ley de reforma bancaria. “En la reforma administrativa, estamos implementando un nuevo mecanismo para los nombramientos en la función pública, para [que sea] un proceso transparente, competitivo y abierto. Y lo estamos aplicando ya. Es un hito. En cuanto a las reformas financieras, el Gobierno adoptó un proyecto de ley para la reforma del sector bancario. Y hemos tomado una serie de decisiones importantes revirtiendo las de gobiernos anteriores, por ejemplo, respecto a la demarcación de la costa en términos del uso del litoral para fines comerciales. Y también trabajamos en un proyecto de ley para fortalecer la independencia judicial”, expone el primer ministro.
No obstante, la corruptela y clientelismo de los que se acusa a la élite política libanesa que ha liderado los gobiernos anteriores causa enorme desconfianza tanto en su ciudadanía como en la comunidad internacional de la que Líbano espera ayudas e inversiones para poder reflotar su economía. ¿Qué hace a este Gobierno diferente de los anteriores? “El compromiso. Es un Gobierno comprometido a llevar a cabo reformas, y las está implementando. Comprometido con expandir la soberanía del Estado sobre todo el país. Déjeme darle un ejemplo: ya tenemos un mayor control sobre la frontera entre Siria y Líbano [que se extiende al este y norte del país en 330 kilómetros] y estamos combatiendo activamente el contrabando. También tenemos un mayor control sobre el puerto y el aeropuerto [libaneses]”, dice en referencia a unas zonas donde se denuncia la preeminencia de Hezbolá.
Los esfuerzos para sacar a Líbano de la inseguridad y de la crisis económica pasan ineluctablemente por la reintegración regional. “Somos muy optimistas con que los saudíes levanten las prohibiciones de viaje [sobre ciudadanos saudíes para visitar Líbano] y sobre las exportaciones [libanesas al reino saudí] antes del verano”, asegura Salam, quien fue recibido con todos los honores el pasado mes de abril en la capital saudí, Riad. Hace casi tres lustros que se desplomó la industria libanesa del turismo, que supone un tercio de los ingresos del Estado. De ahí que los primeros vuelos de turistas emiratíes al aeropuerto de Beirut estén siendo estos días recibidos con rosas y baklavas, dulce árabe. El Gobierno trabaja contra el reloj para que el país pueda remontar los ingresos del turismo este mismo verano y recobrar no solo “muchos turistas árabes”, sino también de la diáspora libanesa.
Es precisamente Arabia Saudí ―archienemigo de Irán y tradicional valedor del campo suní en Líbano― quien ha mediado para la reanudación de las negociaciones entre Líbano y Siria para la demarcación de sus fronteras, en disputa desde hace más de medio siglo. El abrupto giro político vivido el pasado mes de diciembre en Damasco, que ha puesto fin a medio siglo de dictadura de los Asad y propulsado al antiguo cadí de Al Qaeda en Siria, Ahmed al Shara, a la presidencia, también se percibe como una ventana de oportunidades para mejorar unas relaciones sirio-libaneses cargadas de toxicidad histórica.
Un comité conjunto de ambos países tratará, entre otros asuntos, el contrabando de la anfetamina captagón llegada desde Siria, los 1,5 millones de refugiados sirios llegados desde la guerra civil de 2011 y que hoy suponen un cuarto de la población total de Líbano, así como la suerte de los cientos o miles de libaneses ―no hay datos oficiales― que desaparecieron en las mazmorras de los Asad, padre e hijo, durante los 29 años que sus tropas ocuparon parte de Líbano (1976-2005).
“Definitivamente, estamos muy interesados en la estabilidad de Siria porque está ligada a la estabilidad de Líbano y viceversa”, enfatiza Salam, que aboga por el levantamiento de las sanciones internacionales que ahogan a Damasco, a pesar de que le fueron impuestas al régimen anterior. Bruselas está meditando la decisión mientras Washington anunció este martes que retirará la totalidad de las sanciones. El levantamiento, además, permitiría “acelerar el retorno de los refugiados a sus hogares en Siria, pero también nos ayudará con el tema de la energía, permitiendo que nos conectemos a la llamada red árabe en la región a través de Siria [única frontera del Líbano con los vecinos árabes]. Y, por supuesto, también nos será favorable en materia de comercio e inversiones”. El suministro energético es una de las prioridades y asignatura pendientes del Gobierno libanés en un país que de día vive conectado a costosos y ruidosos generadores y, de noche, se sume en las tinieblas por falta de amperios.
Líbano intenta liberarse de todas las injerencias externas. No obstante, conforme Irán y Siria pierden tracción, la Administración Trump intensifica las presiones sobre el nuevo Ejecutivo libanés, en línea con los intereses de Benjamín Netanyahu, líder del Gobierno israelí, que tiene integrantes de extrema derecha. “Cuanto más podamos avanzar en el proceso de refuerzo del Estado —no quiero decir construir el Estado, sino reconstruir el Estado—, y cuanto más fuerte sea este y su autoridad, menos estará Líbano sujeto a las interferencias externas”, aduce el mandatario.